Pedro Feijoo: Los hijos del mar son ahora 'hijos del fuego'

Pedro Feijoo: Los hijos del mar son ahora hijos del fuego

Regresan los personajes de Los hijos del mar, la novela que dio a conocer a Pedro Feijoo, para enfrentarse a uno de los misterios mejor guardados en la historia de la ciudad: la de su propia fundación. Al fin y al cabo, los mejores secretos siempre son los que se ocultan ahí, en ese lugar a la vista de todos..

 

Pedro Feijoo nos presenta a Los hijos del fuego

 

«Siempre he pensado que, a la hora de contar una historia, lo importante nunca

es el qué, sino el cómo. De nada sirve que uno crea que lo que tiene que ofrecerle

al mundo es lo más interesante que nadie haya escuchado jamás, si a la hora de

contarlo lo hace de una manera densa, pesada...aburrida. En Los hijos del fuego

quería relatar uno de los acontecimientos más importantes en la historia

reciente de España, la lucha del pueblo gallego contra el invasor napoleónico,

haciéndolo desde una perspectiva humana, dubitativa, con sus muchos matices,

pero sin perder de vista en ningún momento el principal motor narrativo de

cualquier historia de aventuras: ante todo tenía que resultar entretenido, casi

adictivo, página tras página.

 

Además de un ritmo rápido, trepidante, en casi todo momento cinematográfico,

y de una prosa ágil y sencilla, en absoluto pretenciosa, el principal recurso del

que echo mano para buscar ese contacto con el lector es el uso de unos

personajes ya conocidos por el público, entre los que destacan dos: Simón

Varela y Mariña Dafonte. Como autor, nunca he sido muy amigo de los

personajes “abrumadoramente redondos”, esos héroes a los que todo les sale

bien, que tienen la palabra exacta y la pose perfecta. Simón Varela, un

arquitecto sin demasiado éxito, especializado en la construcción de

chiringuitos de playa y con una sólida reputación como reformador de

gallineros, es uno de esos antihéroes, una persona normal y corriente, de las

que, como yo, no tienen ni puñetera idea de cuál es la diferencia entre un martini

agitado y otro revuelto, pero con la que cualquiera de nosotros podría cruzarse

por la calle, en el bus, en el metro. Frente a él está la historiadora del arte

Mariña Dafonte, su compañera de aventuras, convertida en esta ocasión en su

pareja perfecta. Seria, metódica, disciplinada... pero con algún que otro

secreto. Al fin y al cabo, esos héroes solitarios siempre me han parecido

aburridísimos. Tal como yo lo veo, en realidad la gracia, o quizá mejor dicho, la

virtud, está en cómo nos complementamos unos a otros.

 

Esta novela es, pues, la segunda entrega de una saga que comenzó hace cinco

años con la publicación de Los hijos del mar (ahora también reeditada por

Ediciones B). Si en aquella se abordaba el tema de la batalla de Rande, episodio

indispensable para comprender el asentamiento de los Borbones en el trono

español, en Los hijos del Fuego se relata otro de los capítulos imprescindibles

para entender el devenir histórico de España: lo que aquí se narra es, nada

menos, la gesta que en marzo de 1809 llevó a los vecinos de Vigo a convertir su

villa en la primera plaza recuperada de las garras del por aquel entonces

todopoderoso ejército francés, arrebatándosela a Napoleón Bonaparte para

entregársela a Fernando VII. Y es que, para bien o para mal, esa es nuestra

historia: pudiendo habernos decantado por el progreso que suponían las ideas

traídas desde la Francia posrevolucionaria, nosotros acabamos apostando por

el absolutismo más feroz del Rey Felón. Bueno, al fin y al cabo, esa es ha sido

siempre la historia de España: la eterna apuesta por el bando equivocado...»

 

 

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