Oviedo. – La OSPA continúa esta semana su temporada 15/16 con el regreso del maestro Pablo González, con el programa Auroras Boreales III, en Avilés y Oviedo los días 31 de marzo y 1 de abril, respectivamente, y que contará con la violinista Alena Baeva como solista.
El programa Auroras Boreales III incluye la Obertura de Hansel y Gretel, de Humperdinck; el Concierto para violín en re mayor de Brahms y la Sinfonía nº 2, op. 16, de Nielsen.
Las entradas ya están a la venta en las taquillas de la Casa de Cultura de Avilés y del Teatro Campoamor (20 y 17 €). Una hora antes del concierto en la taquilla del Auditorio Príncipe Felipe, las entradas se podrán adquirir con un 20% de descuento.
Notas al programa, por Luis Suñén
Engelbert Humperdinck, Hansel y Gretel: Obertura
Engelbert Humperdinck ha sido siempre considerado como poco más que un epígono de Richard Wagner, alguien a quien le costaba mirar a los ojos del genio que le había tocado por contemporáneo y por el que, sin embargo, era tenido por creador y pedagogo más que notable: de hecho fue el profesor de su no mal dotado hijo Siegfried, quien sería durante una época un compositor relativamente bien valorado a pesar de la terrible, en todos los aspectos, sombra de su padre. De Humperdinck sólo se ha salvado para la posteridad una pieza, eso sí, magistral: la ópera Hansel y Gretel. Estrenada de forma casi confidencial en Weimar el 23 de diciembre de 1893 bajo la dirección de Richard Strauss y públicamente una semana después por Hermann Levi con un éxito arrollador, su carrera fue tal que en su primer año se representó en cincuenta teatros distintos. Habitual en las navidades de los teatros alemanes, su libreto, escrito por Adelheid Wette, se basa en la conocida historia recogida por los hermanos Grimm que se ha consagrado como un clásico de la literatura infantil, aun con toda la trastienda simbólica que, como suele suceder en estos casos, encierra. Su obertura es ya una magnífica pieza sinfónica, amplia y bien desarrollada, con un sugerente inicio a cargo de los metales retomado por las cuerdas que nos lleva a un territorio de ensueño del que se desprende una cierta melancolía más ligada a la vida real —se supone que en la ópera debemos observar cómo se entrecruza esta con la fantasía que conduce al desenlace. A continuación, un episodio más animado va introduciendo temas que —manes de Wagner— aparecerán después en la ópera mientras la obertura sigue construyéndose con excelencia como pieza autónoma y demostrando la enorme calidad de su autor como desarrollador de estructuras sinfónicas y orquestador. La pieza se va haciendo cada vez más pimpante, más feérica, hasta concluir en el mismo tono del inicio de las cuerdas con esa intención fascinadora que consigue sin duda. El propio Humperdinck escribió también una Fantasía sobre temas de “Hansel y Gretel”.
Johannes Brahms, Concierto para violín en re mayor, op. 77
Cuando Brahms terminó, en 1878, su Concierto para violín tenía la experiencia orquestal de sus dos primeras sinfonías, el Concierto para piano nº 1 y las Variaciones sobre un tema de Haydn. Sin embargo, su Sonata nº 1 para violín y piano debería esperar a 1879. Quiere esto decir que su experiencia en la escritura violinística no era demasiado extensa, reducida a aquellas obras camerísticas en las que participaba el instrumento. Por eso sometió su manuscrito a su amigo íntimo y gran violinista Joseph Joachim que, antes de estrenarlo el 1 de enero de 1879 en Leipzig bajo la dirección del autor, sugeriría cambios y retoques que ayudaran a su interpretación. Fueron sus dificultades, precisamente, las que hicieron que tardara en acomodarse al repertorio del que hoy es uno de los florones indiscutibles junto, entre otros, al que es su modelo más cierto: el de Beethoven.
El Allegro non troppo se abre con una introducción a cargo de cuerda grave y fagotes, que ya exponen un primer tema principal, y una serie de diseños de oboe, cuerda y madera. Aquel primer motivo se afirma en toda la orquesta y, tras una transición que precede a un segundo, entra el violín en arabescos hasta que, por fin, se centra en el primer tema en lo que constituye un efecto magistral en lo expresivo. Tras jugar con ese tema volvemos a la introducción del solista antes de que este enuncie un nuevo motivo seguido por los violines. Tras desarrollo y reexposición entramos en la cadenza del violín, no escrita por Brahms —se usan, generalmente, las de Joachim, Auer o Kreisler. Tras ella llega la coda precedida por la repetición del primer tema a cargo de los violines. El Adagio, en forma de lied A-B-A, comienza con un tema muy hermoso a cargo del oboe que luego retomará el solista, protagonista igualmente de la parte central, mientras en la vuelta a la melodía inicial adornará eficazmente el motivo del inicio. El Allegro giocoso non troppo vivace tiene forma de rondó-sonata y su estribillo, afirmativo y alegre, domina todo el movimiento. El violín introducirá otro tema antes de la nueva entrada del inicial tras la cual escucharemos una nueva transición por su parte con el fondo de aquel. Una suerte de cadenza acompañada nos lleva de nuevo al estribillo. El final lo acoge de modo rítmicamente más moderado para dar entrada de nuevo al solista que vuelve a plantear una suerte de breve cadenza antes de retomarlo de nuevo para, como en un juego en el que hay algo de sana urgencia, conducirnos a los últimos compases.
Carl Nielsen, Sinfonía nº 2, op. 16, “Los cuatro temperamentos”
Con el paso del tiempo —ya ciento cincuenta años desde su nacimiento— la obra y la personalidad de Carl Nielsen han cobrado cada vez más importancia tanto en los estudios críticos o musicológicos como en las salas de conciertos y, por tanto, en la valoración de los aficionados. Y es que el danés fue un compositor de una indudable originalidad, al que cuesta trabajo encontrar fuentes claras en su inspiración que remitan a otros nombres del olimpo musical y sólo en el sueco Franz Berwald —más que en su maestro Niels Gade, compatriota y cosmopolita— hallamos en agraz soluciones formales u orquestales que nos evoquen lo realizado más tarde por Nielsen. Fue, además de compositor, músico de orquesta tocando el violín y supo crecer como creador por una vía que revela una originalidad bien cierta —aunque influido en su Primera Sinfonía por Brahms y Dvorák— que le lleva a transitar la vía del postromanticismo con elementos decididamente personales, que plantean una vía que, como sucederá igualmente con la propuesta de un Sibelius, seguirá de manera eficaz la música sinfónica británica de la primera mitad del siglo pasado y hasta un poco más lejos, y que constituirá, también, una forma de no ruptura, a la inversa de la paralelamente edificará Arnold Schoenberg. En ese sentido estético irá más allá que su homólogo Sibelius y hasta, en cierta medida, que Shostakovich. Tampoco sería fácil encuadrarle en ese modernismo en el que parecieran caber tantos músicos de los primeros treinta o cuarenta años del siglo XX, teniendo en cuenta, desde luego, que su madurez creadora abarca precisamente esas tres décadas.
Nielsen escribió seis sinfonías —la Primera terminada en 1892 y la Sexta en 1924— que constituyen un apasionante corpus creador. El origen de la Segunda, en la que ya se observan los rasgos característicos de su estilo, nos es contado de esta forma por el propio compositor:
La idea de Los cuatro temperamentos surgió hace años en una posada de campo en Zelanda. En la pared del rincón en el que mi esposa, mis amigos y yo estábamos bebiendo cerveza había un cuadro titulado Los temperamentos y dividido en cuatro partes, dedicadas cada una de ellas al colérico , el sanguíneo, el melancólico y el flemático. El colérico iba a caballo batiendo ferozmente el aire con una larga espada; sus ojos se salían de sus órbitas, su cabello le tapaba con violencia una cara desencajada por una rabia y un odio diabólico que hacía que a uno le diera la risa. Los otros tres cuadros eran del mismo estilo, y mis amigos y yo reíamos con ganas por la ingenuidad de las imágenes, su expresión y su exagerada seriedad cómica. Pero a veces las cosas tienen orígenes extraños y la verdad es que aquellas imágenes volvían a mi pensamiento hasta que al fin comprendí que en ellas estaba el germen de algo, el núcleo, el origen de una idea e, incluso, un como trasfondo musical. Así, pues, me puse a escribir una sinfonía con el cuidado necesario para que quienes la escucharan atendieran más al significado de aquellos temperamentos que al modo en el que se mostraron a mí aquel día.
El final de la explicación de Nielsen tiene que ver, sin duda, con el riesgo de que tomemos su sinfonía por una ilustración musical de aquel cuadro que le hizo tanta gracia, incluso que nos quedemos en la descripción de unos caracteres arquetípicos, lo que también cuenta aquí, por encima de la música a la que dan título —en definitiva, lo más importante— y que los desarrolla con sus elementos propios. Como señala Hugh Ottaway, “la conciencia de Nielsen de que los temperamentos se entremezclan unos con otros para formar una unidad móvil y compleja se revela en muchas facetas de la obra, y no en grado menor en la tonalidad. La sinfonía progresa desde si menor a la mayor en un esquema que fue concebido claramente como continuo”.
La Segunda Sinfonía de Carl Nielsen está dedicada a Ferruccio Busoni y fue estrenada el 1 de diciembre de 1902 por la Orquesta de la Asociación Danesa de Conciertos dirigida por el autor.