La crisis ha deshumanizado las grandes tiendas. Ahora entras y o te orientas por tus propios medios, como un explorador, o no hallarás el pequeño tesoro de lo que necesitabas.
Todavía está fresca la memoria del grupo de asesores que te rodeaban al entrar en cada sección, cada apartado, cada subespecie de mercadería consumible, de vestir o de trabajos manuales. Ahora, tu búsqueda has de hacerla en pleno desierto, donde sólo a veces encuentras un interino igual de desorientado que tú, que con cierta vaguedad te indica que puede que hacia allá ande lo que te interesa.
Buscar un precocinado concreto o la sección de calzoncillos grandes puede ser un capítulo de Wilt.
Cosa de los tiempos, supongo. Dentro de nada inventarán unos códigos parecidos a los de barras que de algún modo se asociarán a cada artículo puesto a la venta y te alquilarán o tendrás que comprarte otro artefacto portátil, que, dándole a la tecla adecuada, te llevará a la zona de caza que corresponda.
Mientras tanto, debes acostumbrarte a las borrosas cámaras que te vigilan cautelosas, unas de verdad, otras disuasorias de sisas y hurtos, desde las vigas del techo, que comparten con las telarañas.
Leí en alguna parte que las grandes superficies están renegociando su deuda, de algún modo, buscándose la preocupante vía de la espera, antesala de la quita, de los desequilibrios económicos. La pescadilla se está empezando a comer la cola de que a menos dinero, menor número de compradores medianamente solventes, Se echa mano de recursos de cautela en la reposición y decrecimiento de las previsiones de almacén. Poco a poco, cunde entre los mayoristas el miedo a vender, generador de la inquietud por el cobro. Se miran unos a otros de reojo, a la hora de financiar a unos minoristas asustados. Aquello de a tocateja y en metálico se añora y trata de recuperar con bastante poco éxito, tras de los inventos del crédito y el plástico que tantas facilidades daban para hacerse la ilusión de que se podían rebasar todos los límites de la minuciosa contabilidad de la cuenta de la vieja y el clavo.
Menos mal que a lo de que ni hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague, sigue lo de que tampoco hay mal que cien años dure ni hay enfermo que lo aguante. Y en la alternativa de sanar o morir, debe procurarse el logro de sanar, aunque sea trancas y barrancas, o, cuando no se pueda, morir con la posible dignidad.