La semana que viene trae como a rastras a don Carnal, que lo ha dicho el Arcipreste. No, hombre, no el nuestro, sino el de Hita, hace mucho tiempo, en otra época que todo el mundo cuenta, pero ya nadie recuerda. Durante aquellos fastos, se preparaba la gente para cubrirse la cabeza de ceniza y hacer penitencia. Ahora … ¿para qué quieres que te cuente?
Unas vísperas de carnaval, que dicen que hasta el la villa hay carrozas apalabradas, y murgas y comparsas y saldrán a tocar los “aficionados” que yo, todavía ingenuo, creí que salían a divertirse y participar, pero que no cobraban. No quedan más cosas gratis que los sueños, algunas ilusiones y los envases vacíos que dejan los supermercados fuera y viene gente, algunos a escondidas, se ve que con vergüenza, que los recoge y se los lleva. El otro día, un vagabundo, escogía su cartón de pernocta.
Triste mundo, a la entrada del carnaval, que ahora, cada año más, le va pisando terreno a la cuaresma para no coincidir con el de la villa de al lado y así tener dos carnavales y si acaso media cuaresma.
Cuarenta días eran la conocida “cuarentena” de los barcos que traían enfermos y no se les dejaba entrar en puerto hasta comprobar que ni contagioso ni letal. Hubo un pabellón, abierto a todos los vientos, en el viejo hospital de pobres que sugirieron y en su mayor parte pagaron los indianos, a que con la ingenuidad de la época se llamó “de infecciosos”. Reductos para unos posibles contagiosos que ahora no se tocan sin todo un aparataje como en imprescindible para pasear por la Luna, que tengo yo un conocido que asegura que fue mentira, que en la Luna no ha paseado nadie todavía, que “aquello” fue un montaje y en realidad donde estaban corriendo y saltando aquella gente era en un desierto.
Curioso que en el mundo haya quien cree cualquier cosa y quien es incapaz de creer cosa alguna. Da qué pensar. (¿Se acentuará este último qué? Voto que sí. ¿Y si te equivocas? ¿Veis cómo da qué pensar?)