Al chocolate una pócima cuya preparación se pierde en la noche de los tiempos, pero igual a cualquier placer humano por pequeño que sea, se le ha revestido de pecado y virtud.
El componente primario es el haba de cacao, la semilla de un árbol pequeño, generalmente llamado “cocoa”. Hoy en día se cultiva en todas las regiones de la selva tropical húmeda, en especial dentro de los 17 grados de latitud del ecuador.
Un cacao procedente de Venezuela ha tenido fama mundial. Un día en la ciudad de Hamburgo, vislumbré en un escaparate el producto de las viejas haciendas de Petare y poco tiempo después, en Zurich, saliendo del hotel Movenpick, en un pequeño supermercado había una exhibición de la dulce solución caraqueña. Su contenido venía en unas cajitas ovaladas, muy bien presentadas. No puedo negar que sentí un complaciente regodeo.
Los orígenes de esta sustancia sólida, sensual para muchos, llamada chocolate, tienen sus raíces en el reino misterioso de los olmecas y los mayas, antiguas civilizaciones mesoamericanas, las primeras que cultivaron el árbol de la deliciosa epicúrea.
Ya el agradable condimento se usaba con fines terapéuticos en el siglo IV en tierras americanas. Los hechiceros lo recomendaban como estimulante, y los guerreros lo consumían como una bebida tónica. Los propios colonos españoles sabían de las virtudes curativas de su propiedad. Un viajero del siglo XVIII escribió: “Con estos granos se elabora una especie de pasta que según los indios es buena para el estómago y contra el catarro”.
La golosina despertó efecto encontrado entre la comunidad médica. Igualmente la Iglesia Católica veía en esa sustancia aglomerada una especie de caldera de diablo, aunque tiempo después no existía parroquia, por muy pequeña que fuera, cuyo cura no disfrutara de las virtudes líquidas del cacao y… de la gozosa siesta.
Con deleite hemos leído hace tiempo – al ser consumidores natos de ese regodeo solemos desayunar frecuentemente con una taza caliente de chocolate - que durante el siglo XVII ese prodigio de la naturaleza ya había recibido la bendición de buen número de doctores y botánicos, pues ya habían descubierto en sus propiedades sustancias beneficiosas para el cuerpo y el alma.
Un médico italiano de apellido Blancardi comentó por aquella época: “El chocolate no solo tiene un sabor agradable, sino que es también un auténtico bálsamo para la boca, pues contribuye a mantener todas las glándulas y humores en un perfecto estado de salud. Todo aquel que lo bebe posee un aliento muy dulce.”
Unos investigadores de la universidad de Colonia se percataron de que la tableta puede ser beneficiosa tras realizar un experimento con persona padeciendo hipertensión moderada y no tratada como patología.
Es más, afirman, que “desde el punto de vista químico, el chocolate es el alimento más perfecto del mundo”.
A un grupo se les requirió que ingiriesen tres onzas de chocolate blanco al día durante dos semanas, y otra porción del negro.
Se demostró que los polifenoles del producto son una maravilla para la salud.