La voluntad, esa fuerza que Albert Einstein consideraba «más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica» radica en el cerebro y tiene componentes químicos y psicológicos. De hecho, estudios científicos han descubierto que la motivación depende de la zona del cerebro en la que se segregue una mayor cantidad de dopamina. Así, las personas diligentes liberan esta hormona que actúa como neurotransmisor en el estriado y en la corteza prefrontal ventromedia; sin embargo, en los individuos con menor voluntad la liberación se registra en la ínsula, zona en la que residen las emociones y la percepción del riesgo.
En suma, la voluntad humana tiene un componente genético, como la felicidad, pero también depende de la expectativa de recompensa y ésta, a su vez, está relacionada con las experiencias registradas. Como en el comportamiento humano no cabe resignarse al influjo de la química o de los genes, la educación es la herramienta determinante para incrementar la fuerza de voluntad de las personas.
Los abusos que la crisis económica ha dejado al descubierto han incrementado la demanda de transparencia, esa propiedad de la materia que la sociedad desea aplicar no sólo al ejercicio de los poderes públicos, sino también de las actividades privadas. Consciente de tal reivindicación social, el gobierno de Mariano Rajoy prepara una Ley de Transparencia, Acceso a la Información Pública y Buen Gobierno, actualmente en fase de anteproyecto.
La ley es un buen principio para actuar sobre la química de los ciudadanos, pero es imprescindible también hacerlo en su psique para lograr que la transparencia no dependa sólo de la cantidad de dopamina que produzca el temor al castigo por violar la ley, sino de la convicción de que el hecho de compartir información facilita la convivencia.
La transparencia deber ser una actitud para todo tipo de organizaciones. Entendida como exigencia o precepto legal está condenada a convertirse en una commodity normativa, un trámite que hay que superar para preservar la intimidad corporativa. En consecuencia, hay que convencer a los poderes públicos y privados que el ejercicio de la transparencia no sólo es un antídoto contra las conductas indebidas, sino una oportunidad para generar valor en forma de credibilidad, confianza, respeto y compromiso.
Los profesionales de la comunicación tenemos que elegir entre portar la bandera de la transparencia o escondernos tras ella. Hasta la fecha la mayoría de las organizaciones, al entender la transparencia como una exigencia legal, han preferido caminar en la retaguardia a la espera de que la vanguardia les indicase el camino más corto, no el más recto. Ahora, en una sociedad que cada vez perdona menos el exceso y que presiona más para que se endurezcan las penas al infractor, los comunicadores tenemos que forzar la voluntad para convertir en ‘no noticia’ lo que hoy sí lo es.
«Quien tiene la voluntad tiene la fuerza», decía Meandro de Atenas. Hoy, quien apuesta por la transparencia tiene la voluntad de contribuir a la creación de una sociedad más justa y próspera. La dopamina hará el resto.
*José Manuel Velasco, director general de Comunicación y Responsabilidad Corporativa de FCC y presidente de Dircom. Fuente: ethic