Don Juan Morano: Discursos, realidad y cobardía

El senador del PP por Castilla-León don Juan Morano ha tenido esta semana de atrás un cierto protagonismo, por su disposición a votar en contra de su partido en relación con algunas enmiendas a los presupuestos generales referidas al carbón. Esa actitud nos permite realizar algunas reflexiones en torno a una cuestión que suele debatirse con grandes tertulioaspavientos y con poco conocimiento, la de la libertad de voto dentro de los partidos en las instituciones (distinta a la libertad de voto en los actos propios de las organizaciones políticas).

                Con una postura que tiene aún menos adeptos que la de hablar en serio de un tema dentro de las redes sociales o que la de pagar impuestos, reiteraré lo que siempre he manifestado: salvo que sea pactada, estoy en contra de la ruptura de la disciplina de voto; tampoco creo que las listas abiertas tengan interés alguno, y, menos aún, que tengan consecuencias prácticas. No voy a volver a exponer aquí mis argumentos, pero permítanme, en relación con ello, hacer algunas reflexiones acerca de los efectos reales de la postura «gallarda» (o libertaria) de don Juan Morano.

                Recuerden ustedes que, el primer día de enmiendas en el Senado a esos presupuestos, don Juan se equivocó (o lo confundieron) y no votó a favor de las que se proponían sobre la minería. Pues bien, tanto las redes como las tertulias de los medios se llenaron de críticas acerbas y burlonas hacia su persona. Al día siguiente sí votó. Las rectificaciones a las críticas fueron cero, los aplausos por su postura, escasos. Y, yendo a las consecuencias efectivas de su acción, puramente testimonial o moral, ¿creen ustedes que ni uno solo de aquellos que han aplaudido la «valentía» de don Juan votará al PP por ello en las próximas elecciones? ¡Ni uno solo! Puede que, en cambio, provoque la deserción de alguno de los suyos.

                Ocurre siempre igual con estas actitudes «morales» o «éticas» en política, con respecto a la realidad social, a la dinámica de apoyos hacia un partido, que obedece a otras reglas, al menos en los parámetros de voto que tienen alguna importancia. Al respecto, no me cansaré de repetir cómo, cuando el señor Aznar anunció que no sería presidente más allá de los ocho años de mandato, advertí, casi en solitario, que, por muy aplaudido que fuese el «beau geste» de don José María, no movería un solo voto a favor de su partido y, más aún, su ausencia podía hacérselos perder, como así fue —aparte, de otras circunstancias.

                No, los actos arrogantes, las actitudes de responsabilidad moral deben llevar otro camino, el de la dimisión —como ejemplarmente hizo don Nicolás Salmerón y Alonso, en la primera República, al negarse a firmar penas de muerte—, o, al menos, ser seguidos de de la dimisión. Porque es absolutamente indecoroso salir elegido con los votos y el dinero de un partido y sus militantes para luego seguir en él y en su contra. Eso está más cerca del filibusterismo que de la responsabilidad, y a kilómetros de la ejemplaridad.

                Pero cuando don Juan cae en lo patético es cuando anuncia que recurrirá ante los tribunales la sanción de 2.000 euros que su partido le impone por romper la disciplina. ¿Es que, ni siquiera, tiene la «hombría» —como se decía antes— de arrostrar las consecuencias de su acción? ¿Es que pensaba ponerse una medalla sin costo alguno? A mí esto me recuerda la actitud de tantos huelguistas que, tras vacar en su trabajo, se extrañan de que se les descuente lo no trabajado o se quejan de ello. Es como el que piensa en hacer la revolución armada y espera que, de perderla, se le perdone e, incluso, sea tenido por un héroe hasta por quienes ha pretendido liquidar (¿Les suena, por cierto, a ustedes esto a algún episodio reciente de nuestra historia?).

                Lo que me parece cobardía y falta de valor en don Juan Medrano —ese quedarse en las filas de los partidos donde se está con falta de sintonía—no es tan infrecuente en la historia. Me acuerdo siempre de Fernando de los Ríos lloriqueando ante Azaña por la deriva revolucionario/golpista del PSOE, y, sin embargo, sintiéndose incapaz a abandonar la organización. O, más recientemente, de los señores Guerra y Bono despotricando contra el estatuto de Cataluña y el rumbo de las restantes reformas estatutarias para, después, llegada la hora, callar y comulgar con votos de molino.

                Y es que, al menos, cuando uno sabe que va a tener que adoptar una postura genuflexa o prona, no debería hacerse ver, en los días previos, galleando y estirando cuello y cresta para parecer más alto.



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