Las escopetas las carga el diablo

Como las escopetas las carga el diablo así le ha ocurrido a Juan Carlos I al sufrir un accidente en un país africano, lejos de España, a donde le había llevado una vez más su afición cinegética, muy respetable por otro lado. Pero su urgente traslado a Madrid y la consiguiente operación de cadera ha hecho que los demonios mediáticos y el interés informativo se haya disparado con los comentarios más variopintos, y críticos, hacia su persona y lo que representa.

Si hace unos días les comentaba como gente poderosa de nuestro país le habían recomendado a Mariano Rajoy que fichara al comunicólogo asturiano Lalo Azcona para mejorar eso, la comunicación y la imagen ante los ciudadanos a través de una correcta presentación a través de los medios de comunicación, ahora a la vista de lo ocurrido al Jefe del Estado pienso que la Casa Real debería de replantearse precisamente ese tema, el de conectar bien, de manera directa y sencilla, y especialmente sin tapujos, con la opinión pública. Se que ha habido cambios en el servicio de comunicación de la principal institución de España pero  no parecen ser suficientes aunque, me consta, lo difícil que es para los expertos en el tema allí empleados desempeñar su trabajo dadas las circunstancias por las que últimamente atraviesa la Familia Real.

Los españoles en gran mayoría no somos monárquicos de convicción pero sí somos respetuosos con la Corona, sabedores del papel que ha jugado, y juega, en el complicado puzzle político de nuestro país que como quien no quiere la cosa de hecho se ha convertido en una nación federal. Juan Carlos I ha cumplido 75 años y los achaques comienzan a aflorar en un cuerpo ya sometido en los últimos años a varias operaciones quirúrgicas. Al heredero de la Corona, el Príncipe Felipe, a sus 44 años le encuentro ya perfectamente preparado para en su momento acceder a la Jefatura del Estado. No me gustaría, la verdad, que a Juan Carlos I le ocurriera lo que a muchos de nuestros políticos, esto es, que no sepa bajarse a tiempo de la piragua y, por tanto, el arroz se le pase cayendo en la indiferencia o, lo que es peor, en la crítica de su súbditos. En el mundo global en que vivimos, con una sociedad cambiante en base a las nuevas tecnologías y a los nuevos planteamientos sociales y económicos, y con la rapidez que se producen, iniciando como estamos el siglo de la comunicación -quien logre manejarla tendrá el poder-, instituciones como la Casa Real de España tienen que ponerse al loro y dominar a la perfección esa parte de sus obligaciones, la de comunicar a la sociedad su pálpito diría que diario.

¿Habrá  pronto una sucesión en el Trono de España?. Solo el destino lo sabe pero ni el Rey ni su heredero deben quemarse por inanición en sus cargos. Claro que como asturiano me gustará ver en su momento como Reina de España a la nieta de mi querida colega Menchu Alvarez del Valle. Contra pronostico, y ahuyentando a los agoreros que pronosticaban que no daría la talla, Letizia Ortíz está llevando sus responsabilidades como Princesa de Asturias, su tierra, con eficacia y prestancia. A estas alturas de nuestra democracia seguro que más de uno en La Zarzuela se habrá acordado de la figura del general asturiano Sabino Fernández Campo. Si el ya fallecido Jefe de la Casa Real estuviera en ella a lo mejor estas cosas no pasaban. Desde su jubilación en circunstancias nunca tampoco bien explicadas a la opinión pública la comunicación y el saber estar de los miembros de la Familia Real ha dado muchos bandazos. Su sucesor, el también asturiano Alberto Aza, hizo lo que pudo pero también terminó cansado del importante esfuerzo.

En fin, el tema es preocupante, máxime por la situación actual en que se encuentra España, azotada por la crisis y con más de cinco millones de desempleados. Por el bien de todos espero que las relaciones entre Juan Carlos I y Mariano Rajoy sean fluidas porque un desencuentro entre Casa Real y Gobierno era lo que nos faltaba.



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