El invierno de la matanza

El invierno de la matanza

El invierno toca a su fin, han pasado los dias de heladas y la aldea empieza a tomar color, el color de los nuevos brotes y la nueva savia. Las mimosas surgen de la soledad invernal con la fuerza de una explosión cromática acompañadas de las camelias y los magnolios. La primavera anuncia su llegada, las aves insectívoras;  carboneros, petirrojos, verderinos, mirlos, malvises...todos entonan los trinos del cortejo a la vez que preparan nuevos nidos o restauran algunos que habían sido abandonados en pasadas estaciones.

                       

Los meses de heladas invernales son los ideales para la tradicional matanza familiar.  En los horreos y las paneras ya se encuentran, en salazón, los jamones, lacones y los tocinos. De los techos cuelgan los embutidos, previamente ahumados en las viejas tsariegas que, aunque están en desuso, se han conservado para estas labores de ahumado y  para cocer las “tsabazas” para alimentar de los cerdos, aunque no sabemos por cuanto tiempo ya que las aldeas se quedan vacías y pocas gentes jóvenes residen en ellas; no hay nacimientos de niños  y los mayores ya no pueden o no deben comer carne salada de cerdo por causa del colesterol y en vez de copas de cazalla, acuden al sintrón.

 

                       

Se dice, que mientras hay vida hay esperanza, y mientras quede humo en una chimenea y un habitante en la aldea que sienta la necesidad de conservar las tradiciones respetando la memoria de sus mayores, en estos lugares se practicará la matanza familiar, uno de los grandes recursos de autosuficiencia y pervivencia de nuestros habitantes, y todo subsiste, a pesar de lo mucho que la administración ha hecho para impedirlo en nombre de la higiene y la manipulación de los alimentos, haciendo que los cerdos tengan que ir al matadero encareciendo así lo que en principio era una economía básica y familiar.

                       

Hace años yo veía, en el pueblo, como los paisanos traían las muestras al veterinario para que las mirasen y así evitar la triquina y, al igual que las leyendas sobre los lobos,recuerdo un caso en que, una familia que no las miró, fueron víctimas de esa mortal enfermedad; en aquella ocasión falleció una señora, como consecuencia de ello el juzgado precintó la panera y a los pocos días enfermó otra señora, que por suerte se salvó. Al ver que se había roto el precinto de la panera, descubrieron que esta última había comido chorizos y al preguntarle porque había hecho esto, contestó, con toda naturalidad: ¡ es que estaban tan buenos !

 

                       

 

Y a pesar de todo, la señora tenía razón, hay pocos manjares tan deliciosos como unos chorizos caseros fritos, acompañados de unos huevos caseros, algo de jamón, pasado por la sartén y unas patatinas crugientes; pero que decir de la prueba del picadillo y ese adobo de lomo, compartido con los vecinos que ayudaron en la matanza, mientras se beben unos “fervidillos” de vino blanco para paliar las bajas temperaturas. Sin duda alguna hemos ganado mucho con el descubrimiento de nuevas tecnologías, pero corremos el riesgo de  perder los mas humildes pero deliciosos placeres de la vida, esos que nos dan la pauta de la “calidad”, frente a la vulgaridad.

 

 

Dejar un comentario

captcha