El 22 de agosto, los “dos patitos” de la lotería casera protohistoria del bingo, en esta Villa se echa el cierre de las fiestas de verano, de que aún falta el remate de Nuestra Señora de la Riégala, de Cadavedo.
Habrá quien, después, se vaya a Oviedo, a rematar el verano y mirar con la debida desconfianza el otoño de san Mateo. Los mateínos, los paisanos que somos, irán, junto con la vaga nostalgia de los recuerdos de los más viejos, sin fuelle para hacer el camino, a mirar con los ojos muy abiertos las barracas, los chiringuitos, la ciudad, todavía apretada alrededor de la torre de la Catedral.
Pero hoy es fiesta aquí, repito, todavía. Que por cierto se estuvo el sol esperando para enjugarse el sudor hasta la noche pasada, de la víspera y los fuegos artificiales, y permitir que de su toalla de nubes cayese un pequeño diluvio intimidatorio: ¡eh, chicos!, que viene el otoño.
Poca cohetería, este bisiesto de la economía triste, poca música, salvo el esfuerzo desproporcionado de unas verbenas en mi modesta opinión disparatadas.
La “movida”, ahora, suele acampar en el puerto, que deja de serlo para convertirse en una apretujada convivencia junto al ruido de la mar, el olor de la mar. Y rivalizan los hosteleros en la invención de platos y adornos, montajes de marisco y pececitos fritos, pulpo a lo más variados, crustáceos y yerbabuena. ¿Y usted? Yo, espárragos de lata, que fuera dice “kojonudos”.
Cállate. No critiques. No protestes. La próxima vez. Más tarde. Ayer. Mañana, las cosas habrán sido perfectas, y, de cualquier modo, lo pasaste bien. Aprendiste una habanera. Conoces un nuevo sabor. Tuviste, con suerte, un cruce de mirares con una moza que podría haber sido la mujer de tu vida, pero como no, a partir de ahora, podrá ser un nostálgico recuerdo, capaz de aliviarte de futuras situaciones tristes, angustiosas, de fracaso, embarazosas.
Mañana. Siempre hay un mañana para después de cada hoy.