A Coruña.-El presidente del Principado de Asturias, Javier Fernández, recibió este sábado la insignia de oro del Centro Asturiano de A Coruña en el trascurso de un acto en el que, además de muchos asturianos residentes en la ciudad gallega, participaron la consejera de Medio Ambiente y Ordenación del Territorio de la Xunta de Galicia, Beatriz Mato Otero; el presidente del Centro Asturiano de A Coruña, José Manuel Rodríguez; el alcalde de A Coruña, Xulio Ferreiro, y el subdelegado del Gobierno en A Coruña, Jorge Atán.
INTERVENCIÓN DEL PRESIDENTE DEL PRINCIPADO DE ASTURIAS,
JAVIER FERNÁNDEZ
Es un honor recibir la medalla de oro del Centro Asturiano de La Coruña. Les agradezco que hayan considerado que soy merecedor de su distinción. Además, entiendan que a determinadas edades convertirse en medallista tiene un especial atractivo, así que, de nuevo, muchas gracias. Gracias, presidente; gracias a todos ustedes. Enhorabuena también a los socios que hoy recibirán las insignias que les corresponden por haber cumplido 25 o 50 años en esta institución.
Estamos muy cerca del mar, del mar inmenso que seguía al fin de la tierra (al Finisterre) y que en los mapas medievales acababa en un lejano, un desconocido lugar habitado por monstruos horrendos y gigantescos, capaces de devorar barcos enteros. Claro que el mar siempre ha sido un lugar fecundo para la imaginación, muy frecuentado por novelistas y poetas. También ha sido propicio para los relatos legendarios. Por ejemplo, entre esas brumas que envuelven a las leyendas se contaba que desde esta misma ciudad, en concreto desde lo alto de la Torre de Hércules, los hijos de Breogán fueron capaces de divisar las costas de Irlanda. Uno de ellos intentó conquistarla, pero fue asesinado. En venganza, un sobrino sometió a los habitantes de la isla y dominó Irlanda.
Evidentemente, no estoy aquí para disertar sobre esa narración, con varias versiones y recuperada para la causa del celtismo por Manuel Murguía y Eduardo Pondal. En cambio, sí voy a hablar del mar, de este mar de todos nosotros, aunque sea despojado de literatura.
Pero antes de acercarme a la costa voy a permitirme un rodeo tierra adentro.
Hace tres años, ustedes hicieron a Ana Pastor socia honorífica de este centro. La distinguieron porque ella, entonces ministra de Fomento, había culminado la autovía del Cantábrico.
Es probable que no recuerden cuánto tardó en construirse ese corredor. Pues aproximadamente unos 25 años de obras que, en lo que a Asturias respecta, finalizaron en diciembre de 2014 con la inauguración de un tramo entre Unquera, en el límite con Cantabria, y La Franca, en Ribadedeva.
Esa autovía es una obra vertebral para la cornisa cantábrica, sobre cuya relevancia no cabe duda. Ustedes, que probablemente recorran con cierta costumbre el trayecto hasta Asturias, habrán comprobado cuánta mejora ha supuesto en tiempo, en seguridad y en comodidad.
Pues para hablar de otra ambición relacionada con las comunicaciones se reunieron hace poco más de un mes los consejeros de infraestructuras de Galicia, Castilla y León y Asturias. También bastante cerca de aquí, a las afueras de Santiago, aprobaron una declaración institucional que expresa una demanda común: que el corredor ferroviario atlántico dé prioridad al enlace con los puertos de Vigo, La Coruña, Avilés y Gijón y se complete posteriormente con una línea de costa entre La Coruña, Avilés y Gijón, de tal forma que se establezca, y leo textualmente, “un bucle de conexión de los puertos de la cornisa atlántica, similar al existente en el Corredor Mediterráneo”. En el mismo acto se defendió la importancia de las autopistas del mar para conectar esta fachada marítima con las costas de Normandía, Bretaña y el Loira, en Francia.
Aprovecho este acto para respaldar públicamente esas propuestas.
He terminado el rodeo. Ya estoy junto al mar defendiendo esas comunicaciones ferroviarias, convenientes para sacar el máximo rendimiento al potencial portuario de Asturias y Galicia. Si alguna pega importante cabe objetar a la autovía del cantábrico no es otra que su demora, la tardanza acumulada en su finalización. Esperemos que la petición conjunta de las tres comunidades –Castilla y León, Galicia y Asturias— merezca la atención del ministerio de Fomento para que la pereza administrativa y la desidia presupuestaria, siempre acechantes, no posterguen estas reivindicaciones.
Ustedes tienen una historia notable. Desde 1898, primer intento de consolidación de un centro asturiano en esta ciudad, y desde 1953, fecha de constitución del actual, han sido testigos de muchas transformaciones, de muchos logros y seguramente también de algunos problemas que no fueron bien resueltos o, simplemente, quedaron sin solucionar. Las conexiones ferroviarias de los puertos atlánticos no deben tener ese mal destino. Por eso elijo este acto, el honor que me otorgan con la concesión de su medalla, para defender este planteamiento, que redundaría en beneficio de todo el Noroeste peninsular, aún necesitado de un fuerte impulso a sus infraestructuras.
No estoy buscando una controversia; al contrario. Saben que últimamente se habla mucho de federalismo, de los distintos modelos que cabe aplicar para abordar la tensión territorial que sufre España a cuenta del conflicto catalán. Que si competitivo, que si asimétrico, que si mediopensionista. Y si bien es cierto que en la práctica existen tantos modelos federales como países, tampoco nos engañemos: el federalismo de buena ley se asienta en la lealtad y la solidaridad; lo otro son aproximaciones, como en la lotería, o, en el peor de los casos, deformaciones.
Personalmente –y prometo que no les aburriré con esto— soy un decidido partidario de tres requisitos en la armazón territorial del Estado: lealtad, igualdad y solidaridad. Por lo mismo, defiendo más la cooperación que la competencia entre administraciones. Acabo de hacer referencia a las infraestructuras; pues bien, las comunidades del Noroeste también sufrimos problemas relacionados con la protección ambiental, la lucha contra los incendios forestales y –si cabe hacer escalas, incluso más grave— el declive demográfico. Soy partidario, en este sentido, de fomentar una conciencia común del Noroeste peninsular, de asumir que la concurrencia de circunstancias geográficas, económicas y de otro tipo ha hecho que compartamos problemas y, sostengo, la obligación política consecuente de cooperar para afrontarlos conjuntamente.
Un autor francés, Antoine de Saint-Exupéry, precisó que “no es la distancia lo que mide la lejanía”. Ustedes, con los actos que organizan, con sus celebraciones, también demuestran que no es preciso estar muy alejados geográficamente de Asturias para añorarla. Y por esa razón, por ese sentimiento acendrado, pienso que también pueden ser perfectos embajadores de esa cooperación entre comunidades autónomas –en este caso, entre Galicia y Asturias— que busca, en el fondo, la construcción de un Estado mejor. Porque quiero decirles que con todos los problemas que estamos viviendo, que son muchos, ésta es la mejor España que hemos tenido nunca, ésta es la España más de todos los españoles que hemos tenido jamás.
Y quiero por eso hacer hincapié en los asturianos fuera de Asturias, toda esa Asturias fuera de nuestra tierra y que sin embargo, sigue con esa identidad, ese vínculo tan extraordinario con la tierra que los vio nacer o, a veces, incluso, la de sus padres o sus abuelos. Y eso lo veo aquí, lo mismo en La Coruña que lo he visto en Buenos Aires o en México o en Uruguay y que se puede y se debe compatibilizar el ser asturiano, esa identidad que es además tan inclusiva que compatibiliza ser asturiano con ser español, con ser mexicano y ser europeo. Ésa es la mejor manera de entender Asturias y la mejor manea de comprender también España.
Y eso podemos hacerlo aquí, subiéndose a la torre de Hércules para divisar Asturias, que está bastante más próxima que Irlanda, y, qué duda cabe, después navegar para conquistar un mejor horizonte compartido para todos nosotros.
Fotos: Armando Álvarez