Invitado por la Asociación Gayarre Amigos de la Ópera, el nuevo director musical del Teatro de La Zarzuela dirige la famosa obra de Verdi en el Baluarte de la capital navarra
La AGAO, Asociación Gayarre Amigos de la Ópera, cumple 25 años desde su fundación y para celebrarlo ha programado una representación de la popular obra verdiana «Rigoletto», título que agrandó la leyenda de uno de los mejores tenores españoles de todos los tiempos, el navarro Julián Gayarre, que da nombre a la entidad musical.
Con la dirección del flamante titular musical del Teatro de La Zarzuela de Madrid, el maestro asturiano Óliver Díaz, que llevará las riendas de la Orquesta Sinfónica de Navarra y del Coro Premier Ensemble de la AGAO, y con Gustavo Moral al frente de la propuesta escenográfica, el Baluarte pamplonés acoge a las ocho y media de la tarde de hoy una de las óperas más aclamadas en los teatros de todo el mundo.
Y lo hace con un cartel de campanillas. El barítono onubense Juan Jesús Rodríguez, que acaba de dar muestras de su gran fortaleza virtuosa en el concierto benéfico «Kiva mirando a India» celebrado hace una semana en el auditorio Príncipe Felipe de Oviedo, es sobre el papel un idóneo Rigoletto. A su la lado, la soprano italiana Scilla Cristiano como Gilda y el tenor venezolano Aquiles Machado como Duque de Mantua también hacen presagiar una velada de grandes vuelos vocales, a la que aún hay que añadir el álgido desempeño que se espera de un bajo brasileño tan respetado como Luiz-Ottavio Faria en el papel de Sparafucile. El elenco se completa con Claudia Marchi como Maddalena, Jeroboám Tejera como Monterone, Jon Arretxe como Ceprano, Gerardo Bullón como Marullo e Igor Peral como Borsa.
El propio maestro Óliver Díaz señala -en las «notas al programa» que ponen en contexto el melodrama que se representa hoy en la ciudad pamplonesa- que «cuando Verdi recibe el encargo de componer una nueva ópera para estrenar en el veneciano teatro «La Fenice» en 1851, el compositor llevaba meses acariciando la idea de convertir en una ópera el drama «El rey se divierte» escrito en 1832 por Víctor Hugo (las primeras referencias de Verdi a esta obra datan de septiembre de 1849). El por qué de esta elección es una de las claves de la evolución teatral del compositor y por ello una de los legados más importantes en lo tocante a la interpretación verdiana. El compositor había alcanzado ya unos altísimos niveles de popularidad desde que en 1842 estrenara «Nabucco» y el público milanés conectara los sufrimientos de los judíos cautivos, expresados magistralmente en el conocidísimo «Va, pensiero», con su propia situación bajo el dominio austríaco. Aún así, Verdi se encontraba en una incómoda situación artística: el formato operístico utilizado hasta la época (recitativos, en los que avanzaba la acción, y arias, dúos y números de conjunto que mostraban los diferentes estados de ánimo de los personajes) era demasiado rígido, los personajes acababan resultando de cartón piedra y la acción transcurría a tirones. Así pues no es de extrañar que Verdi estuviera entusiasmado con la posibilidad de poner música a un drama en el que los protagonistas no son nobles de comportamiento ejemplar sino un bufón jorobado y mezquino, un duque cínico y sin moral, una joven con un gran corazón pero con cierta tendencia a mentir, un asesino a sueldo, y una prostituta».
Y concluye, el director asturiano, afirmando que «el tratamiento del famosísimo cuarteto del último acto «Bella figlia dell'amore», que dejó boquiabierto a Víctor Hugo por la capacidad de hacer hablar a cuatro personajes a la vez, y la novedosa utilización del coro de hombres en la tormenta para representar el viento de manera fantasmagórica y sorprendentemente eficaz, es uno de los momentos musicales más audaces de una partitura que Verdi, a pesar de su costumbre, nunca retocó, lo que nos da una idea de la perfección de una ópera que el propio compositor consideraba su obra más redonda».