Soy, me dicen, ciudadano de la comunidad europea. ¿Y eso en qué consiste? ¿Me habéis concedido algún derecho nuevo, más allá de dejarme atravesar las fronteras sin visado previo?
Reconozco que tampoco tengo que familiarizarme casi con ninguna moneda diferente, ni con los billetazos y los billetinos que administraba siempre mi buen y querido amigo Valentín, que nos explicaba paciente y solícito su valor cuando salíamos a dar un vistazo a Europa por el ojo de la cerradura.
Y está eso de que haya un cuerpo legislativo que dicta normas que todos los países deben remeter en sus respectivos ordenamientos jurídicos particulares, por más que a veces rechinen las viejas estructuras y se enreden y enganchen los engranajes gastados de máquinas y cachivaches jurídico administrativos.
Lo de la lengua, permanece. El último intento debió ser el del esperanto, cultivado, aprendido y corregido por el bueno de Manolo, a su vez el último de los amigos que aprendió arameo para comprobar y si hiciera a su juicio falta corregir los textos de la Biblia. Ni cundió lo del esperanto ni vi nunca las correcciones que conociendo a Manolo habrá hecho él en los márgenes de su ejemplar de la Biblia. Seguimos, tozudos, con lo de chapurrear nosotros lo suyo y ellos lo nuestro y hasta leí últimamente no sé dónde que se habían derogado una porción de normas de las de nuestra antigua gramática, so pretexto o descubrimiento de que la gramática, como los caminos de don Antonio, se va haciendo al andar y a capricho de los inventores de palabras y fórmulas deconstructoras hasta del hipérbaton.
Como al parecer hacen los cada vez más frecuentes tornados americanos, el revoltijo del gigantesco mercado mundial mezcla productos, frutas, hortalizas y laterío, juguetes y ropa con un marchamo de cualquier país, casi siempre made in otro asiático de mano de obra manejable y de caducidad inminente. ¿Será éste otro de los privilegios? Seguro que lo es, estar comiéndose una cereza y no saber dónde habrá madurado y sido cosechada ni ella ni los tomates de la lata que vas a mirar y te suena el origen a cuando estudiabas los ríos del mundo, cuando aquello del ingreso en el bachillerato y había que saberse como el padrenuestro, no sólo las preguntas y respuestas del padre Astete, sino también lo ríos de China y los lagos de Finlandia, dónde estaba el estrecho de Ormuz y qué era aquello del Chat el Arab o de la península de Kamchatka.
Insiste, sin embargo, todavía demasiada gente en que vamos a salir de estos líos socio políticos y socio económicos, en el fondo socio culturales, en que nos estamos ahogando y todo volverá a ser igual. Creo que se equivocan. Y que cuando salgan, los que salgan, descubrirán que todo es diferente.