Palestina: 63 años esperando un Estado

Palestina: 63 años esperando un Estado

PorCarmen Rengel · (Ramala) · Anxela Iglesias (Gaza)

periodismohumano.com

 

Mañana sábado, el presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Mahmud Abbas, regresará a Ramala desde Nueva York, de la Asamblea General de Naciones Unidas. Habrá presentado al mundo su propuesta para que Palestina sea reconocida como Estado de pleno derecho de la ONU. Sin embargo, Abbas tendrá que pasar por el rosario de exilio, control y cansancio de siempre. Vuelo a Ammán (Jordania), cruce a Cisjordania por el Puente Allenby, revisión por parte de soldados de Israel (más dura si Israel decide quitarle su privilegio de VIP), preguntas, miradas, sospechas. Abbas no podrá aterrizar en su ciudad, porque no tiene aeropuerto, porque los bombardeos lo destrozaron, y porque su tierra aún no tiene la entidad de país, el oxígeno de la verdadera independencia. Los pesimistas dicen, por eso, que el Estado palestino no va a cambiar las cosas. Puede que no transforme en un día la sanidad, la justicia, los campos de refugiados, pero la etiqueta “Estado” dará a Palestina una “consistencia innegable de país a ojos del mundo”, un “punto de no retorno”, dice la OLP, que puede ayudar a cerrar más pronto que tarde un conflicto largo de casi siete décadas. Es el momento: por el grado de unidad interna en los Territorios (no total, sí el mayor de la historia), por el apoyo multilateral que se ha cosechado y por la nueva coyuntura en la zona, la primavera árabe que, en su raíz, tiene la causa palestina.


 

Lejos de las alfombras y los despachos, en la calle, el proceso se vive con una mezcla de ansia, esperanza, desánimo y rebeldía. Con sus oportunidades y amenazas. Este es el relato de cómo Gaza y Cisjordania afrontan el mayor envite diplomático de Palestina desde que la ONU -la misma ONU- dijo que un estado árabe debía crearse junto a un Estado judío en la tierra de Palestina. Hace ya 63 años.

Gaza, el ‘no lugar’

Mientras miles de palestinos se echaban esta semana a la calle en las ciudades de Cisjordania, alentados por una Autoridad Nacional Palestina que en otros muchos  casos reprime las protestas populares, la vida seguía como siempre en la Franja de Gaza. Con la anormal normalidad en la que un millón y medio de personas afrontan un bloqueo por tierra mar y aire que dura ya cinco años. En la franja se habla incesantemente de la propuesta ante la ONU,  pero no hay, de momento, grandes manifestaciones de apoyo. Hamás, el movimiento que ostenta el control de facto de Gaza, no respalda la iniciativa y prohíbe las marchas públicas.

 

Para saber el grado de respaldo de los ciudadanos, toca preguntar y sacar la media, emplear otras unidades de medida. Quizás valdría el número  de tazas y camisetas que vende Tarek Abu Dayyeh. “Ayer fueron más de cien”, cuenta este avispado comerciante de la Ciudad de Gaza. En su tienda de souvenirs, todo un exotismo en un lugar sin turistas, ofrece desde hace  tiempo “pasaportes” palestinos y ahora ha añadido al surtido tazas y prendas de vestir con el emblema de la ONU y el ya emblemático número 194, el que ocuparía Palestina en la familia de las naciones.  “Si lo logramos será un sueño cumplido y yo venderé más camisetas”, dice con una sonrisa.

Un sueño que comparten muchos, pero en el que pocos creen. “Necesitamos estar unidos, ya no nos queda otra opción, necesitamos saber quién nos apoya y quién no”, asegura Mohamed, un consultor que trabaja en la construcción de una escuela  a pocos metros del muro que aísla a Gaza del mundo. Buena parte de los materiales han llegado de estraperlo, por los túneles excavados bajo la frontera con Egipto,  y el dinero para comprarlos de la cooperación internacional. La anormal normalidad de Gaza, que podría verse en peligro si se recrudece el bloqueo y se corta el grifo de la ayuda exterior ante el órdago lanzado por Abbas ante la ONU, teme Mohamed. “Y sin los fondos de Estados Unidos y otros países, de los que depende el 60 por ciento de la población, esto se convertiría en Somalia”, asegura, “pero aún así hay que intentarlo”.

 

No comparte su opinión otro de los trabajadores de la escuela. Pedir el reconocimiento de Palestina con las fronteras de 1967, previas a la Guerra de los Seis Días que propulsó  la ocupación, supone que “vamos a reconocer el estado de Israel sin que ellos nos reconozcan a nosotros”, dice el joven obrero. A su lado, el ingeniero local proclama su apoyo a la iniciativa pero con el escepticismo de que “no va a cambiar nada, a mí esto me parece una pérdida de tiempo”.

 

Es un sentimiento de cierta apatía que muchos comparten en Gaza, según el profesor de Ciencia Política Mkaimar Abusada. “Aquí la gente quiere resultados prácticos, que se acabe el bloqueo y los problemas internos, encontrar un trabajo, tener alguna perspectiva de futuro y libertad de movimiento”. La declaración de un Estado les parece una quimera con pocos resultados prácticos a corto plazo.

Para Mohamed El Bakri, director de una ONG, se trata en cambio de una reclamación básica. “Hace unos meses viajé a Madrid, durante el 15-M, y me explicaron que se manifestaban por las malas condiciones laborales. Salí a apoyarles pero pensé que, con suerte, nosotros podremos protestar por eso en 50 años, de momento nos contentamos con pedir libre determinación y unas fronteras”.

 

No lo pide en la calle, de momento.  “Anoche la Ciudad de Gaza estaba llena de policías y controles para evitar concentraciones de apoyo, aunque aseguraban que sólo estaban ahí para mantener la seguridad”. Pero no se trata de que temamos la represión de Ham´s si nos manifestamos, es que tampoco queremos que nos instrumentalicen los líderes de Gaza y Ramallah”.

Y es que siguiendo la anormal normalidad de Gaza también el conflicto interno, los dos gobiernos de facto en Gaza y Cisjordania, juegan un importante papel en este proceso. Hamás advierte de los riesgos de la declaración de un Estado palestino que, entre otras cosas, restaría poder a la Organización para la Liberación de Palestina (que ahora cuenta con estatus de observador en la ONU), dejaría a los millones de palestinos en la diáspora sin representación y podría hacer que su derecho al retorno se desvaneciera para siempre.

 

Pero lo cierto es que muchos, como El Bakri, creen, que rechazan la iniciativa con “la boca pequeña”, porque Abbas no ha contado con ellos para decidir. Con el estancamiento de las negociaciones para lograr un Gobierno palestino de unidad, los líderes de Gaza temen que las marchas en apoyo del Estado palestino se conviertan en una prueba de fuerza de Fatah, el partido rival que encabeza Mahmud Abbas.

A Hamas, que recibe apoyo financiero de países árabes que respaldarán la propuesta en la ONU, quizás no le interesen las manifestaciones masivas, pero a sus representantes tampoco les convienen las confrontaciones en torno a este proceso. “Nos están dejando desplegar banderas y organizar actividades de apoyo con niños y mujeres desde hace semanas”, confirma Ibrahim, uno de los representantes de la campaña nacional “Palestine 194” en Gaza.

 

Tarek Abu Dayyeh, comerciante de souvenirs, en su tienda de Gaza.

Tarek Abu Dayyeh, comerciante de souvenirs, en su tienda de Gaza (A. I.)

 

 

Y  no se descarta que los ciudadanos, especialmente los jóvenes, se movilicen más en los próximos días. El discurso de Barak Obama el miércoles ante la asamblea general de la ONU podría caldear los ánimos, dice Abusada. “Nos advierte de que no hay atajos para la paz cuando llevamos veinte años de negociaciones”, comenta mientras enseña un mensaje de móvil  en el que se convocan protestas en las capitales árabes.  Se podría prender así la mecha en Gaza, como ocurrió la pasada primavera, cuando muchos de sus estudiantes desafiaron a Hamas y se manifestaron a favor del gobierno palestino de unidad. “Oriente Medio es hoy en día muy distinto al de hace siete meses, la gente ha aprendido a reclamar derechos y libertad”, apunta el profesor.

El miedo a las consecuencias, el escepticismo ante los cambios no acaba del todo con la esperanza en Gaza, coinciden casi todos los entrevistados. Y a veces la respuesta es fácil entre tantas variantes e intereses cruzados. “¿Que por qué compro la camiseta con el 194?” Porque quiero un país”, contesta un cliente de la tienda de souvenirs de Tarek.

 

Cisjordania, el territorio “israelizado” con enclaves palestinos

 

15.000 palestinos se echan a la calle para reclamar su puesto como estado 194 en la ONU. No hay incidentes, porque la gente no tiene ganas de sangre, sino de justicia. Están en Ramala, la capital administrativa de Palestina, en la plaza Al Manara, la Tahrir de Cisjordania, allí donde un azulejo recuerda que Jerusalén, la capital soñada, queda a poco más de 14 kilómetros, más allá del muro. Fathma, Radi, Mahmud, Ania y Faud, una cuadrilla de universitarios, portan pancartas con los colores nacionales (verde, negro, rojo, blanco): “Podemos desmantelar la injusticia. Podemos alcanzar los sueños”. Posan para la foto ante una enorme silla azul, hecha en madera tosca, que remeda la que la ANP desea lograr en la ONU estos días. Majed Abdulfattah, uno de los miembros del comité organizador de la protesta, explicaba a sus pies que “el pueblo palestino sólo desea disfrutar de su derecho, porque lleva más de 60 años esperando. Quiere ser como el resto de la gente, quiere ser normal, quiere ser de hecho lo que ya es de derecho”.

 

Ser “normal” es un deseo lógico, pero Majed y los demás saben lo complicado que será lograrlo, que el apellido “estado” no les salvará de sus males diarios. Lo reconocen en cuanto llegan las noticias del choque que, a tres kilómetros, están teniendo sus vecinos del campo de refugiados de Qalandia con los soldados israelíes. Al pie del muro, bajo la mirada del grafiti de Arafat, adolescentes enmascarados tiran piedras a soldados blindados, armados hasta los dientes. Humo, balas de caucho, ambulancias. Es una de las certezas: el estado no traerá unas fronteras definidas (las anteriores a 1967 pide la ANP como punto de partida de las negociaciones) y los controles se mantendrán. Un chico como Madji, de Qalandia, que está acabando la universidad (Derecho), seguirá sin poder salir a Jerusalén a comprarse un pantalón y deberá ir a Egipto para entrar por Rafah en Gaza, si quiere ver a sus tíos. Israel ha amenazado con bloquear todos los accesos a Cisjordania, por limitar los permisos para cruzar a Jerusalén, por impedir la reagrupación familiar de familias mixtas (de Cisjordania, de Gaza, de Jerusalén Este). “Sé que tardaré años en poder moverme, pero hoy defiendo el estado porque, si no decimos ya que lo somos, Israel nos arrollará y desapareceremos”, reflexiona, camino de la mezquita.


 

Más complicada es la situación un poco más al norte. Una carretera excelente, con firme estable, bien señalizada, lleva hasta Nablus, pero también a asentamientos como Binyamin, Ariel, Eli… Más de medio millón de colonos residen hoy en suelo palestino, de forma ilegal, como reconocen las sucesivas resoluciones de la ONU. Allí los árabes y los judíos viven casi pared con pared, por lo que el roce es diario. Si Palestina pasa a ser un estado, lograría una base territorial legítima, aunque aún no tenga fronteras claras. Eso quiere decir que si hay un extraño en su territorio, se trata de una invasión pura, no ya de un territorio levemente autónomo, sino de un país. Y ocupar el suelo soberano de un vecino es una acción de guerra, según todos los tratados internacionales.

 

De eso no entienden aún en Burqa, un pueblito de 3.000 habitantes, que comparte caminos con Homesh, un pequeño y violento asentamiento. Los campos de olivar de la familia de Hammed Erfiani han sido calcinados dos veces en los tres últimos años, sobreviven trabajando en cultivos de otros familiares. No pueden ni pasear por sus tierras (ahora blanquecinas, yermas, con los tocones talados, vigiladas a punta de fusil por colonos casi adolescentes de kipás coloridas). Corren el riesgo de recibir una paliza. La última, hace apenas una semana, se la llevó su sobrino. Hammed lleva en su coche con una bandera blanca y un enorme 194 pintado.  ¿Cree en el estado palestino? “Sí, creo en un líder como Abbas que al fin se ha alzado y no se rinde. Creo que ya es hora. Creo que Israel tendrá que reconocernos también y, luego, sentarse a negociar. También creo que yo no veré una Palestina libre y próspera, pero quizá mis hijos sí”, dice mientras limpia una máquina de salmuera.

 

Salam Charbel, un portavoz de la OLP en Nablus, no quiere responder ante uno de los (peores) escenarios posibles: que Israel cumpla su amenaza y decida dar por anulados los Acuerdos de Oslo, de 1993. Hay voces contrapuestas en el Gobierno de Benjamín Netanyahu. Si eso ocurriera, podría darse la circunstancia de que Israel, de nuevo, fuese el responsable del “bienestar” de los palestinos, volviendo a la realidad previa al acuerdo, cuando Tel Aviv dominaba todo, sin autonomía para la ANP, que nació precisamente tras Oslo. Además, se rompería el compromiso mutuo de cooperar en materia de seguridad, quemando el camino de entendimiento entre la Policía palestina y la israelí en puntos calientes como la Tumba de José, donde cientos de colonos van cada semana, con permiso palestino, un polvorín en el que, hasta con cooperación,  hay heridos y muertos. Charbel no lo cree posible: “La presión a Israel será tan grande que no lo harán. Tendrán que conformarse con tener un vecino reconocido por más de medio mundo. Eso precipitará la paz. De lo contrario, se deteriorará demasiado la imagen de Israel y saben que nosotros estaremos respaldados”, insiste, optimista.

 

Soldados de Israel se enfrentan a manifestantes por el estado palestino, junto al paso de Qalandia.

Soldados de Israel se enfrentan a manifestantes por el estado palestino, junto al paso de Qalandia. (C. R.)

 

Hasta que llegue ese momento, sigue la indolencia que tanto hiere a los palestinos. Lo cuenta al teléfono Ebediyet Salim, hermana de un preso político, miembro de Al Fatah, de camino a su casa en Abu Tor (Jerusalén Este). Su autobús no ha podido acceder a la prisión, en el desierto del Neguev. “Hemos organizado el viaje como siempre y se nos han cruzado unos grupos radicales diciendo que Judea y Samaria [Cisjordania] es Israel… Y la Policía no ha hecho nada para evitarlo. Nos hemos tenido que volver. Ya en agosto lo intentaron, pero entonces los agentes nos ayudaron. Ahora no. Con lo de la ONU tratan de hacernos daño, pero yo sólo puedo ver a Hud una vez al mes…”, se lamenta.

Aunque Palestina supere la votación en el Consejo de Seguridad, es y seguirá siendo -nadie sabe durante cuánto tiempo- un territorio donde la administración funciona sólo regular (el primer ministro, Salam Fayyad, ha limpiado gran parte de la corrupción y el nepotismo, pero aún queda mucho trabajo por hacer), donde las leyes que rigen, salvo cuatro básicas, son un conglomerado de articulados israelíes, jordanos y egipcios, donde la justicia tarda de media seis años en iniciar un procedimiento. Necesita muletas para caminar.

 

Donde más se nota es en el plano económico: entre 1994 y 2011 ha recibido 17.000 millones de dólares, lo que la convierte en el mayor receptor de ayuda per cápita del mundo, según datos del especialista de Casa Árabe Isaías Barreñada. Sólo EEUU aporta 500 al año, que ya ha amenazado con retirar si Abbas sigue adelante. Israel ya ha dicho que paralizará la entrega a la ANP del dinero de los impuestos que recauda en su nombre, son 89 millones de dólares al mes. Los retrasos en el pago ya causaron esta primavera un impago de las nóminas de todos los funcionarios palestinos durante dos meses.

 

Yunus, un anciano de Al Bireh, pegando a Ramala, dice que no importan los obstáculos, que él sabe que Palestina es un estado, que su pueblo lo sabe, que lo sabe la OLP, “que ya lo declaró en Argel [1988] con Arafat” pero que ahora “necesita que lo diga el mundo”. En eso confía, porque sabe que las palabras también son mágicas y un puñado de letras pueden acabar convirtiéndose en libertad y justicia.  Más pronto que tarde.

¿Puede Palestina denunciar a Israel en La Haya?

 

Tanto si Palestina se convierte en miembro de pleno derecho de la ONU como si logra el mal menor, ser Estado observador de la Asamblea General, tendrá el estatus de nación y, por tanto, al día siguiente de la votación podrá pedir su entrada en los organismos de Naciones Unidas (Unesco, FAO, Unicef…) y la adhesión a todos los tratados internacionales que desee.

Saeb Erekat, uno de los líderes del equipo negociador de la ANP, confirma que “de inmediato”  firmarán el Estatuto de Roma, por el que se reconoce a la Corte Penal Internacional de La Haya. Israel no es firmante de ese estatuto, así que la pregunta es: ¿podría ser denunciado por crímenes de guerra? Sí, pero a través de un proceso largo. Israel no puede ser denunciado como estado, sólo se denuncia a personas, así que habría que apuntar a los dirigentes políticos o a los ejecutores de los presuntos delitos. En el caso de las colonias de Cisjordania y Jerusalén Este, la ocupación de la tierra de otro estado es más evidente y, además, está censurada por la ONU, por lo que podría ser el primer punto denunciable. Exactamente igual pasaría con las empresas o políticos que sacan tajada de las explotaciones en suelo palestino.

 

En el caso de la muerte de civiles, es más complicado. Adash Harel, jurista de Cruz Roja en Ginebra, sostiene que La Haya “sólo persigue los crimenes contra el derecho de gentes en la medida en que no haya un sistema interno eficaz que los castigue. Aquí habría que poner el acento en la palabra “eficaz”. Si Palestina es capaz de demostrar que las investigaciones judiciales israelíes (en casos de delitos contra la comunidad internacional) no son reales sino aparentes, no van al fondo de las cosas y estan controladas por personas implicadas de tal modo que no puedan calificarse de investigaciones independientes y a fondo, entonces el TPI podria llegar a declararse competente”. “La idea es evitar la impunidad, no corregir la apreciacion de ningun otro Tribunal realmente independiente”, insiste. Y ahí viene el problema: Israel investiga todas las muertes de civiles palestinos, “de forma irregular y superficial” según ONG como Yesh Din o B´Tselem. Pero lo hace. Lo complicado es demostrar las lagunas de esa investigación. Hay motivos para el optimismo, dice Hamdi Shakura, del Centro Palestino de Derechos Humanos (PCHR, por sus siglas en inglés). Por remota que parezca ahora la posibilidad de recurrir a La Haya, “ya tenemos los deberes bien hechos”, asegura Shakura.

 

Su organización en Gaza cuenta con expedientes de cada uno de los civiles palestinos muertos durante la ofensiva militar Plomo Fundido  sobre la franja y “también de todas las víctimas provocadas por los ataques israelíes antes y después”. Casos para los que el PCHR y otros grupos buscan justicia internacional con escaso éxito. “La jurisdicción universal, que permite que los tribunales de un país enjuicien casos graves de derechos humanos en cualquier parte del mundo, es una ventana de oportunidad”, dice Shakura, “pero resulta que Israel va cerrando todas esas ventanas con sus presiones”. Recuerda los recientes movimientos para limitar la aplicación de la jurisdicción internacional en Reino Unido y aún más apenado subraya que lo mismo sucedió en España. Fue precisamente una demanda preparada por el PCHR junto a abogados españoles la que precipitó hace dos años una reforma del Congreso de los Diputados que deja poco margen a la justicia universal.

 

FOTO APERTURA: Un grupo de vecinos de Ramala (Cisjordania), en una vigilia en favor del estado palestino, el que sería el 194 de Naciones Unidas. (C. R.)

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