… porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra.
En el lapso de una semana han venido a producirse dos noticias que tienen entre sí un nexo común: la defunción del que fue presidente de Asturies, Sergio Marqués Fernández, y el anuncio de la definitiva exclusión de la derecha del Gobierno de Asturies, tras la conclusión del pacto entre UPyD y el PSOE, que se suma al alcanzado con anterioridad por este con IU.
Asistir al funeral de Sergio Marqués, junto a la mar, en aquella soleyera tarde del miércoles 6 de este escasamente soleado mes de mayo, daba pie a la melancolía y al recuerdo cuando, a la salida del acto religioso, uno pensaba en el ido. La contemplación de los vivos, sin embargo, invitaba a ver la escena en términos tragicómicos, al modo bufo de un esperpento valleinclanesco, acaso; como una película, tal vez, de cine mudo, con las imágenes moviéndose a toda velocidad y guiñolescamente desde 1995 hasta esa hora de las siete de la tarde de 2012. Pues, en efecto, allí estaban, cantando las virtudes del difunto, como si ellos no hubieran sido arte ni parte, sino simples espectadores acabados de arribar, todos cuantos correveidiles y malmetedores —con sus dimes y diretes y sus cuentos, primero, con sus conspiraciones, después— hicieron todo lo posible por derribar al primer presidente de la derecha en Asturies, ¡a partir del mes mismo en que tomó posesión de su cargo! Y, entre ellos, el ejecutor definitivo, Francisco Álvarez-Cascos, presidente en funciones mientras escribo estas líneas.
Pero, más allá de esas consideraciones de reflexión histórica concreta y personal, se impone otra: la de la constatación de la incapacidad de la derecha en Asturies para constituir una alternativa propia y fuerte que no acabe destruyéndose a sí misma. Porque el asunto va mucho más allá del papel de Álvarez-Cascos en toda esta historia (a quien, por cierto, la izquierda debería agradecer que la haya rescatado de las tinieblas en dos ocasiones). Con Álvarez-Cascos, hay una primera línea de actores bastante numerosa que ha venido moviéndose con un gran egoísmo, con falta de inteligencia, con escasa percepción de los intereses generales y notable de los suyos personales, con permanente dedicación a la intriga, de forma irresponsable, guiados, en todo caso, los más nobles, por el corazón y no por la cabeza. Y ahí han estado los pro-Marqués y los anti-Marqués, los pro-Cascos y los anti-Cascos, cambiando de bando muchos de ellos en varias ocasiones, según conveniencia, o ayudando a llegar hasta el precipicio y retirándose después a terreno más seguro. No han sido únicamente los que vivían de la política —cargos públicos con sueldo y apparátichiki; cachicanes locales, tras cuya persona van los votos del concejo—, lo han sido, asimismo, empresarios y «sostenedores». Y, desde luego, al oír ahora el proclamado desencanto con Foro de tantos de estos habituales de la política y el cargo, a uno le entran unas convulsiones de risa como si hubiese sido rociado con gas hilarante.
Ahora bien, la derecha social, los votantes, no están libres de responsabilidad, en modo alguno. No solo por el principio general de que la junta de accionistas, formada por cada uno de los ciudadanos, es quien nombra y delega en el consejo de administración, sino porque la forma en que acudieron a votar a Foro, en especial en mayo del 2011, frente al PP trasluce o una inocencia infantil o una ceguera voluntaria ante la consecuencia de los propios actos. Es cierto que el PP en Asturies era escasamente visible y atractivo, más bien inútil; verdad también que muchos ciudadanos, y no solo en la derecha, deseaban un cambio. Pero pensar que acudían a votar como quien elige a la más hermosa en un concurso de mises y que, después de eso, todo quedaría solucionado puesto que «todos eran los mismos», suponía ignorar que los votantes, precisamente, los acababan de convertir, mediante su voto, en enemigos irreconciliables. Seguir creyéndolos, desde entonces, parte de una misma comunión o cuerpo místico representa una especie de pensamiento mágico.
Ignoro, si, como se dice en el cierre de Cien años de soledad, la derecha asturiana volverá a tener otra oportunidad en esta tierra. Seguramente sí. Pero tardará tiempo. Deberá, primero, reconstituirse internamente, no solo en cuanto a siglas, sino, lo que es más importante, en el crédito de sus votantes y en el crédito general social. Pero, a mi entender, el problema no es un problema coyuntural, sino estructural: no existe derecha asturiana, hay una derecha poderosa en Asturies, pero no una derecha asturiana (al margen ya de la enorme facilidad genérica de la derecha para fraccionarse).
Procuraré explicarme. La derecha en nuestra tierra tiene claro su imaginario social y sus ideales con respecto a lo que debe ser España y, al mismo tiempo, tiene en muy poco lo que ella pueda ser aquí. Por eso no le plantea conflicto alguno a quién votar en las listas a Madrid (serán siempre solícitos acólitos del «príncipe») ni tiene interés alguno en participar en la organización socio-política llariega: la «de verdad» es la española. Y, sin embargo, la realidad y la vertebración autonómica del estado confieren una enorme importancia a la organización territorial de los partidos centralistas, más allá de su papel de franquicias recaudadoras para la casa central. Y es en este sentido en el que, entiendo yo, la derecha asturiana carece de un imaginario social colectivo; de una adecuada representación de sus intereses concretos aquí; de una presencia homóloga con su realidad social en la representación partidista (ocupada, más bien, por «apátridas» apparátichiki); de líderes, al tiempo, atractivos, no conflictivos y con capacidad de arrastre fuera de las propias filas. Esa tarea está, aun más que por hacer, por plantearse.
Y es necesario, porque únicamente quien sea un sectario enfermizo podrá negar la legitimidad de las propuestas de la derecha, su eficacia en muchos casos, así como la necesidad de la alternancia, no solo en el plano teórico, sino, entre otras cosas, porque, hasta la fecha, no han sido los gobiernos de PSOE-IU un modelo de éxito y eficacia en la gestión de nuestra patria, que uno sepa.