¡La pucha, que trae liciones / el tiempo con sus mudanzas! (Martín Fierro)
Cuando, dos días antes del asalto y apropiación de YPF, oí al ministro José Manuel Soria decir que el asunto estaba «en vías de solución» me dio un respingo. En primer lugar, porque ningún cargo público debe afirmar taxativamente nada en una situación de conflicto como esa. En segundo lugar, y sobre todo, porque es no conocer a los regímenes-pueblo como el peronista pensar que, una vez han anunciado que van a defender «los sagrados intereses de la patria», van a dar marcha atrás. De modo que, dos días después, consumado el asalto y expolio, me volvió segunda vez a la mente aquella frase que tras leer las palabras de don José Manuel había asaltado mis circunvoluciones cerebrales, una frase que suelen decir los personajes de las novelas de «El Santo», «Como dijo la actriz al obispo, tú eres tonto, hijo mío».
De forma semejante, cuando vi las declaraciones del señor Margallo y de la vicepresidente, doña Soraya, manifestando que la apropiación de YPF (que es lo que es, de momento) conllevaría «medidas» y, especialmente, cuando afirmó esta, a pregunta periodística, que «las medidas no se anuncian, se toman», pensé en varias cosas, una de ellas en que, cuando no se tiene un Méndez Núñez (literal o simbólico), el contrario hace con las amenazas «tirabuzones», como cantaban en el Cádiz de 1812 que hacían las gaditanas «con las bombas que tiran los fanfarrones», o, más en hoy, le hacen el mismo caso que un adolescente impertinente e impenitente le hace al profesor cuando lo amenaza con avisar a sus padres.
De modo que el asunto YPF, aparte de la desgracia de su propia entidad, nos ha servido como reactivo para ver el grado de incompetencia e infantilidad de este gobierno, aún a muchas millas de los registros del de monsieur Zapatero, pero con un buen trecho recorrido en su misma dirección.
Lo previsible es que, en fechas próximas, ahora con el nuevo pretexto de las medidas tomadas en represalia (no haber hecho nada, digámoslo, habría sido una opción insostenible), más empresas españolas (Telefónica, Endesa, Gas Natural, y otras cuantas decenas —varios cientos hay en aquel país—) sean hostigadas o sufran un acoso semejante.
La actuación argentina en YPF debe servir también de «memento»: nadie debería invertir (salvo si las inversiones se pueden deshacer o revertir en horas) en un país que vota sistemáticamente, desde hace décadas, al peronismo, o en países que votan cosas semejantes, porque ese voto es precisamente la expresión de un régimen-pueblo, es decir, de un pueblo que vota a sus dirigentes exactamente para eso (digamos, por cierto, y por si alguien tiene alguna duda, que Argentina es un estado que tiene decenas de litigios internacionales y que incumple las condenas y elude los pagos). ¿Que los argentinos tienen derecho a votar lo que quieran? Por supuesto, ello es precisamente lo que es la democracia. Pero los demás tienen también derecho a saber que ese voto nunca se separará de su naturaleza, como el escorpión que, en la fábula, pretendía atravesar el río sobre la rana.
(Es, por cierto, una visión beatífica y mistificadora de la realidad, esa pamplina de la teología democrática de que una cosa son los pueblos y otra los políticos. En una democracia son los pueblos los que incitan, aplauden y sancionan los comportamientos de los políticos, especialmente cuando su decisión se repite elección tras elección. Y, evidentemente, y a propósito, ya pueden imaginarse lo que pensarán de nosotros algunos inversores extranjeros cuando votamos de determinada manera, o hacemos y decimos ciertas cosas.)
Pero el asunto YPF no ha servido solo de memento de cuál es la realidad que nos resistimos a aceptar o de reactivo que nos haya permitido sondear cuánto de pininos tienen el PP y el Gobierno, también nos ha servido para que quien no quisiera ver pueda tener otra ocasión de conocer qué es en realidad el PCE, ya saben, esa fuerza política que se disfraza bajo las siglas de IU para poder engañar al sintagma coordinado de los «indignados útiles» y los «incautos de viaje» (¿o decía de otra manera la formulación clásica?): han apoyado la expropiación de YPF e, incluso, la han aplaudido (ya saben: el «anticolonialismo» y el «anticapitalismo» como pretextos de un proyecto de dominio social) y, por supuesto, se han negado a cualquier represalia contra «la soberanía argentina». «El que tenga oyíos p’atolenar qu’atolene», decía el equipo del obispo Fernández de Castro en la traducción del Evanxeliu de san Matéu.
Y, por cierto, el alma montuna del PSOE se ha comportado igual en Bruselas, exactamente con el mismo espíritu «franciscano» con que se negaron a transcribir aquella parte de la directiva europea sobre extranjeros que van a tratarse a otro país en la que se exigían condiciones de arraigo, trabajo o falta de medios propios para poder acogerse gratuitamente a la medicina del país ajeno: también ha votado en contra de las sanciones a Argentina y ha pedido lo que siempre se pide cuando uno no quiere enfrentar la realidad o pretende exculpar a alguien o amparar su delito: «diálogo».