Cuando se publique este comentario, Manuel Zelaya y su familia estarán durmiendo en camas propias en Olancho, Honduras, donde el depuesto mandatario tiene una propiedad agrícola, compartiendo con amigos y familiares a quienes dejaron de ver hará un año y cuatro meses, desde que el 27 de enero de 2010 el presidente Leonel Fernández acudió a ese país centroamericano para asistir a la toma de posesión de Porfirio Lobo Sosa y traer a Manuel Zelaya y los suyos a República Dominicana.
Manuel Zelaya, Xiomara, sus hijos y nietos, en el día de las Madres, respiraron el oxígeno de Honduras, volvieron a inhalar el olor verde de la campiña de su tierra querida, bajo el calor de su gente, en el mismo terruño del Departamento de Olancho, del que también es oriundo el actual presidente Lobo Sosa.
Recuerdo las lágrimas de Xiomara, la esposa de Zelaya. No dejaban de brotar de sus ojos en el avión presidencial que los trajo a Santo Domingo aquel 27 de enero. En aquella ocasión, la familia Zelaya-Castro recibió un salvoconducto que la expulsaba de su país.
Vi aquella mujer triste, después de despedir a su nieto; observaba por las ventanillas del avión con lágrimas que nublaron sus ojos, un 27 de enero del año pasado cuando forzosamente tuvieron que dejar su país. La pasada semana, otro día 27, vimos correr lágrimas por sus mejillas nuevamente, cuando el presidente Leonel Fernández y la Primera Dama, doctora Margarita Cedeño de Fernández, despedían a la familia Zelaya-Castro, en el Salón de Embajadores del Palacio Nacional.
Esta semana, embargada por la emoción, igual que en aquella ocasión, las lágrimas de Xiomara corrían por sus mejillas. Volvían a su tierra, pero dejaban un lugar que los acogió con hospitalidad singular.
A la mente de todos llegó aquel recuerdo pasado cuando el pequeño avión, de 14 pasajeros, buscaba pista para salir del aeropuerto de Tegucigalpa, en medio de una atmósfera tensa. A bordo de la pequeña aeronave, Manuel Zelaya, Xiomara Castro; la hija de ambos, Xiomara Zelaya, y el asistente del ex presidente, Razel Tomé, se convirtieron en pasajeros obligados.
Una impresionante multitud colmó las calles de los alrededores del aeropuerto Toncontín, instalaciones rodeadas de militares. La gran cantidad de personas que llegó hasta la terminal aérea desafió todo tipo de amenazas para decirle adiós a Zelaya y familia. Eran sus seguidores que gritaban a todo pulmón: “Mel, amigo, el pueblo está contigo”. Previo a la despedida, en el Salón de Embajadores, Lobo Sosa recordaría a Zelaya que su madre, Rosa Sosa, era profesora de Mel.
Después de asistir a los actos protocolares en el estadio nacional “Tiburcio Carías Andino”, de Tegucigalpa, Fernández y su comitiva sólo esperaban que el juramentado presidente Lobo Sosa acompañara al mandatario dominicano a la embajada brasileña, donde Zelaya y su familia permanecieron cuatro largos meses, en condiciones infrahumanas, sometidos a todo tipo de vejámenes y rodeados de militares hostiles.
Las lágrimas de Xiomara tienen muchas lecturas, que solo una mujer que acompañó a su marido hasta el destierro puede explicar después todo tipo de sinsabores que impone la política en estos pedazos de “suelos bananeros”, donde se intenta construir un Estado de derecho.
Mientras Fernández esperaba desde la habitación de un hotel hondureño ubicado en la meseta de una montaña, el canciller Carlos Morales Troncoso hacía las coordinaciones a la espera de que fuera juramentado su homólogo, que firmaría el salvoconducto que autorizaba la salida de Zelaya y su familia. Pasaban los minutos y la situación se tornaban tensa, por lo que había que salir de Tegucigalpa cuanto antes.
Las declaraciones de un jefe policial, dadas en ese momento, en vivo, a una cadena de televisión local, eran contradictorias con la voluntad expresada a Fernández por el nuevo presidente Lobo Sosa, de facilitar la salida del depuesto mandatario.
El encono con que Zelaya fue sacado del cargo se interpretó en todo el continente y el mundo como una expresión de arrogancia, propia de los dictadores militares de los años sesenta y setenta. Se percibió como una acción política abusiva, parida por gorilas de la Guerra Fría; se interpretó como un retroceso y un golpe a la Carta Democrática de la Organización de Estados Americanos (OEA).
En medio de un clima cargado de odio y venganza, la comitiva dominicana se abrió pasos por las calles de Tegucigalpa hasta llegar a la embajada de Brasil. Haciendo honor a un acuerdo suscrito en Santo Domingo con Fernández, el presidente Lobo Sosa llegó a la sede brasileña en medio de una cobertura de prensa espectacular.
En aquella hospitalaria sede brasilera, Fernández encontró a Zelaya, a Xiomara, su mujer; su hija y el asistente, Razel, resistiendo el acorralamiento a que fueron sometidos por cuatro meses por un poder invisible, cuyos representantes hondureños apenas se veía la cara. Se percibían los rostros angustiados, pero felices de aquella familia cautiva.
Las lágrimas de Xiomara, derramadas a raudales de un año y cuatro meses hasta este fin de semana, volvieron a caer el sábado pasado cuando un avión venezolano, desde Nicaragua, los devolvió a su tierra que les vio nacer. En el aeropuerto del cual salieron expulsados, la misma multitud que lo despidió, su pueblo, le dio un soberano recibimiento, quizás para demostrar que Honduras no es una “República Bananera” donde un poder oculto sigue tomando decisiones a espaldas de la gente.
Como cosa del destino, el día previo que llegó la familia Zelaya- Castro a República Dominicana, el 26 de enero, Día de Duarte, el pueblo del patricio celebró la proclamación de una nueva Constitución, aprobada con un amplio respaldo de la población, una nueva Carta Sustantiva que recoge la ampliación de los derechos fundamentales y otras conquistas, propias de una Carta Magna de estos tiempos. El retorno de Zelaya y su familia a Honduras, este fin de semana, es un triunfo de los descendientes de los pueblos aztecas, parecido a los obtenidos por los dominicanos, que construyen su democracia sin retroceso hace 40 años.
*Director de Prensa Presidencia de República Dominicana (publicado 30/Mayo/2011)
7 comentarios
# La pega Responder
21/12/2011 13:34En la vida, unos están predestinados a morirse de hambre, sólo por nacer en un determinado sitio. En otros sitios, otros niños son son aborregados para que sean fácilmente manipulables. Otros, van a colegios de pago y tienen niñera y criados que les haga
# lupe Responder
21/12/2011 18:19Imagino que ante la presencia de los saquitos nuestro "diálogo interno" ha de ser positivo.......
# José Ángel Caperán Responder
21/12/2011 19:31Gracias Pega y Lupe, para usar con destreza todos los saquitos debemos primero DESAPRENDER lo que hemos aprendido porque nadie nos ha enseñado a utilizar toda nuestra maleta y nos hemos fiado de lo que hacía el resto sin REMOVER MÁS. ¿Educamos o clonamos?
# Casimiro Responder
21/12/2011 20:34Desaprender cuando ya no hay mejores referencias, mejores actitudes que aprender. Hay que desprenderse de todas esas malas ideas y todos esos malos modelos que nos han ido inculcado desde nuestra infancia: nos han adiestrado para serle útiles a otros (.)
# lupe Responder
22/12/2011 00:43Casimiro, a que malas ideas y malos modelos haces referencia???. Gracias
# Casimiro Responder
22/12/2011 12:24A menudo nuestros hijos se nos parecen.. y le vamos transmitiendo nuestros miedos, nuestras frustraciones, nuestros 'no puedes' . Y luego tienen que ir al psicólogo a que les 'reprogramen', a desaprender lo mal aprendido, las referencias negativas mamadas
# José Ángel Caperán Responder
27/12/2011 16:44Sin duda alguna Casimiro, todos los complejos de los padres se transmiten en la infancia a los hijos y éstos llegan a la adolescencia como un gato doméstico a la jungla. No nos escondamos en la genética ni en "la mala suerte", los hijos no nacen se hacen.