(Foto: Una araña cangrejo, Synaema globossum, se alimenta de una abeja polinizadora. / Foto: Eva de Mas, CSIC)
Darwin escribió que la selección natural necesitaba de variación en los rasgos para poder operar y que además, en las comunidades naturales las especies interactuaban unas con otras en lo que vino a llamar una pila enmarañada (“tangled bank”), que incluía variabilidad dentro de las especies por la acción directa e indirecta de las condiciones de vida. Sin embargo, el papel que juega esta variabilidad en el mantenimiento de estas pilas aparentemente enmarañadas, las llamadas redes ecológicas, es prácticamente desconocido.
Un trabajo del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) ha estudiado mediante modelos simulados por ordenador cómo esta variabilidad afecta a la estructura de la pila enmarañada, en concreto a las redes tróficas.
El artículo, firmado por el investigador del CSIC Jordi Moya Laraño, de la Estación Experimental de Zonas Áridas, se publica esta semana en un número especial de la revista Philosophical Transactions of Royal Society B, dedicado a la genética de comunidades.
La conclusión es que la diversidad genética de las especies que componen la red, es decir, cuán diferentes son los individuos dentro de cada especie, puede ser esencial para su conservación y estabilidad y por tanto, para garantizar la conservación de todas las especies que interactúan.
“Se sabe desde hace tiempo que es la estructura de las redes la que las mantiene estables en el tiempo. Los resultados de este estudio sugieren que si conservamos la variabilidad genética aseguramos el mantenimiento de la red y de las especies que la componen y, por tanto, el funcionamiento del ecosistema en que se haya inmersa dicha red”, explica Moya Laraño.
También es importante su aplicación para la conservación de especies en cautividad: “En el caso de especies que se conservan en zoológicos o en cautividad, lo mejor es asegurarnos de que mantenemos la diversidad genética, no sólo para evitar la endogamia sino para asegurarnos de que hay suficientes individuos diferentes como para restablecer las relaciones complejas necesarias para recuperar el papel ecológico de la especie”, asegura el investigador del CSIC.
Durante tres años, Moya estudió una red trófica que incluía 18 especies de arañas y dos de ciempiés de los bosques caducifolios de los montes Apalaches (Estados Unidos). Las 20 especies practicaban lo que se llama depredación intragremial, es decir, se comen unas a otras.
El trabajo se centró en la tasa de crecimiento y la fenología de las arañas, es decir, el momento en que nacen dentro de la época de cría. “Si las tasas de crecimiento son muy diferentes entre individuos se abre una oportunidad de interaccionar con otras especies y se fomenta el canibalismo”, explica el investigador. Asimismo, también es importante la variación en la personalidad del animal, su timidez o agresividad, que las empuja a salir más a cazar y a aumentar las posibilidades de ser comidas por otras especies, aumentando las interacciones de la red.