Tantas horas de debate con una persona inteligente, sagaz, culta --y no me refiero a su cultura jurídica, reconocida por tirios y troyanos, sino a la suya y dilatada propia--, tanto saber hacer, y bien, y tanto encanto infantil, sí, en la tolerancia de la que no pudo nunca desprenderse.
Agustín Tomé, en una de tantas injusticias de esa providencia humana que parece el bombo imbécil de una lotería que nadie controla, se nos ha ido. Tras pasar unos duros años en los que luchó contra la irremisibilidad de un capricho celular.
Él ya no leerá estas líneas. Y lo sabía. Pero, por lo que valgan, quiero dejar recuerdo de tantas y tantas precupaciones suyas por ésta y otras tierras. De la dimensión humana de un gran mozu cuyos ojos, con tanta certeza, advirtieron hace muchos años de los problemas y vicisitudes que hoy atravesamos, aunque, y sobre todo, tambien de las posibles soluciones.
De tanta charla y tanto cariño, a León y Asturias, quedan los registros en su memoria y en la mía. En la mía mientras viva. Por tí, Agustín.