De súbditos a ciudadanos plenos. Ciudadanos “educados”, es decir que actúan en virtud de sus propias reflexiones. “Libres y responsables”: así los define el artículo 1º de la Constitución de la UNESCO. Personas capaces de hacer pleno uso de las facultades creadoras distintivas de la especie humana, capaces de inventar su futuro, que nunca debe ser aceptado como irreversible. El fatalismo y el dogmatismo deben erradicarse para volar alto, sin adherencias ni lastres en las alas, en el espacio infinito del espíritu.
Ciudadanos implicados, comprometidos, que no se dejan amilanar, que saben superar el miedo que tantas voluntades atenaza.
Durante siglos, hemos estado sometidos a un poder absoluto masculino. Hemos sido espectadores impasibles, no actores; receptores de información con frecuencia sesgada, y no emisores; testigos temerosos de intervenir. Silenciados, silenciosos.
Por eso es esencial la educación para una ciudadanía “libre y responsable” que, como se establece en el primer párrafo del preámbulo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, “se libere del miedo”.
Convencido de la importancia esencial de la educación en Derechos Humanos y Democracia, organicé, como Director General de la UNESCO, un Congreso mundial para abordar, con miles de docentes de todo el mundo, la mejor manera de llevarla a la práctica, beneficiándonos mutuamente de la experiencia adquirida por todos ellos. Se celebró en Montreal, Canadá, en marzo de 1993. El resultado fue un “Plan de Acción sobre educación en Derechos Humanos y democracia”, cuya lectura aconsejo a quienes siguen, por motivos partidistas o religiosos, preconizando otro tipo de educación cívica que carece, lógicamente, del rigor conceptual y práctico que caracteriza a este documento elaborado teniendo en cuenta las múltiples facetas que debe incluir.
Tan bien le pareció a la Conferencia Universal de Derechos Humanos, que tuvo lugar en Viena en el curso del año de 1993, que la incorporó al texto final.
He leído con perplejidad un artículo aparecido en Alfa-Omega, del ABC del 8 de marzo de este año, que se titula así: “¡Gracias, papá y mamá, por animarme a objetar la Epc!”. Hasta la edad de la emancipación es función de los padres o tutores elegir el marco religioso e ideológico que consideren más apropiado para sus hijos. Pero “objetar” la educación ciudadana como acabo de relatar, es exponerlos a crecer dependientes y atemorizados.
Lean el Plan Mundial de 1993 dirigido a todas las personas, familias, educadores, estudiantes, gobernantes… de la Tierra. Y quizás entonces reconozcan que hay temas que se han esclarecido debidamente hace ya años con plenas garantías de toda índole…
Ciudadanos implicados, comprometidos, que no se dejan amilanar, que saben superar el miedo que tantas voluntades atenaza.
Durante siglos, hemos estado sometidos a un poder absoluto masculino. Hemos sido espectadores impasibles, no actores; receptores de información con frecuencia sesgada, y no emisores; testigos temerosos de intervenir. Silenciados, silenciosos.
Por eso es esencial la educación para una ciudadanía “libre y responsable” que, como se establece en el primer párrafo del preámbulo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, “se libere del miedo”.
Convencido de la importancia esencial de la educación en Derechos Humanos y Democracia, organicé, como Director General de la UNESCO, un Congreso mundial para abordar, con miles de docentes de todo el mundo, la mejor manera de llevarla a la práctica, beneficiándonos mutuamente de la experiencia adquirida por todos ellos. Se celebró en Montreal, Canadá, en marzo de 1993. El resultado fue un “Plan de Acción sobre educación en Derechos Humanos y democracia”, cuya lectura aconsejo a quienes siguen, por motivos partidistas o religiosos, preconizando otro tipo de educación cívica que carece, lógicamente, del rigor conceptual y práctico que caracteriza a este documento elaborado teniendo en cuenta las múltiples facetas que debe incluir.
Tan bien le pareció a la Conferencia Universal de Derechos Humanos, que tuvo lugar en Viena en el curso del año de 1993, que la incorporó al texto final.
He leído con perplejidad un artículo aparecido en Alfa-Omega, del ABC del 8 de marzo de este año, que se titula así: “¡Gracias, papá y mamá, por animarme a objetar la Epc!”. Hasta la edad de la emancipación es función de los padres o tutores elegir el marco religioso e ideológico que consideren más apropiado para sus hijos. Pero “objetar” la educación ciudadana como acabo de relatar, es exponerlos a crecer dependientes y atemorizados.
Lean el Plan Mundial de 1993 dirigido a todas las personas, familias, educadores, estudiantes, gobernantes… de la Tierra. Y quizás entonces reconozcan que hay temas que se han esclarecido debidamente hace ya años con plenas garantías de toda índole…