Oviedo.-Familiares y amigos del periodista José Vélez Abascal se dieron cita esta mañana, en La Florida, para descubrir la placa de la vía que llevará su nombre. Al acto asistió el alcalde, Agustín Iglesias Caunedo quien comenzó su intervención recordando la comida que, el pasado viernes, celebraron lo periodistas asturianos con motivo de la celebración de su patrón, San Francisco de Sales. "Hoy no puedo dejar de recordar que fue hace sólo tres años, en idéntica fecha, cuando este gremio concedió su título de honor al periodista José Vélez sin saber, entonces, que dos meses más tarde volverían a reunirse para darle la última despedida (…) el unánime reconocimiento por parte de la profesión al que tal vez fue el último reportero de la vieja escuela que ha tenido Asturias, un periodista de raza, que nació, vivió y murió pegado a la noticia, a su cámara y a la necesidad de contar. Y eso que José Vélez, como él mismo contó muchas veces, llegó a la profesión de forma bastante azarosa. Primero una Reina Cross prestada le hizo pasar de chaval para todo por las calles de Oviedo a fotógrafo". "El instinto, la inteligencia y la curiosidad le convirtieron en periodista gráfico, en un informador. De su maestría en ese oficio, a veces tan difícil, dio notables muestras en el ‘Región' de Ricardo Vázquez Prada y en La Nueva España de Paco Arias de Velasco. También en la corresponsalía de Europa Press, o en los tiempos duros que pasó, con entrega y corazón, al frente de ‘La Hoja del Lunes'. De su celebridad, su forma de ser, ocurrente y jovial, saben sus compañeros en todas aquellas batallas, esos reporteros que fueron inseparables parejas periodísticas de Vélez, con los que recorrió Asturias y junto a los que cumplió con el deber diario de informar a los asturianos".
Se ha dicho muchas veces que Vélez "fue uno de los fotoperiodistas más importantes de su generación en este país. Publicaciones como ‘Oviedo, la huella del tiempo', que editó la Fundación Municipal de Cultura de este Ayuntamiento con textos de Juan de Lillo, pueden probarlo. La fuerza de sus trabajos transcendía el hecho fotográfico", subrayó Caunedo al tiempo que dejaba claro que "su mirada era fiel al ‘ir, ver y escuchar' que llevaba grabado a fuego como código deontológico de la profesión".
Oviedo, aseguró el primer edil, "le debía esta calle a Vélez. Porque este hijo de cántabros con infancia en Pola de Allande, encontró en esta ciudad su lugar en el mundo. Pocos conocían Oviedo como Vélez. Él no quiso dejar nunca la ciudad y la ciudad tampoco le abandonó nunca. Aquí trabajó Vélez y aquí vivió, al lado de su inseparable Aurora y de sus tres hijas, María, Elena y Eva (presentes en el acto), continuadoras, las dos últimas, de esa tradición de nobleza periodística que supo transmitir también en su casa".
"Oviedo cumple hoy, así, con el homenaje debido para quien mejor supo mirar sus calles y sus cosas, un fotógrafo que no perdió detalle y que contó, como pocos, lo que le sucedía, en cada momento, a sus ciudadanos. Un periodista infatigable al que sólo la muerte pudo jubilar. Un clásico. José Vélez", concluyó el Alcalde, al tiempo que recibía el aplauso de las decenas de asistentes y descubría la placa que da nombre a la calle José Vélez Abascal.
A continuación su hija Elena Vélez, periodista de La Nueva España, glosaba la figura de su padre en un escrito lleno de cariño y admiración y agradecía la presencia de grandes amigos de su progenitor. "Mi padre comenzó en el periodismo por supervivencia, lo convirtió en su medio de vida por pasión y se hizo un nombre en la prensa por su talento y su dignidad. Más de seis décadas separan la primera foto que publicó y el último número del periódico mensual ‘La Hora de Asturias' que fundó y dirigió hasta su fallecimiento el 18 de marzo de 2012 a los ochenta años. Un José Vélez Abascal veinteañero con una cámara Reina Cross prestada vio a un lancero municipal capturar con cierta dificultad un perro en mitad de San Lázaro. Aquella escena poco o nada tenía que ver con las bodas y celebraciones de la burguesía ovetense en las que le pagaban por retratar a los protagonistas, pero algo se le removió por dentro y apretó el disparador varias veces. Ricardo Vázquez Prada le compró el material en el bar Paredes después de una función en el Campoamor. Al director de ‘Región' y a mi padre les unía la afición al cine, al teatro y a las tertulias de cafetería".
"Un sabueso de anécdotas, un narrador visual"
Entonces, aseguró Elena Vélez, "comenzó la carrera periodística de mi padre. Su máxima profesional está presente en todas sus fotos: Sacar la realidad tal como es y fijarse en el detalle. Parece fácil, pero no lo es. La llegada de Carl Lewis a Oviedo para correr los 60 metros lisos en el Palacio de los Deportes durante el II memorial José Luis González fue una noticia que dio la vuelta al mundo en 1989. Yo tenía once años y me gustaba el atletismo. Sabía que mi padre iba a cubrir la prueba, así que me moría de ganas de ver las fotos que haría del plusmarquista corriendo. En lugar de eso me enseñó al ‘Hijo del viento' vestido de chándal sentado en el suelo cambiándose de calcetines. Ahí me di cuenta de que un reportero gráfico es mucho más que alguien que saca fotos. Es un sabueso de anécdotas, narrador visual, descubridor de secretos y capaz de dejar mudo a alguien". La picardía, continuó su hija, "es otro de los ingredientes principales de su trabajo y son muchas anécdotas las que lo atestiguan. Por ejemplo, cómo evitó el marcaje de la Policía y la Guardia Real en Covadonga el día que el niño Felipe de Borbón recibió un homenaje recién nombrado Príncipe de Asturias. "¡Haga usted el favor de quitarme las manos de mis partes!". Lo dijo en voz muy alta a los agentes que trataban de impedir que cruzase el cordón de seguridad. Y fue justo en el momento en que pasaban los Reyes con sus hijos y una larga comitiva de autoridades políticas y eclesiásticas. La barrera humana se aflojó, el niño-príncipe miró y él por poco acaba el carrete. Contadas por él mismo o transmitidas de unos a otros, hay miles de historias de mi padre que dan lecciones de vida, dibujan una sonrisa y sirven para escribir una biografía. Sin duda, los mejores testigos de estas peripecias han sido sus colegas de profesión. Una larga nómina que no es posible dar completa sin que alguien se quede fuera. Son, entre otros, su admirado Paco Arias de Velasco, Luis Alberto Cepeda, Juan Ramón Pérez Las Clotas, Manuel Fernández Avello, Juan Luis Cabal, Juan de Lillo, Orlando Sanz, Graciano García, Evaristo Arce o Luis José de Ávila, al que le unía una fortísima amistad y con el que curiosamente sólo coincidió a nivel profesional en ‘La Hoja del Lunes' y la ‘Asociación de la Prensa'. Con Avello hizo uno de los reportajes que forman parte del patrimonio cultural asturiano. Fueron los primeros periodistas que entraron en la cueva de Tito Bustillo a los dos días de que el grupo de espeleología "Torreblanca" descubriese un caballo pintado en la pared. El jovencísimo Celestino Fernández Bustillo sale en primer plano con la mirada perdida, como si no pudiera creerse su hallazgo, ajeno a que la muerte le iba a estar esperando en otro recodo de la montaña tres semanas más tarde y que aquella cueva riosellana de arte rupestre llevaría su nombre. Con Lillo publicó dos libros: "Memorias de nuestro tiempo" y "Oviedo. La huella del tiempo". Sus fotos no sólo cuentan la transformación urbana, social o política de Vetusta a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, sino que son el ejemplo perfecto del amor incondicional que mi padre sentía por esta ciudad. Demostró su sensibilidad en los sesenta al fotografiar con ojo de pez una plaza de la Catedral atestada de coches aparcados; inmortalizó una expoliada Cámara Santa y captó la tristeza de los trabajadores del café Peñalba el día de su cierre".
Hay quien sale a comprar los periódicos con la cartera, las llaves y el móvil, "y luego está mi padre, que además de eso guardaba una o dos cámaras ‘piquiñinas' en los bolsos de la cazadora "por si encontraba algo interesante" por el camino. Nunca llegaba a casa a una hora determinada. Antes de que aparecieran los móviles, el teléfono podía sonar a cualquier hora del día o de la noche. ‘¿Está tu padre, guapa?'. ‘Sí. Ahora se pone". Mis hermanas María y Eva o yo misma contestábamos mecánicamente, y a los pocos segundos mi padre salía zumbando. Gajes del oficio. Rara vez oí quejarse a mi madre Aurora por muy tarde que fuera o porque la comida se estaba enfriando en la mesa. Se levantaba invariablemente a las ocho de la mañana y procuraba llegar con antelación a las citas para poder enfrentarse a los imprevistos. Daba igual que fuese un reportaje o una comida en familia. De hecho, mantenía esa costumbre incluso en vacaciones, cuando nos hacía salir a las cinco de la madrugada para no pillar atasco. Los domingos le saludábamos desde la terraza de casa, en Buenavista, cuando iba o volvía de un partido de fútbol del Oviedo. La preparación de la bolsa del equipo fotográfico con el trípode, flashes y teleobjetivos era un ceremonial que me tenía casi tan fascinada como cuando sacaba los carretes de la cámara en el salón de casa. Metía las manos en una bolsa oscura y manipulaba las películas. Sufría como el que más con las derrotas azules y celebraba el triunfo de forma contenida, con un brillo en los ojos. Sólo en el 88 demostró abiertamente su alegría cuando llamó a casa desde Mallorca para decirnos que ‘por fin estábamos en primera'".
"Las estancias en el extranjero también eran habituales. Además de moverse por Oviedo como nadie y recorrer Asturias de cabo a rabo, el periodismo le permitió conocer mundo. En su etapa en La Nueva España, donde desarrolló la mayor parte de su carrera, cubrió informaciones en Rusia, Venezuela, Perú, México o Argentina, y su trabajo como delegado de Europas Press y en La Hoja del Lunes, de la que fue director en los últimos años, también le brindó la oportunidad de viajar llegando a ver al Papa Juan Pablo II en Roma. Cada viaje era una aventura y en algunos casos con toques agridulces que le hicieron tomar difíciles decisiones personales y nuevos retos profesionales. Su maleta siempre volvía cargada de regalos, en especial de bombones y caramelos. Puedo presumir de haber tenido una infancia llena de dulces internacionales, aunque a veces nos sorprendía con sus adquisiciones, como una colección de maracas artesanales hechas a base de calabaza y granos de maíz que a mi madre le hizo pensar que quería convertirse en Antonio Machín".
"El humor ácido y socarrón de mi padre formaba parte de su ADN, lo que mezclado con su veteranía, le hizo capaz de dar su opinión ante cualquier interlocutor. Pero si por algo se distinguió fue por tener amigos en todas partes. Desde las más altas esferas empresariales y políticas hasta los trabajadores de a pie. La revista Vivir Oviedo le nombró ‘Ovetense del año' en 1996 y la Asociación de la Prensa le rindió homenaje dos meses antes de fallecer de forma repentina. En aquel momento abogó por un periodismo libre y sin presiones que entorpezcan la búsqueda de la verdad y la defensa de los ciudadanos. Según sus palabras, ‘la independencia de un periodista está por encima de un balance económico'.Mi padre solía decirles a sus amigos en los funerales que ‘la muerte es algo que nunca nos pasará a nosotros'. Y tenía razón. Él siempre estará en Oviedo", concluyó Elena Vélez al tiempo que recibía el aplauso de los asistentes y el gaitero Vicente Prado Suárez, "El Pravianu" comenzaba a tocar la gaita