Ponen en las verdades puñados de mentira echada a voleo, como hace el sembrador y así ya no hay manera de saber lo que queda de la verdad que alguien esgrime y trata de defender.
Tú enturbia el río, que ya pescaré yo, aguas abajo.
Nos arrastran con sus señuelos, que aprendieron, los muy cucos, a provocar como cuando éramos niños, todavía. Cierras los ojos y está regando el barrendero aquél, probable buen hombre, padre de familia, paciente, esforzado, meticuloso, y salíamos por las esquinas los arrapiezos de entonces, cantándole que “¡la manga riega, que aquí no llega; si llegaría, me mojaría!”, hasta que enloquecía y se arrancaba como un toro bravo y nos divertía tanto que nos persiguiera y dijese todas las barbaridades que iba gritando.
Pereza en el pensar, llamaba aquel inolvidable catedrático que insistía en desbravarnos, a la cita de aforismos, cuando la realidad es tan variopinta y multiforme, y es tan necesario examinar cada caso concreto, y por eso la consigna aullada por un megáfono no se convierte, por incremento del volumen de voz, ni en verdad, cuando no lo es, ni en verdad permanente, ni siquiera cuando de momento lo parezca a la mayoría o al común.
Porque la vida es cambiante y la realidad se perfila a base de circunstancias que sutilmente modifican el patrón, y en eso se diferencia un traje a medida de la medida industrial de un traje de tu talla.
Nos toman el pelo, los que disponen de nuestra acongojada libertad y manipulan la inercia de muchos para dificultar el afán de pensar de los que se empeñen en hacerlo.
Dos componentes de la libertad, me parecen indispensables para proclamarla. Son muy sencillos. El hombre libre ha de ser independiente y para serlo necesita participar del acervo material y moral o cultural de su generación y de su tiempo.
Cuantas más personas piensen por sí mismas, consideren por sí mismas y decidan por sí mismas, mejor será la convivencia del grupo social de que todos formamos parte esencial.
Es mi reflexión personal de esta helada mañana de febrero, recién emergido el aire del hondón de la helada, con la telaraña del patio todavía enredada con el collar de gotas de rocío iridiscente que olvidó colgado de ella la reina de las hadas esta noche pasada.