Por Francisco Álvarez-Cascos
Presidente del Principado de Asturias
Como recordé ayer al entregar las Medallas de Asturias y los títulos de Hijos Predilectos del Principado, un millón y pico de asturianos de la Asturias urbana, la Asturias marinera, la Asturias minera, la Asturias industrial, la Asturias rural, celebramos nuestra fiesta anual dentro de este hermoso país; y otros cientos
de miles, nacidos o descendientes de la raíz común, lo hacen en otros lugares de España y del mundo a los que han llegado por el oleaje desarbolado del exilio, o por la necesidad de la emigración, o por la voluntaria y libre búsqueda de nuevos horizontes, conformando ese poblado municipio número 79 de nuestra Comunidad: asturianos del éxodo y del llanto, del esfuerzo y de la aventura, de la nostalgia o del forzoso desarraigo, y a quienes tenemos hoy especialmente presentes en nuestro sentir.
No hemos llegado a la fiesta de la Santina y al Día de Asturias, que celebramos hoy día 8 de septiembre en Covadonga y en Amieva, en las mejores condiciones de prosperidad que conforman el contexto existencial deseable para un pueblo que se merece lo mejor, porque para ello ha trabajado y se ha esforzado sin bajar la guardia. El estancamiento de nuestro crecimiento, las altas tasas de paro y el deterioro de nuestros niveles de bienestar llenan de preocupación y de pesimismo los hogares de todos los asturianos,
especialmente de los más humildes. La mayoría de nuestros jóvenes tienen que empezar su singladura buscando las oportunidades de empleo fuera de nuestro país.
Pero es precisamente en los momentos difíciles -y el actual lo es de modo significativo e innegable- donde se fraguan y se consolidan las herramientas morales más auténticas, como es el amor a la verdad, la solidaridad, la capacidad de iniciativa y el compromiso con una justa distribución de la riqueza. Esta es la hora de arrimar el hombro, y lo es de un modo singular, porque son excepcionales las circunstancias en que se enmarca este tiempo que, más que una cancha para jugar una partida de rivalidades, es una clamorosa y rotunda y hasta angustiosa llamada a ir todos juntos en la buena dirección. Ese es nuestro compromiso con Asturias. Y al decir Asturias no me refiero solamente a una entidad geográfica o demográfica sino a una larga historia, y a un tiempo venidero que está en nuestras manos y del que deberemos rendir cuentas. Tan alejados del pesimismo como de la frivolidad, esta jornada de afirmación de la identidad asturiana tiene, en esta ocasión, una especial seriedad, perfectamente compatible, y hasta complementaria, del orgullo de ser y de sentirnos asturianos.
Deseo que la fiesta de Covadonga y el día de Asturias, más allá de su emoción espiritual y festiva, proyecten su espíritu de unidad y de fraternidad sobre nuestras actitudes colectivas, y galvanicen el firme propósito de todos los asturianos de redoblar nuestros esfuerzos y de multiplicar nuestra generosidad
para superar cuanto antes las dificultades del tiempo presente, y para construir nuevos proyectos de esperanza en la nueva Asturias, una Asturias más solidaria, una Asturias más acogedora y abierta al mundo, con oportunidades reales de empleo y de prosperidad para todos.