Lo hemos logrado, al fin, entre los del lado de acá, los de allá y los intermedios. Vamos a tener una autonomía desequilibrada por el mismísimo exceso de equilibrio. Una veintena de votos nos deja a la buena de Dios, que ojalá nos coja confesados.
Somos, mitad de la derecha, mitad de la izquierda, los votantes, en realidad poco más de la mitad de los que podrían haberlo hecho y la estadística extrapoladora y simplificante dice que habría sido igual y que los desentendidos, desilusionados, en el fondo escépticos, de haber votado, se habrían agrupado de modo proporcional a los interesados en la cuestión.
Y ha tenido que venir una veintena de ciudadanos oriundos, pero de afuera a decidir que el asunto se complicara todavía un poco más de lo que lo estaba. Los de más lejos, no han decidido, pero han complicado notablemente la partida. Tenían derecho a hacerlo y lo hicieron, otra cosa es si para bien o si para mal, si deberían o no haber tenido este derecho incuestionable y merecería la pena tomar cuenta de la cuestión, de lege ferenda.
No hemos tenido, en mi modesta opinión, en esta hora y caso, en cuenta los intereses de Asturias. Nos hemos enrocado, cada cual en su capullo, larvados, indecisos entre Pinto y Valdemoro, que si galgos o podencos. Y ahí estaremos, ¿hasta cuándo, Catilina …?
Auguro desencuentro, desorientación creciente, una errática jira por el desierto de los tártaros y muchos años de pobreza y emigración para nuestros descendientes. A los viejos nos cogen por fortuna, del otro lado, con un pie en el estribo, pero eso no nos libra de la inquietud por los nuestros que se podrían quedar, como decía el abuelo cuando narraba sus batallitas, hasta sin intemperie.