La ecuación crecimiento igual a cohesión social no ha funcionado en la Unión Europea, ni en la dirección ni en la intensidad pronosticada desde la economía convencional. La evolución del empleo y de los salarios desde los años 80 pone de manifiesto fisuras de desigual entidad, pero, sin duda, significativas, que contravienen la presunción de que existe un puente desde el crecimiento a la cohesión social; dicho en otros términos, las ganancias que se derivan de ese crecimiento se reparten de manera desigual y, por esa razón, no garantizan per se más bienestar social; antes al contrario, dicho aumento puede discurrir en paralelo a la degradación de las condiciones de vida de buena parte de la población y, muy en especial, de los colectivos más vulnerables.
La dinámica económica ha creado poco empleo en términos netos, insuficiente para reducir de manera sustancial los niveles de desempleo, los salarios han crecido, en el mejor de los casos, de manera moderada y se han apropiado de una limitada parte de los aumentos de productividad obtenidos, la desigualdad en la renta y la riqueza ha progresado y el número de pobres ha aumentado, también entre los que tienen un puesto de trabajo.
Naturalmente, este escenario debe ser matizado y concretado en cada uno de los países comunitarios, pero más allá de esas singularidades emerge como tendencia general un panorama de esas características, y lo hace mucho antes de que la crisis se dibujase en el horizonte. De ahí la importancia y la necesidad de una reflexión que trascienda las urgencias de la coyuntura, para situarse en los procesos estructurales que han configurado la dinámica económica comunitaria.
El análisis de las causas profundas de esta deriva es crucial, tanto desde el punto de vista de la reflexión teórica como de la implementación de las políticas económicas. Este debate está claramente fuera de foco, cuando las economías comunitarias aún se encuentran atrapadas en la crisis y cuando las estrategias de rigor presupuestario han capturado las políticas económicas aplicadas por los gobiernos y por Bruselas. En este contexto, la reivindicación de políticas orientadas al crecimiento parecería que ofrecen una salida al bucle “recesión-austeridad”, cuya retroalimentación ha situado a varias de las economías del sur de Europa en una situación crítica.
Es urgente, desde luego, impulsar un drástico viraje en la actual deriva. Dicho viraje ahora se ve favorecido por el reconocimiento por parte de algunos de los gobiernos más comprometidos en la aplicación de las denominadas políticas de austeridad y, sobre todo, por el triunfo del candidato socialista a la presidencia francesa, Francois Holande. Se abre así un escenario menos monolítico, más abierto, se amplía el espacio social, político y mediático para la consideración de otras políticas o, al menos, para la flexibilización de las actuales.
Todo ello es, por supuesto, positivo, pero claramente insuficiente, incluyo puede desplegar una cortina de humo sobre aquellos problemas de índole estructural que han impregnado la dinámica económica europea. Invocar como objetivo supremo el retorno al crecimiento y la defensa de la Europa social pasa por alto que el crecimiento de la Unión Europea en las últimas décadas se ha dado en paralelo a una importante fractura social.
¿Qué características deben tener los modelos productivos? ¿cómo se distribuyen las mejoras de la productividad? ¿qué papel se reserva a los espacios sociales e institucionales? La superación de la crisis y el bienestar de la población dependerán de cómo se contesten estas y otras preguntas concernientes con la calidad y la sostenibilidad del crecimiento y con la distribución del ingreso y la riqueza.
Fuente: Econonuestra