Las vocaciones ¿ocio o negocio?

Los romanos distinguían entre el otium y el nec-otium, entre el ocio y el negocio. Por negocio
entendían las actividades con las que obtenían algún tipo de beneficio, como la remuneración
económica. Con el ocio se referían a lo que no tenía precio, ni trueque, ni más merced que el gusto
de hacer las cosas por ellas mismas con una gratuidad que llenaba el corazón de alegría marcando
las motivaciones con el sello de la libertad. En este sentido las vocaciones son un verdadero “ocio”,
porque responden a la invitación gratuita de Dios, y suscitan la respuesta gratuita del hombre, a
través de las cuales el Señor desea construir con cada generación ese mundo que quiso dejar
inacabado para contar con cada uno de nosotros.
En el 4º domingo de Pascua, el Buen Pastor, celebramos la Jornada Mundial de oración por
las vocaciones. Y aunque todo camino cristiano implica una llamada, hay dos vocaciones
particulares: el sacerdocio y la vida consagrada. Sin duda que el fiel cristiano laico tiene una
fundamental función en la Iglesia y la sociedad dentro del ámbito de la familia, el trabajo, la política y
cualesquiera actividad intramundana. Dios llama también a estos hermanos y hermanas que en
todos estos espacios viven con audacia, creatividad y fidelidad su compromiso cristiano. Pero esta
Jornada mira a los futuros sacerdotes, consagrados y consagradas, orando por estas vocaciones.

 

El Papa en el mensaje para este día, parte del estupor que experimenta el salmista al
asomarse a la creación (¡Qué admirable es tu nombre, Señor, en toda la tierra! Salmo 8): “la verdad
profunda de nuestra existencia está encerrada en ese sorprendente misterio: toda criatura, en
particular toda persona humana, es fruto de un pensamiento y de un acto de amor de Dios, amor
inmenso, fiel, eterno (cf. Jr 31,3). El descubrimiento de esta realidad es lo que cambia
verdaderamente nuestra vida en lo más hondo. En una célebre página de las Confesiones, san
Agustín expresa con gran intensidad su descubrimiento de Dios, suma belleza y amor, un Dios que
había estado siempre cerca de él, y al que al final le abrió la mente y el corazón para ser
transformado: «¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé!… Me llamaste y
clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu
perfume, y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y
deseé con ansia la paz que procede de ti» (X, 27,38)”.

 

Es una gracia grande ver que nuestro Seminario crece y sus vocaciones se incrementan. Es
un regalo también cuando las distintas vocaciones religiosas y misioneras se afianzan y aumentan.
Toda vocación es fruto de un don que proviene nada menos que de la caridad del mismo Dios, un
amor que permanece para siempre fiel. Por eso apostilla el Santo Padre que “es preciso volver a
anunciar, especialmente a las nuevas generaciones, la belleza cautivadora de ese amor divino, que
precede y acompaña: es el resorte secreto, es la motivación que nunca falla, ni siquiera en las
circunstancias más difíciles”.
Oremos por las vocaciones, y dispongamos nuestras familias, las parroquias, los colegios,
los movimientos apostólicos, para que la llamada de Dios llegue al corazón de nuestros jóvenes, a
los que Él propone el verdadero “negocio” de la vida: amar como Dios ama, siendo en el sacerdocio
y en la vida consagrada, el reflejo comprometido y fecundo de la belleza y la bondad que el Señor
ofrece a todos sus hijos.

 

? Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

 

CARTA SEMANAL DEL ARZOBISPO DE OVIEDO. 29 DE ABRIL DE 2012



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