Puerta del Sol. Doce de la noche, 17 de mayo de 2011. El sonido de las campanas dirige las miradas hacia el enorme reloj del ayuntamiento, y a su izquierda, una brillante pupila observando. La media luna árabe se completa en el cielo madrileño, la indignación contra la indiferencia llega a Occidente. La utopía del despertar social parece hacerse realidad. Ahora bien, ¿quiénes somos los utópicos?
Para muchos somos soñadores, jóvenes antisistema con propuestas inviables tales como la amplia reforma del sistema electoral, la nacionalización de la banca y sectores estratégicos o la implantación del referéndum vinculante. En realidad, somos ciudadanos prosistema, somos demócratas. Entonces, os preguntaréis por qué me rebelo contra el sistema político si me defino como defensor del mismo. Me rebelo porque tengo claro que, queramos o no, va a existir un cambio mundial inmenso, y quiero que esta transformación sea pacífica y consensuada.
Hablo de cambio global obligado porque la revolución de la información y de los medios de transporte es un shock que sobrepasa el sistema político actual. La llamada globalización supera todo lo vivido hasta ahora, y el Estado responde a su ineficacia delegando sus funciones en una red social diferente: la economía, la dictadura de los mercados. ¿Que por qué defiendo el modelo político actual si creo que está obsoleto? Porque creo que debe ser el propio estado nacional, en su versión más democrática y participativa, el que rubrique su final y coordine el sistema que surgirá tras su caída. No es la primera vez que sucede una circunstancia como la actual. Hace poco menos de dos mil años, la multiculturalidad y la incapacidad de control de un vasto territorio derrumbaron un modelo de gobierno muy diferente al actual: el del imperio. Roma respondió a la imposibilidad de gobierno (además de separando sus dominios en dos imperios) delegando parte de las funciones de la red política en la red ideológica, encumbrando así al Cristianismo como elemento homogeneizador. Tras la inevitable caída del Imperio Romano, fue la propia red ideológica (la Iglesia) la que coordinó el poder en Europa hasta que, muchos siglos más tarde y tras grandes luchas, surgió un nuevo poder político eficaz: nuestro estado moderno actual, es decir, toda nuestra manera de concebir el mundo en países. Este proceso fue lento y costoso.
Empieza a haber pensadores que comparan el poder que ejerció la red ideológica (la Iglesia) hace cientos de años con el actual control de la red económica (los mercados), advirtiendo de un peligro que ya es real: la subyugación del poder político por parte del económico. Sin soberanía de la red política sobre el resto de redes (económica, ideológica y militar) no puede haber democracia, ya que en democracia todos somos políticos, por lo que cuando un poder independiente controla a la red política nos está dominando a todos. Por eso, el movimiento social “Democracia Real Ya”, por mucho que haya algunos que quieran encasillarlo, no es ni de derechas ni de izquierdas. Lo único que pide es la soberanía de la política sobre la economía, y sin este requisito no puede existir ni izquierda ni derecha.