El presidente del Principado, Francisco Álvarez-Cascos se refirió este viernes, en su interrvención durante la ceremonia inaugural de nuevo Curso adamémico, al papel fundamental que la Universidad asturiana juega en el trabajo de recuperación de la economía y de la propia sociedad, al tiempo que reafirmó el compromido del Ejecutivo que preside con la misma y anunció tiempo de cambios pese a vivir tiempos de dificultad para buscar los fondos necesarios para ello.
Agradezco muy sinceramente al Rector Magnífico el honor que me concede al
invitarme a presidir en el alma mater asturiana el acto inaugural de este nuevo
curso académico 2011-12 de la Universidad de Oviedo, institución muy querida
por los asturianos, por su arraigo en nuestro país, por su centenaria historia
que la acredita como la décima más antigua entre las universidades españolas
y, a la vez, por su vocación de apertura hacia el futuro, como demuestra la
obtención del Campus de Excelencia conseguido recientemente.
Permítanme que subraye una obviedad al comienzo de mi intervención. Mi
presencia en este acto significa un cambio. Pero no me refiero a la
circunstancia de la persona que les habla, sino al contenido del mensaje en
virtud del cual los asturianos nos han encomendado la tarea de desempeñar el
gobierno de nuestra comunidad autónoma. Escuchando y leyendo algunas
opiniones vertidas con cierta insistencia quiero manifestar con todo respeto
hacia las mismas que los asturianos no han depositado en nosotros su
confianza mayoritaria para que todo siga igual, sino más bien para todo lo
contrario: para promover un cambio profundo en el rumbo de los asuntos
públicos que abra nuevos horizontes de progreso y de bienestar a la sociedad
asturiana.
Uno de los motores básicos del cambio que reclama la ciudadanía tiene que
ser la institución universitaria. Nuestra Constitución define con nitidez la
autonomía universitaria, en cuyo desarrollo legislativo encontramos definidos
los niveles competenciales, los esquemas de funcionamiento y las fórmulas de
colaboración que corresponden a la Universidad de Oviedo y al Principado de
Asturias. Me apresuro a señalar que nos identificamos plenamente con las
previsiones establecidas en el ordenamiento actual, y lo subrayo explícitamente
para definir y acotar de manera inequívoca las líneas maestras del campo de
relaciones que el Gobierno del Principado contribuirá lealmente a desarrollar,
con intención de alcanzar la mejor sintonía y con vocación de la mayor armonía
hacia los órganos rectores de la Universidad de Oviedo.
Ayer reconocí en mi intervención con motivo del Día de Asturias, que nuestro
tiempo no es el de “las mejores condiciones de prosperidad.
El estancamiento
de nuestro crecimiento, las altas tasas de paro y el deterioro de nuestros
niveles de bienestar llenan de preocupación y de pesimismo los hogares de
todos los asturianos, especialmente de los más humildes. La mayoría de
nuestros jóvenes tienen que empezar su singladura buscando las
oportunidades de empleo fuera de nuestro país. Pero añadía que es
precisamente en los momentos difíciles -y el actual lo es de modo significativo
e innegable- donde se fraguan y se consolidan las herramientas morales más
auténticas, como es el amor a la verdad, la solidaridad, la capacidad de
iniciativa y el compromiso con una justa distribución de la riqueza. Esta es la
hora de arrimar el hombro, y lo es de un modo singular, porque son
excepcionales las circunstancias en que se enmarca este tiempo que, más que
una cancha para jugar una partida de rivalidades, es una clamorosa y rotunda y
hasta angustiosa llamada a ir todos juntos en la buena dirección. Ese es
nuestro compromiso con Asturias”. Y este es el compromiso obligado del
Gobierno del Principado con una institución vital para Asturias como es la
Universidad de Oviedo.
Las dificultades que se avecinan para todos para contar con recursos
deseables, capaces de sostener las acciones que nos permitan alcanzar los
objetivos posibles, no pueden ser un obstáculo para la legítima ambición de
avanzar por la senda del progreso, entendida esta desde la visión legítima que
cada cual interpreta de las necesidades y de las prioridades de nuestra
sociedad, a la que como servidores públicos nos debemos. La realidad nos
impone la obligación intelectual de discurrir -y el discurso es el resultado de
discurrir- sobre las fórmulas más pragmáticas de hacer más con menos, y
también porque, como dice el sabio aforismo popular, “tenemos que hacer de la
necesidad virtud”. En ello les garantizo que empeñaremos nuestros mejores
esfuerzos.
Me parece de extraordinaria importancia el cambio espacial que plantea el
equipo de gobierno de la Universidad de Oviedo. Celebro que la reordenación
de los espacios universitarios forme parte del plan estratégico del Campus de
Excelencia Internacional que persigue objetivos a largo plazo, pero que tiene
como prioridad el campus de Ciencias de la Salud en el entorno del nuevo
Hospital Universitario Central de Asturias.
La necesidad de modernizar y
concentrar los centros universitarios dispersos en la trama urbana de Oviedo
convierte en estratégica su planificación, tanto desde el aspecto de la apertura
y aprovechamientos de los espacios de la nueva ciudad resultante como desde
el diseño espacial y funcional de la trama integrada por las nuevas ubicaciones
universitarias proyectadas. El proceso planificador es largo y el proyecto de
ejecución lo es aún más. Pero sin instante cero nunca podría avanzar el primer
paso, y ese instante cero desencadenante tiene que producirse con la nueva
ubicación de la Facultad de Medicina y de Ciencias de la Salud, tarea que la
Universidad y el Principado debemos de acometer con carácter inmediato,
como fase primera del plan estratégico global que abarcaría la totalidad de los
centros universitarios dispersos por la capital.
El segundo cambio que tenemos que abordar de común acuerdo entre todos es
un cambio direccional. Su exigencia figuraba ya en la Exposición de Motivos de
la Ley Orgánica 6/2001 de Universidades con una explícita referencia a los
cambios profundos experimentados por el sistema universitario español,
afirmando a continuación que “nuestra sociedad confía hoy más que nunca en
sus universidades para afrontar los nuevos retos, los derivados de la sociedad
del conocimiento en los albores del nuevo siglo” .
Hace pocos días tuve la
ocasión de extenderme sobre la importancia de los retos de la sociedad del
conocimiento, en el acto de clausura de los cursos de La Granda, recordando
que “cerca del 60% de la riqueza de la humanidad se concentra hoy en las
comunidades que atesoran el conocimiento, que suponen solo el 15% de la
población. Son países que ocupan a sus ciudadanos en actividades de calidad
y exportan sus productos y servicios”. (3)
Para encaminarnos decididamente hacia la sociedad del conocimiento, las
nuevas luces jovellanistas que necesita Asturias se encuentran en el camino de
la investigación y de la innovación. De acuerdo con los datos más recientes del
INE, en Asturias, al igual que en España, el esfuerzo investigador se realiza
con recursos que provienen, aproximadamente a partes iguales, desde los
Presupuestos Generales del Estado y las Autonomías y de los fondos de I+D
que dedica a la actividad el tejido empresarial.
El sector de ejecución responde
a una proporción equivalente, donde las empresas reciben recursos públicos
para I+D+i en aproximadamente un 20% de la actividad que desarrollan y, por
tanto contribuyen con recursos propios en un 80% que provienen de su
actividad económica. En contrapunto, la investigación pública solo cuenta con
fondos generados por su actividad económica en una proporción del 7%. Estos
datos del INE referidos al año 2009 clarifican un debate estructural de
importancia capital en el desarrollo económico de nuestro país: en qué medida
la actividad pública de investigación está creando riqueza real si la empresa no
le demanda más que en una mínima proporción.
El impacto colectivo de nuestra investigación, si la medimos tanto en
generación de patentes como en referencias y citas a nuestros investigadores
en revistas científicas y técnicas internacionales, aún está lejos de los objetivos
deseables, y nuestra inversión en investigación se traduce en resultados, en
patentes y citas, entre cinco y diez veces por debajo de países de nuestro
entorno. Si nos referimos al papel de las universidades, ninguna universidad
española figura entre las cien primeras de los “ranking” de calidad. Esto nos
lleva a afirmar que nuestra investigación, básica y aplicada, no es un referente
significativo, supone un coste desproporcionado y está vertebrada en una
dispersión muy mejorable.
Desde las Universidades y Centros de investigación se ha venido defendiendo
durante muchos años que el problema de la investigación en España está en la
falta de masa crítica y deriva de los escasos fondos para I+D+i que el país
dedica como porcentaje de nuestro PIB. Fruto de esta reivindicación objetiva,
este porcentaje ha pasado, en una década, del 0,9% a cerca del 1,4%. Si bien
es cierto que países de referencia como Inglaterra o Suiza dedican al esfuerzo
investigador porcentajes del PIB superiores (hasta en un 50%), no resulta
creíble, como el tiempo ha demostrado, que este sea el motivo de nuestra
escasa proyección e insuficiente productividad investigadora. Habría que
buscar otras causas, estructurales, como son que la investigación en España
se centra más en hacer investigación básica a largo plazo o que la
investigación aplicada y la innovación no entran en los objetivos de una muy
alta proporción de nuestros investigadores, cuyo talento se concentra en
disciplinas ajenas a las necesidades e intereses colectivos y especialmente,
ajenas a las necesidades de la sociedad de la información y sus tecnologías.
Ante esta realidad, en tiempos donde los recursos económicos tendrán que
sufrir recortes, y sin que se produzca una ruptura sino que se promueva una
transición, tenemos que abordar en Asturias una transformación, un cambio
gradual, modulando mucho mejor cómo utilizar nuestros medios de forma más
eficaz, en la visión prioritaria de creación de valor añadido que es la vía
imprescindible para impulsar el crecimiento de nuestro país. La necesidad de
que este cambio sea gradual es muy relevante.
La universidad, para adaptarse
a este mundo cambiante, debe pasar de transmitir saberes a crear
capacidades, de formar especialistas a promover innovadores, de la
investigación básica a la aplicada para fines mercantiles, porque estamos
pasando del Estado del Bienestar al Estado Emprendedor y hay que valorar los
resultados económicos a corto y medio plazo, pero sin olvidar, por ejemplo, que
la teoría científica más importante del siglo XX, la Teoría de la Relatividad, no
habría tenido ningún valor durante más de medio siglo, hasta que hace bien
poco empezó a utilizarse para montar localizadores más conocidos como
GPS’s.
El tercer cambio al que queremos contribuir desde el gobierno del Principado
podríamos definirlo como vocacional. La Universidad de Oviedo es una
institución muy querida y arraigada en Asturias porque ha formado en la
excelencia a lo largo de más de 400 años a miles y miles de asturianos, porque
nuestros mejores compatriotas se educaron en sus aulas o dictaron en ellas
sus lecciones magistrales, y porque, además, como dijo Pérez de Ayala en un
ensayo dedicado al reconocimiento de la universidad ovetense, donde se formó
como hombre y como escritor, “fue una factoría de hombres críticos que se
desparramaron por toda España a servir con honradez al estado y a
contaminar a sus compatriotas de las tres humanas pasiones, las más altas y
nobles, de que ellos antes habían sido contaminados en el claustro ovetense:
la pasión por la verdad, la pasión por la justicia, la pasión por la libertad” (5).
La universidad ovetense es muy querida en Asturias y muy respetada en
España porque en sus aulas se formaron grandes ilustrados como
Campomanes y Jovellanos, grandes liberales como Riego ó Toreno, y grandes
reformistas como Clarín, Adolfo Posada o Melquiades Álvarez, a lo largo de un
dilatado periodo histórico. La época más gloriosa de nuestra universidad pasa
por ser la del llamado por Joaquín Costa “Grupo de Oviedo”, que según el
mejor conocedor de la historia de la institución académica, Santiago Melón (6),
promovió dos iniciativas principales.
La primera, modernizar los métodos de
enseñanza y llevar el saber de las aulas a los ateneos y centros obreros –la
famosa Extensión Universitaria- conectando de una manera extraordinaria la
sociedad asturiana a la universidad. Y la segunda, tratar de impulsar la
vinculación con Iberoamérica, poner en marcha el “americanismo”, otra especie
de segunda extensión universitaria relacionada con nuestra emigración
ultramarina, y que se iba a concretar hace ahora exactamente un siglo con los
viajes académicos de Rafael Altamira y Adolfo Posada para abrir un nuevo
cauce en las relaciones con los países hermanos de ultramar.
La renovación pedagógica y la extensión universitaria, planteadas al unísono
por primera vez solemnemente por Rafael Altamira en la apertura del curso
académico 1898-1899, fue concebida como un instrumento de regeneración de
la vida española –entonces hundida después del desastre colonial-, y como un
reto histórico para abrirse a la sociedad y llegar a las clases populares porque,
como dijo Altamira en el solemne acto, “la universidad puede contribuir
eficazmente (a la educación popular) pero es a condición de romper su
aislamiento y de comunicarse directamente con las clases sociales que no
concurren a sus cátedras” .
Con estas premisas, la Universidad de Oviedo extendió su saber por los
núcleos populares y obreros, por villas y ciudades, llegando a impartir cursos
en Santander, en León y hasta en Bilbao. Fue una experiencia extraordinaria
porque, por primera vez en España, los académicos rompieron los muros del
tradicional elitismo universitario, sacaron las aulas a la calle y llevaron las
nuevas ideas a los centros culturales, de tal manera que los profesores de
Oviedo inauguraron una nueva época gloriosa de la universidad española.
Parafraseando a Churchill, nunca tan pocos influyeron tanto.
Por eso son,
desde hace un siglo, nuestras grandes referencias académicas. Unos eran
asturianos de nación y otros de “pación”; unos eran asturianistas y otros
obreristas; unos eran monárquicos y otros republicanos ó reformistas, pero
desde la diversidad ideológica e intelectual todos estaban en la vanguardia del
progreso científico, de la investigación y de la docencia, dejando una huella
indeleble en sus obras, en sus clases y en su labor académica y profesional.
Sin embargo aquel “Grupo de Oviedo” no pudo ver culminado su segundo gran
objetivo: lo que podríamos llamar la “extensión” iberoamericana de nuestra
universidad.
Esta gran iniciativa fue planteada oficialmente por nuestros
eminentes profesores ante el Congreso Hispano-Americano de 1900, donde,
después de declarar que, “tratándose de relaciones con la América que fue
española, Asturias tiene, quizás más que ninguna otra provincia, el derecho y el
deber de contribuir intensamente a la obra de estrechar esas relaciones”,
presentaron un decálogo de proposiciones que iban de la creación de un
Instituto Iberoamericano a los intercambios de profesores, alumnos,
publicaciones y hasta títulos, proposiciones que firmaban los que fueron sus
rectores Félix Aramburu y Fermín Canella, además de los profesores Adolfo
Buylla, Leopoldo Alas, Adolfo Posada, Rogelio Jove, Aniceto Sela, Rafael
Altamira y Melquíades Álvarez (8).
Ese objetivo se conectaba con las colonias asturianas de ultramar que, por
cierto, también habían sido requeridas para aportar fondos y recursos a una
universidad que entonces recibía del Estado la cantidad de 3.000 pesetas (9),
requerimiento al que respondió la Asociación Patriótica de Buenos Aires y el
naviego Rafael Calzada, con lo que el Grupo de Oviedo pudo iniciar la
publicación regular de los famosos Anales de la Universidad de Oviedo (10).
Gracias a la publicación de estos Anales conocemos la andadura de este
“americanismo” universitario ovetense que se iba a concretar, como ya
señalamos, en los viajes de Altamira y de Posada, viajes históricos que, no
obstante, no pudieron culminar el objetivo estratégico de crear un Instituto
Pedagógico Iberoamericano, para fomentar las relaciones académicas y de
todo tipo entre las naciones de ambas orillas del Atlántico.
Pues bien, cuando se cumple el centenario de esa obra americanista de
nuestra Universidad que el “Grupo de Oviedo” no pudo ver realizada, y
siguiendo el ejemplo actual de otras universidades españolas que tienen
mucha menos vinculación con América que nosotros, quiero reiterar aquí en
este acto inaugural que un objetivo de mi Gobierno es poner en marcha un
Instituto o Centro Iberoamericano cuyo núcleo matriz sea la Universidad de
Oviedo y que cuente con la colaboración activa de la sociedad y de las
empresas asturianas para hacer realidad el objetivo de aquellos memorables
profesores de poner en marcha una “universidad asturiana de las dos orillas”
que, contando con las relaciones ya existentes, sirva a nuestra comunidad de
aquí y del otro lado del Atlántico para reforzar nuestros comunes intereses
culturales, económicos y sociales en la Asturias del siglo XXI.
Como hace un siglo, la Universidad de Oviedo se internacionaliza con el
Campus de Excelencia, se abre hoy más que nunca a la sociedad y renueva
sus métodos pedagógicos impulsada por el llamado Plan Bolonia, que se
plantea como la convergencia de las universidades españolas en el Espacio
Europeo de Educación Superior, lo que supone adaptar los planes de estudio,
los métodos de enseñanza y los sistemas de evaluación, esto es, poner en
marcha nuevas titulaciones, actividades tutoriales y reducidos grupos de
trabajo.
El Plan Bolonia supone por tanto una especie de reconversión
universitaria que viene a acabar con las viejas lecciones magistrales, y en
consecuencia exige más docentes y espacios adecuados a esta nueva
docencia, llamémosle de proximidad, precisamente en un momento de crisis
económica y de escasez de recursos, por lo que la aplicación del Plan Bolonia
a coste cero plantea nuevos problemas y nuevos retos a la comunidad
universitaria. A estos retos, a estos nuevos desafíos, responde mi Gobierno
con el compromiso de la palabra dada en nuestro programa, como ya hemos
empezado a demostrar apoyando a la Universidad en la contratación de
nuevos profesores para este mismo curso
Aprendamos en definitiva de nuestros grandes maestros el camino a seguir y
tendremos la mejor universidad del siglo XXI. Aprendamos a traer a enseñar a
nuestras aulas y a investigar en nuestros centros a los mejores profesores
como se trajo en su día a Rafael Altamira; ayudemos a estudiantes de poca
fortuna y mucho talento como Melquíades Alvarez; formemos en el extranjero a
los discípulos jóvenes y aventajados como Adolfo Buylla, y, en fin, conectemos
atentamente con las preocupaciones y desvelos de la sociedad que nos rodea
como hizo hace un siglo aquel memorable Grupo de Oviedo para gloria y
grandeza de la Universidad Asturiana.
En mis palabras me gustaría que encontraran un mensaje de estímulo y de
cooperación en las tres direcciones de cambio que he mencionado, que no son
excluyentes de otras muchas, como el plurilingüismo, cambios que la
aspiración de excelencia lleva siempre implícitos y que la vida universitaria nos
va a demandar de manera permanente. Cambio espacial para modernizar y
transformar el Campus de Excelencia que la Universidad tiene planteado como
reto.
Cambio direccional para situar la Universidad de Oviedo a la vanguardia
de la incorporación de Asturias a la sociedad del conocimiento. Y cambio
vocacional para que la Universidad, en la mejor tradición del “Grupo de Oviedo”
vertebre la nueva Asturias a los dos lados del Atlántico, incorporando nuestro
municipio número 79, el de los asturianos de la diáspora, a nuestros comunes
intereses sociales, culturales y económicos.