Se celebró en la mañana del 18 de febrero el Consistorio ordinario y público para la creación de nuevos cardenales; el cuarto del Papado de Benedicto XVI, ceremonia de muy notable brillantez con Mario Monti, el político “fiduciario”, en uno de los primeros bancos. Músicas de trompas y trompetas anunciaron el inicio, desde la sacristía de la Basílica vaticana al altar de la Confesión, de la procesión presidida por el Papa, no revestido de pontifical y subido en la pedana mobile, empujada de manera imperceptible por dos sediari pontificii. Ese Consistorio resultó trabajoso y discutido (a él nos referimos en el artículo Ratzinger en el edificio Reichstag, escribiendo de palmas de adulación y de susurros de sacristías ya el 13 de noviembre de 2011); fue precedido, entre otros, de dos hechos graves ocurridos días antes. El 25 de enero se divulgaron cartas, naturalmente reservadas, dirigidas al Papa y al cardenal Secretario de Estado, de monseñor Carlo Maria Viganò, actual embajador pontificio en EE.UU. y el 10 de febrero se publicó un documento anónimo, entregado al Papa por el inquietante cardenal Castrillón, conteniendo comentarios del cardenal Arzobispo de Palermo, Paolo Romeo, ahora negados por éste.
Los supuestos comentarios del prelado siciliano, diplomático de carrera y ahora pastor, son sugestivos y sabrosos por su sensacionalismo: guerras entre facciones de cardenales (conflitti tra cordate), muerte del Papa a plazo cierto (complotto contro il Papa) y ya con un pretendido sucesor: el cardenal Scola. Antes de ese “informe”, de lo primero y lo último -reconózcase sin hipocresía- se ha hablado mucho, mucho (escrito menos), en Roma y en otros lugares (sobre lo de Scola escribimos con ocasión del viaje del Papa al Triveneto en la primavera última); de lo del complot para la muerte de un papa, la Santa Sede lo viene arrastrando desde 1978, teniendo en ello una parte de responsabilidad por avivar ella misma el sensacionalismo. Ha sido el Estado vaticano, hasta ahora, incapaz de eliminar dudas o sospechas sobre muertes producidas en el interior de los muros vaticanos a partir de aquel año (algunas en tiempos de Juan Pablo II), no sabiendo –seguimos sin saberlo- si la incapacidad es por no saber o no poder. Y así el sensacionalismo seguirá e irá, devastadoramente, a más, con resultado de descrédito e intranquilidad de fieles.
No obstante el atractivo sensacional de lo anterior; ahora interesan más las dos cartas, la de 27 de marzo dirigida al Papa y la de 8 de mayo de 2011 dirigida al cardenal Secretario de Estado. Cartas en las que el entonces Secretario General del Governatorato de la Ciudad del Vaticano, en la actualidad Nuncio Apostólico en Washington, denuncia corrupción, despilfarros y otros hechos muy graves y escandalosos en la gestión económica de aquel organismo vaticano, que es precisamente el órgano de Gobierno o “Poder Ejecutivo” del Estado vaticano, cuya plenitud de poder corresponde al Sumo Pontífice según la Ley Fundamental, señalando en sus acusaciones a personas concretas, unos prelados y otros laicos (a veces más hipócritas, peligrosos y pérfidos éstos que aquéllos). Muy interesante es otra carta del nuncio Viganó, también dirigida al Papa, de fecha 7 de julio de 2011, que pasó desapercibida –tiene poco de sensacional, pues no contiene referencias a la corrupción como las otras dos-, si bien, analizándola con detenimiento, permite “ver” asuntos de utilidad para lo eclesiástico y para lo político (internacional), siendo esa carta reacción de su autor al conocer su designación para la nunciatura norteamericana.
Es útil realizar varias consideraciones previas. Primera: Las cartas se divulgaron (25 de enero) en un programa de televisión dirigido por el periodista Gianluigi Nuzzi, que es el autor de un libro tremendo “Vaticano SPA”(2009), editado en España en 2010 por Planeta, siendo posterior la edición francesa (2011). La primera parte del libro está basada, según el autor, en miles de documentos secretos relacionados con el IOR (“banco vaticano”), que pertenecieron a monseñor Dardozzi, importante consejero de los cardenales Casaroli y Sodano; la parte segunda relaciona al IOR con supuestos dineros de la Mafia. Segunda: El mismo 25 de enero ocurrió un hecho importante: la promulgación de un Decreto vaticano (47 folios frente a 41 de la Ley española sobre lo mismo), acerca de “la modificación e integración de la Ley 30.12.2010 sobre prevención del blanqueo de capitales proveniente de actividades criminales y de financiación del terrorismo”. Una nota de prensa leída por el P. Lombardi calificó a eso de “per casuale coincidenza”. El Decreto lo firma el Arzobispo Guiseppe Bertello, ya Presidente del Governatorato de la Ciudad del Vaticano (hoy cardenal, de birreta polémica, incluso dentro del Sacro Colegio). Viganò y Bertello, dos prelados de la misma procedencia, de la carrera diplomática, y muy diferentes en lo demás, también en lo de las cordate en disputa, habiendo conseguido el último (Bertello) lo que no el primero (Viganò): la Presidencia del “poder ejecutivo” vaticano y la birreta cardenalicia (la mucha prudencia ha de tener ante lo que se le avecina, puede resultarle poca). Ciertamente que no quedaba sitio en el Consistorio para purpurados asiático-filipinos, africanos y alguno más de América del Sur, aunque si para Timothy Dolan, de biografía y andanzas a estudiar. Tercera: Por todo lo antecedente, era muy esperada la alocución de Benedicto XVI en el Consistorio matinal, que, si bien siguió la línea de los anteriores (“Iglesia unida a Pedro y Pedro como roca”), fue muy directo en contraponer, de manera reiterada, la lógica de la fe frente a la del mundo –uno de los temas, por cierto, concurrentes del actual Papa-. Lógica del Evangelio, lógica de Cristo, lógica de la fe y lógica del servir frente a la lógica errónea del poder, la gloria y del ser servido, no pasando inadvertido el final inusual:” Y pedid también por mí, para que pueda…regir con humilde firmeza el timón de la Santa Iglesia.
En la carta de monseñor Viganò de 7 de julio de 2011, en la que suplica al Papa que se aplace su traslado a Estados Unidos, salen a escena varios protagonistas del “drama”. El mismo Papa, que no sólo es el destinatario de la misiva, sino actor principal. Un Papa que parece ocupado y preocupado por las “cosas” de gobierno; no un Papa diletante en músicas mozartianas, en enredos librescos o en “juegos teológicos” que algunos gustan ver. Un Papa que el 4 de abril de 2011 recibe a monseñor Viganò, apenas días después de conocer su explosiva carta (la de 27 de marzo) y al que en esa audiencia da grande conforto; luego sabe el Monseñor que el Papa ha ordenado que una especial comisión “super partes” aclare los hechos, comisión de la que nada se ha vuelto a saber. Parece que cambian las tornas y monseñor Viganò se entera el 2 de julio que el Papa cree, como otros en el Vaticano, que es “el culpable de haber creado un clima negativo en el Governatorato (él era su Secretario General), lo cual haría necesario un traslado, que tendría lugar días posteriores, con la firma papal de su nuevo nombramiento diplomático (fue cesado al segundo año del nombramiento, con tres de antelación al quinquenio previsto en la Ley vaticana). Otros actores del drama son el Cardenal Giovanni Lajolo, gran responsable por ser Presidente del Governatorato, hoy ya emérito, el cual, no obstante las denuncias, entre otros, de monseñor Viganó, tiene, según éste, una actitud pasiva (“mancanza di un intervento”), de ahí que busque amparo en el Secretario de Estado, Cardenal Bertone, que en la carta parece (es una mera apariencia) hacer de “correveidile”.
Y para protagonista, el propio autor de la carta, que resulta en un estado mental de agitación o zozobra, por causa del “profundo dolor y amargura” que le causa el nombramiento de Nuncio Apostólico en Estados Unidos y también por causa de la angustia que le causa la enfermedad de su hermano mayor, gravemente enfermo de un ictus. La preocupación por su “buena fama” es tal que pide tutela de la misma al propio Papa y que postergue su decisión a que todo se aclare, a cuyo efecto propone “la actuación de un órgano verdaderamente independiente quale ad esempio la Signatura Apostólica, que es el Dicasterio de la Curia que ejerce de Tribunal Supremo. El enredo, ciertamente, ya de por sí grande, podía ser mayor, dados los altísimos intervinientes propuestos para salvar la buena fama. El 6 de febrero, el L´Osservatore romano publicó la siguiente noticia:”el 18 de enero Mons. Viganò, al llegar a la Casa Blanca, fue gentilmente recibido por la jefa del Protocolo, que lo introdujo en la Oficina Oval, donde el Presidente de los Estados Unidos, el señor Barack Hussein Obama, lo recibió con mucha amabilidad”.
El cuatro de febrero se hace pública una “Declaración de la Presidencia del Governatorato (los dos firmantes principales son el emérito Cardenal Lajolo y el Arzobispo Guiseppe Bertello) que, en respuesta a las cartas, desautorizan a su autor, juzgándolas “fruto de evaluaciones erróneas o basadas en temores”, lo cual es una desautorización en toda regla a un diplomático, cuyo trabajo es básicamente evaluar y no tener miedos. Y llegados aquí, sólo queda tener paciencia (los tiempos eclesiásticos son de “longue durée” como escribiera el cardenal Paul Poupard, muy amoroso al Papa Benedicto en las vísperas de las Navidades), para saber qué lógica se aplicará a monseñor Viganò, si la de la fe o la del mundo. Confieso que preferiría que se aplicase la de la fe, teniendo claro que si en vez de la Iglesia, estuviésemos en otra organización, parecida en jerarquía y disciplina, como la Milicia, inevitablemente, se aplicaría la lógica del mundo, aunque el Papa, mi bendito Benedicto, diga y escriba con repetición que es la errónea.
Fue leyendo hace una década a Carl Schmitt su Catolicismo y forma política cuando llegué al convencimiento que el “cargo” de Papa es el trabajo más difícil, endiabladamente difícil, que una persona puede realizar en este mundo, no habiendo otro de parecidas dificultades. Si en 1922, fecha de la escritura del libro, la complexio oppositorum atribuida a la Iglesia católica (“no parece que haya contraposición que ella no abarque” escribió el alemán), fue un acierto suyo -no soy schmittiano como no soy marxista aunque cite a Marx-, ahora, noventa años después, la complexio es muy superior, pues desde aquel 1922 se firmaron los Acuerdos de Letrán, el IOR funcionó simile banco, se celebró y “no acabó” el Concilio Vaticano II, el euro-centrismo va a menos a la carrera y hasta modificaciones burocráticas, como la edad de jubilación a los 75 años (si obligación de renuncia y no de la aceptación), plantean enormes complejidades. Todo, todo muy complejo y cada vez más.