Queridos amigos y hermanos: paz y bien.
He estado leyendo el discurso de Benedicto XVI a los representantes políticos de la República de Benin, en su reciente viaje. Escribo estas líneas cuando me dispongo a viajar a ese rincón africano para visitar a nuestros misioneros y tomar contacto con la realidad pastoral y sociocultural en donde ellos trabajan desde hace 25 años como una misión diocesana de Asturias. En esas palabras del Santo Padre, he encontrado un párrafo que quisiera hacer mío: «No privéis a vuestros pueblos de la esperanza. No amputéis su porvenir mutilando su presente. Tened un enfoque ético valiente en vuestras responsabilidades y, si sois creyentes, rogad a Dios que os conceda sabiduría… Es necesario que seáis verdaderos servidores de la esperanza. El poder, de cualquier tipo que sea, ciega fácilmente, sobre todo cuando están en juego intereses privados... Sólo Dios purifica los corazones y las intenciones. La Iglesia no ofrece soluciones técnicas ni impone fórmulas políticas. Ella repite: No tengáis miedo. La humanidad no está sola ante los desafíos del mundo. Dios está presente».
Este es el mensaje de la Iglesia que en momentos de grave responsabilidad debemos repetir: propiciar la esperanza especialmente en aquellas personas que más amenazada la tienen. Tenemos en el horizonte una nueva cita electoral y nos vamos enfilando para los nuevos comicios en donde siempre hay tanto en juego. Algunos ya se han anticipado para que no falte la referencia regañona hacia la Iglesia en general y hacia el arzobispo de turno en particular. Supongo que según vayan adelante las calendas, se irá subiendo el tono de la ironía amenazante y de la descalificación según consignas. No da para más la falta de talento o ni acaso da para menos el apuro ante los pronósticos reales, y entonces se recurre a la provocación insidiosa y a la bronca perdonavidas.
Antes de que comience el asunto de campaña, que no quiero yo molestar, me permito aclarar a quien corresponda que tampoco esta vez me presento a las elecciones, porque mi tribuna no es la política y mi militancia no es la partidista. Lo negarán, ya lo aviso, y me imputarán como doctrinos justamente lo contrario de cuanto acabo de aclarar. Sé que no me defraudarán, y volverán a su estribillo, santo y seña, aún sabiendo que engañan a conciencia. Con paciencia franciscana volveré a escuchar a algún propio (hay de todo en la viña del Señor) y a los habituales extraños, que los obispos hacemos política cuando hablamos o actuamos en los alrededores de estas convocatorias. Pero es falso, falso de verdad.
Salir en defensa de la vida humana en todos sus tramos desde antes de nacer hasta su desenlace natural; entender la educación como un proceso donde la persona crezca y madure sin censurar ninguna dimensión ni imponer ideologías; proteger la familia en lo legal y lo económico, y defender el matrimonio contra toda violencia, contra toda confusión barata de falsa progresía; poner todo el empeño ante la tremenda lacra del desempleo en todas sus procedencias y en todas sus consecuencias; aportar responsablemente lo que ayuda a superar la crisis económica sin cortinas de humo que maquillen la crisis moral (la de la corrupción imputada o imputable, la de los chiringuitos del famoseo y la frivolidad, la de los subsidios que hacen cautivos, la de las engañifas por doquier). Para afirmar esto y para defenderlo, para volverlo a proponer como criterio para votar en unas elecciones, no hay que acudir a ninguna sigla política, ni supone bendecir o maldecir a los partidos que se presentan. Lo diga quien lo diga, que no por repetirlo eso se convierte en verdad.
El compromiso de la Iglesia en el campo de la educación, de la cultura, de la ayuda a los necesitados sea cual sea el nombre de su penuria o pobreza, de la paz sea cual sea el conflicto que la violenta, es patente para quien no tiene prejuicios ideológicos. Como también son patentes nuestros errores, que los tenemos, de los que aprendemos y por los que sabemos pedir perdón. Pero zarandear al pueblo cristiano con fantasmas falsos, queriendo caldear rencores obsoletos y escenificando una confrontación estéril, es equivocar el discurso. Porque cada vez asustan menos sus sustos, cada vez son más patéticas sus amenazas, y con la que está cayendo da grima que “ere que ere”, erre que erre, se sigan ninguneando las verdaderas demandas de las personas reales. Son demasiadas familias con graves problemas, son demasiados retos los que tenemos delante cuando la vida, la libertad, la paz o el trabajo están en entredicho.
No somos los católicos los rivales del verdadero progreso. No obstante, si insisten en esta deriva, al menos sabremos quiénes no nos representan, ni quiénes serán depositarios de nuestra confianza. Valdría la pena cambiar el guión y empezar a colaborar en la gran franja de lo que nos está reclamando construir y dialogar juntos, en vez de levantar trincheras y crispar al personal. Son demasiados los pobres que llenan nuestros comedores sociales, las familias rotas y entristecidas que acuden a nuestras Cáritas, las mujeres gestantes y maltratadas que son utilizadas, los niños que no nacen o que crecen sin esperanza, los jóvenes que no han estrenado un trabajo, los enfermos o ancianos asustados, los transeúntes sin techo ni beneficio, los desesperados en los callejones sin salida… ¡Santo Dios! con la que está cayendo que nos andemos por esas ramas. Es hermosa y noble la dedicación a la política cuando ésta se concibe como un servicio. Ojala que lo entiendan quienes se presentan como candidatos y con altura de miras hagan posible lo que decía el Papa: no amputar el porvenir ni mutilar el presente, sino con sabiduría y responsabilidad construir la esperanza.
Recibid mi afecto y mi bendición.
*Arzobispo de Oviedo
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