Me considero un lector, un radioyente y un telespectador con alguna antigüedad, y ello me ha dado la oportunidad de seguir muy de cerca la trayectoria periodística de Martín Ferrand desde hace muchos años, y siempre admiré su intuición para contar, su honestidad para contrastar, su inteligencia para interpretar y su amenidad para establecer sintonías duraderas con sus seguidores.
Sé, Manolo, porque lo hemos hablado en varias ocasiones, que nada de lo que ocurre en Asturias te resulta ajeno, ni siquiera distante, y de tus observaciones y de tus críticas muchos seguimos aprendiendo cada día. Aunque hoy ya no puedes disfrutar de la crónica asturiana del entrañable Agustín Santarúa, tu ascendencia gallega y tu residencia cántabra son dos atalayas cercanas que facilitan tu conocimiento del paisaje astur y que favorecen el buen entendimiento entre dos personas que gozan de las virtudes de la brisa del Cantábrico en el cultivo del vínculo de la amistad.
Por eso, es para mí un honor que hayas accedido a presentar este libro, siendo lo que eres: un grande del periodismo español, un histórico capitán de entusiasmos, un luchador que no conoce el desaliento y un profesional sin cuyo protagonismo no se podría entender la transición de los medios de comunicación españoles hacia la democracia, ni su modernización en el acceso humanizado a las nuevas tecnologías.
Profesionales como Manuel Martín Ferrand hacen milagros, convierten en amor a la libertad todo lo que tocan, y también transforman en grandeza de entendimiento y de cultura todo lo que sueñan. Muchísimas gracias por tu afectuosa presencia y por tus generosas palabras.
Señoras y señores:
Permítanme unas palabras, en esta sede de la Asociación de la Prensa de Madrid, en recuerdo de tantos profesionales de la información y de la opinión que, procedentes de Asturias, llegaron y se consolidaron y trabajaron con esfuerzo y brillantez en la Villa y Corte. Leopoldo Alas “Clarín”, el gran novelista ovetense, hacia llegar en una diligencia sus artículos, sus temidos “paliques”, a la prensa madrileña. Años más tarde, Ramón Pérez de Ayala escribía su importante obra periodística en esta capital en la que atenuaba la nostalgia de su tierra con el humor y con el afecto de otros paisanos suyos, como el escultor Sebastián Miranda.
Pero, más cerca en el tiempo, hubo una época en que el periodismo español parecía estar en manos de asturianos: desde el director general de Prensa, Alejandro Fernández Sordo, hasta el director de “Gaceta ilustrada”, Manuel Suárez Caso; desde el pionero de la radio José León Delestal al revolucionario de la televisión José Luis Balbín, con aquel programa inolvidable “La Clave”; desde Pedro Mario Herrero, corresponsal del “Ya” en Vietnam y en otros escenarios bélicos, hasta el recientemente fallecido Mauro Muñiz, un gijonés del alma. Sin olvidar los nombres de Juan Ramón Pérez las Clotas, de Ladis y Lalo Azcona, de Alfonso Calviño, de Javier de Montini, de José Antonio Olivar, de Manuel Antonio Rico, y de tantos asturianos que confirman que la profesión periodística encaja psicológicamente con nuestras condiciones naturales: amor a la verdad, amenidad, decencia y unas bien dosificadas gotas de mala uva que siempre liberan, engrandecen y ensanchan…
Hoy la presidenta de la Asociación de la Prensa es una asturiana de Oviedo, Carmen del Riego, a quien tuve la satisfacción de conocer personalmente como cronista parlamentaria y política en mis andanzas por las Cortes Generales. Como autor del libro que hoy se presenta en esta casa, le agradezco la hospitalidad que me ofrece su Asociación. Como Presidente del Principado de Asturias y como paisano suyo, la felicito por esa elección que demuestra el aprecio y el respeto que le profesan sus compañeros. También la condición asturiana me hace sentirme orgulloso de que Carmen del Riego siga la senda que han marcado tantos profesionales relevantes que han contribuido a la lucidez y la calidad del periodismo español de las últimas décadas.
A todos Vds. y a todos vosotros, queridos amigos y amigas que habéis acudido a la botadura de este barco de papel que es un libro, os doy las gracias por vuestra presencia, por vuestro cariño, y también porque habéis desafiado ese falso signo de los tiempos en que la lectura es considerada una pérdida de tiempo. No hay que ir muy lejos para encontrar un testimonio de Manuel Azaña en el que dice que si en España quieres guardar un secreto, lo mejor es que lo escribas en un libro. También recuerdo un dibujo del genial Antonio Mingote en el que un niño, en la mañana de Reyes, abre un paquete, lo hace con curiosidad y nerviosismo, y cuando desvela el contenido se queja en voz alta: “Me han engañado: me dijeron que me iban a hacer un regalo, y resulta que es un libro”.
Para mí fue una obsesión hacer compatible mi actividad política con la reflexión escrita o con la recopilación de textos diversos en volúmenes en que se fijan las palabras evanescentes o los episodios fugaces a los que, tanto la limitada urgencia de los hechos superpuestos como la caducidad de lo actual y de lo palpitante, terminan por conducir al desolladero de la desmemoria. Fue Cela quien dejó sentenciado que "la más noble función de un escritor es dar testimonio, como acta notarial y como fiel cronista, del tiempo que le ha tocado vivir”. Desde mis primeros pasos en la política intenté alinearme entre quienes, con la medicina de la escritura, combaten la amnesia, para asegurar que siempre quede algo auténtico de nosotros mismos, y que ojalá sea útil a los demás, cuando recogemos en un libro lo que pensamos, algo que delata lo que sentimos.
Cuando te encuentras con tu libro recién salido de la imprenta, con el tacto fascinante del papel, con el confuso olor a pan que tiene la tinta para los lectores, percibes que todas las palabras del mundo, como todos los sonidos y hasta todos los pensamientos y sentimientos, conforman la mágica biblioteca de la experiencia y de la memoria compartidas. No en vano, en algunas tribus africanas, que viven el juvenil entusiasmo del descubrimiento de los libros, se dice que cuando se muere un anciano y se lleva al otro mundo toda su sabiduría es como si se incendiase una biblioteca.
Entro, amigas y amigos, en el sentido que tiene para mí el libro en torno al cual hoy nos reunimos, este “Gobernanza a tres turnos” que, en estos tiempos de prisas puede parecer un “tocho” de más de quinientas páginas pero que, en todo caso, puede ser un tocho escrito, elaborado, trazado, caligrafiado a la luz de la memoria de los acontecimientos recientes y al calor de la pasión por una Asturias mejor que, paso a paso, entre todos estamos logrando en las más adversas circunstancias que han conocido varias generaciones.
Concebí el libro como una guía de lo ocurrido en Asturias y en España en los últimos dos años y medio, que comprenden desde unos inicios en que mi condición era de testigo o de espectador hasta los tiempos actuales en que tengo el honor de presidir el Gobierno del Principado de Asturias. Es una guía de escenas, flashes, luces, reflexiones, indagaciones, documentos, y que tiene algo de compendio azaroso de urgencias, y de relato placentero de momentos entrañables y felices.
No se trata de unas memorias ni mucho menos de un libro de tesis. Para las primeras, para las memorias, espero que aún me queden muchos años para complacerme en esa demora de vivir y guardar lo vivido; y para lo segundo, para las tesis, la espontaneidad de la condición natural de los asturianos nos suele conducir a dejar para mañana las demandas de transparencia o las sentencias de justicia que puedas ejercitar hoy mismo. Ya en la Introducción expreso mi desacuerdo con el tópico de que “el tiempo lo borra todo”, porque no es verdad. Si acaso, el tiempo permite una reflexión más serena sobre los hechos, matiza los sobresaltos de las urgencias, desenmascara falsedades que se colaron en nuestras percepciones, da opción a comprobar la relación de hechos simultáneos que conviven o se superponen como en un cesto de cerezas y, en fin, nos permite separar la paja del trigo, que es lo mismo que distinguir entre lo urgente y lo importante.
Este libro está compuesto, fundamentalmente, por intervenciones públicas, adornadas con algún documento y complementadas con alguna noticia; es decir, por textos que fueron leídos después de haber sido escritos, o de palabras espontáneas y más tarde fijadas por la escritura. Por estas páginas se puede transitar como un paisano inquieto, como un viajero despistado, como un espectador curioso, como un profesor erudito, como un sociólogo o politólogo profesional, como un buscador de ideas superpuestas o enfrentadas, como un psicólogo ansioso de indagar en los pliegues de unas creencias o, en fin, con los ojos y con los oídos de quienes buscan materiales y referencias para fabricar su propia y legítima idea de la realidad.
Coincide la presentación de este libro con un momento muy interesante de la realidad política asturiana, a la que dedico todo mi esfuerzo. Y en el contexto de la anómala situación política de una Asturias en decadencia, caracterizada por el enfrentamiento entre el inmovilismo resistente que quiere que todo se mantenga igual y el reformismo rebelde que intenta que todo cambie a mejor, se puede decir que, en esta colección de palabras y de instantes, todos los escenarios, desde los más gratos hasta los más ásperos, incluidos los más disparatados, están contemplados.
No soy fatalista ni creo a pies juntillas en el eterno retorno incluso de los hechos menores. “Nadie se baña dos veces en el mismo río”, decía Heráclito, a lo que el gran poeta ovetense Ángel González apostilló: “excepto los muy pobres”. Muy pocas cosas suceden en la vida por casualidad, y nada es fruto de la brujería o de un destino maldito. En estas páginas cualquier lector puede encontrar alguna clave que explica los acontecimientos ocurridos en Asturias en los dos últimos años, desvela los comportamientos de los protagonistas y ofrece caminos al investigador para el análisis. Como autor, he renunciado a elaborar una tesis o a dar mi versión subjetiva de cuanto ha ido sucediendo. Por eso, comprobarán en mis palabras, al igual que subrayo en la Introducción, que me refiero al libro como una guía. Cualquier lector puede acudir a consultar sólo el capítulo que le interese, sin necesidad de leer los anteriores o los posteriores, y contrastar su propia información o construir su propia versión.
Como cualquier guía, recoge todo el paisaje del entorno, sin omisiones ni manipulaciones, pero el visitante, es decir, el lector sólo tiene que recorrer, es decir, leer lo que le interesa. Y tiene la virtud de vacunar a los lectores contra los manipuladores, especialistas en tergiversar lo que les conviene e ignorar lo que les disgusta, por aquello de que la opinión pública no tiene memoria. La opinión pública, no, pero las bibliotecas, las hemerotecas, las fonotecas y las videotecas, sí, aunque contra ellas ya intentó en su día Fernando VII los procesos de purificación que hoy siguen encontrando muchos imitadores por doquier.
El título habla de gobernanza porque es el concepto más novedoso que la democracia europea ha puesto en valor para servir de instrumento eficaz contra la crisis generalizada que vivimos. Hoy ya no basta justificar una política en las mayorías ciudadanas o parlamentarias que sostienen a los gobiernos. No basta con la clásica legitimidad de origen de los gobiernos democráticos, resumida en la prueba aritmética de la gobernabilidad. La democracia europea moderna nos impone la legitimidad de ejercicio, es decir, la gobernanza que intenta asegurar unos tratamientos pautados para acertar en la solución de los problemas reales de los ciudadanos.
Por eso hemos visto caer en Europa gobiernos con mayoría absoluta en Grecia y en Italia, mientras en Gran Bretaña o Portugal los ciudadanos optaron por anticipar el cambio. En Asturias ocurrió lo mismo el año pasado, con una singular diferencia: la alternativa para cambiar no salió del sistema tradicional, sino de una corriente de rebeldía que encauzó la indignación de los asturianos con la fracasada política existente. De esta vieja política quedan supervivientes como los protagonistas del último abrazo formalizado hace dos semanas en la Junta General del Principado para prorrogar un presupuesto inservible, que es la fórmula más desesperada y perniciosa para frenar el cambio, una vez que no les quedó otro remedio que aceptar los resultados de las elecciones y asumir el cambio de gobierno. En todo sistema parlamentario, el presupuesto es la expresión numérica y más concreta de un programa de gobierno. Votar un presupuesto es votar una política concreta. Es lo que hicieron los que impusieron a los asturianos el inservible e inmanejable presupuesto del gobierno anterior, al tiempo que demostraron que tienen fuerza parlamentaria para destruir pero que no cuentan con escaños para gobernar. Usando un símil muy gráfico, los representantes de la vieja política asturiana valen para usar la piqueta pero no para construir un nuevo edificio.
Si menciono los sucesos parlamentarios asturianos es para adelantar a quien tenga la curiosidad de consultar algún capítulo de este libro que en él comprobará la naturaleza de las raíces espurias de una singular alianza poco conocida en Madrid, la extensión de sus ramificaciones más allá de las organizaciones políticas y los motivos poco ejemplares de supervivencia personal y de intereses particulares que se esconden detrás de las bambalinas de los grupos aliados. En el libro descubrirá los motivos de los rechazos que luego se disfrazaron, por acción o por omisión, en decisiones de una organización cuyos órganos tenían por costumbre no reunirse nunca en su sede. En sus páginas encontrará la explicación desapasionada de la motivación cívica que movilizó a tantos asturianos a rebelarse contra la política tramposa y contra la resignación. También le incitará a reflexionar sobre la potencia regeneradora del reformismo europeísta que inspiró los discursos de Melquiades Álvarez contra la degradación de los dos grandes partidos dinásticos de la época, y su vigencia en la España de hoy.
Quizás le obligue a meditar sobre la discriminación objetiva que padece Asturias, sobre nuestro estancamiento y nuestro aislamiento, sobre sus causas y sus remedios. Le dará pistas para identificar a los oligopolios depredadores del dinero público, beneficiarios particulares del empobrecimiento del resto de la sociedad asturiana, que siempre juegan a ganadores de unas elecciones a las que nunca se presentan. Podrá recordar cuándo y cómo un medio de comunicación concreto inició su mezquina campaña hostil contra la alternativa emergente, lo que permitirá fácilmente al lector deducir el porqué de tanta basura impresa. La coincidencia de esta presentación con la rabiosa actualidad asturiana de estos últimos días, desbordando si cabe la de los últimos siete meses, contribuirá, en fin, al interés de los relatos que el libro contiene.
Porque pienso que “la pluma es lengua del alma”, en palabras de Cervantes, ojalá que los lectores de este libro, o mejor, los consultores de esta guía, reconozcan que su contenido tiene que ver con un permanente ejercicio de diálogo sobre ideas entre personas que llevamos a Asturias en el alma, en el pensamiento y en la pluma.