—Si yo fuese Dios —dice mi trasgu particular, Abrilgüeyu, mientras, acodados en la barra, tomamos unos culinos de sidra de restallu—, me reiría mucho. En realidad, son tan tiernos con sus enfados («ahora a estos los castigo») y con sus episódicas ilusiones («ahora este lo va a solucionar todo») que no puede mirárselos más que con espíritu condescendiente. Pero yo no soy Dios, soy nada más que un humilde trasgu, y estoy hasta las narices de que me paren por la calle para reiterarme lo mismo: «¿Se arreglarán, eh? Esta vez se arreglarán, ¿no?».
Echa otro culín. Hoy tiene la payuela y la parpayuela desatadas.
—Los humanos sois especialistas en romper los jarrones adrede, por irritación o por creer que dentro se encuentra un tesoro, y luego en pedir que vengamos los seres sobrenaturales a arreglarlo. Es muy difícil que se arregle. Esto no es la desavenencia de una pareja por el olvido de la fecha de cumpleaños o por discutir sobre la suegra. Se ha partido un negocio en dos y ambos compiten a muerte por la misma clientela con el mismo producto. De modo que, piensen lo que piensen los que rompieron el jarrón, la compostura es casi imposible, casi.
—Así que, a lo mejor, vuelve a gobernar el PSOE, esta vez bajo la advocación de don Javier Fernández, con la ayuda habitual de IU. ¡Y ahora que lo pienso! ¡A lo mejor, sí es para reírse! Porque, fíjate, si el final del episodio del enfado del jarrón consiste en que lo que va a ocupar el lugar de honor de la casa a partir de ahora va a ser el tiesto de PSOE-IU, pues habrán hecho un pan como unas hostias, los del búcaro.
Pide otra verde de culo ancho y suelta una risita.
—Y, además, sobre los impuestos que suba Mariano, estos subirán aún más los de aquí, como ya lo hicieron, para quitarles dinero a quienes lo tienen a la vista y a los que ellos dicen que lo tienen para dárselo a los que no lo tienen y a los que dicen que no lo tienen, ¡verás qué carcajadas la suyas!
—Sí, sí. Puede ser divertido. Y más, por otra parte, si se cumplen las encuestas y UPyD entra y es la llave. Ya verás qué apuro el de los de Rosa. Porque, además de tener que explicar por qué se presentan para devolver competencias, o, más adelante, por qué se han olvidado de ello, tendrán que decidir si apoyan a unos u otros. Y ahí no solo se habrá acabado el limbo que, hasta ahora, les permitía crecer, sino que, inevitablemente, en cuanto se decidan, acabarán con la mitad de su electorado.
—Por cierto —apúrreme, por fin, un culín, tras tomarse él tres: está imparable—, ¿no podrían disimular un poco y hablar de las cosas de aquí? Por ejemplo, entre otras muchas, de la reforma estatutaria y la financiación. Ya sé que lo principal de vuestro destino se juega en Europa y Madrid, pero la variable asturiana es una variable independiente, que puede acompañar, frenar o impulsar la marcha general. No hace falta que te lo diga a ti, ¿verdad? Pero aquí no hay más que los rutiazos —perdón los tópicos— de la política general: el copago, la huelga, la reforma laboral… ¡Vaya peñazo! ¡Vaya estafa! O, por mejor decir: no os tienen en ninguna consideración.
—Y, a propósito —me mira con malicia—. ¿A quién vas a votar tú, si es que vas a votar?
Me salva el chigreru. Llevaba ya tiempo barriéndonos los pies y recogiendo las mesas. Al final, ha acabado por ponernos de patitas en la calle, a mí, con la vuelta en la mano (al final he apagado su sed y pagado su locuacidad), a él, encasquetándole la montera en la cabeza.
Nos miramos. Me contempla con un punto de ironía:
—Que conste que ya sé lo que callas, raposu. No se me escapa.