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La ingeniería Informática, sin tanta tradición como otros estudios universitarios, es un buen ejemplo del efecto negativo de los prejuicios culturales. Parece que cada vez menos mujeres estudian esta materia y curiosamente fue Ada Lovelace, prestigiosa matemática del siglo diecinueve, la primera programadora de la historia.
“Empecé a programar cuando tenía dieciséis años y faltaba uno para que el primer americano llegara a la luna. Una empresa de ingeniería, la que construyó el primer túnel de Guadarrama, ofrecía trabajo para una chica joven que supiera mecanografía y tuviese buenos conocimientos de Matemáticas. Me pareció una combinación poco habitual, pero a punto de entrar en una escuela de ingeniería, me ofrecí para el trabajo y me contrataron. Allí programaba una modernísima calculadora de sobremesa y me iniciaba en la programación de un potente ordenador IBM. Cuando me concedieron la beca que había solicitado para estudiar en la universidad, dejé ese trabajo. “Espero que te den el Nobel” me dijo con sarcasmo el jefe de personal, molesto sin duda por mi decisión.
Me pregunto si no habrá sufrido la Informática un proceso similar al de la cocina. Durante siglos, guisar ha sido una actividad asociada a las mujeres pero, cuando los fogones significan prestigio, poder, glamour y dinero son terreno mayormente masculino. Tres años después, no me quedó otra alternativa que volver a trabajar. Trataba de compaginar estudios y trabajo y pensé que un puesto de auxiliar administrativa, en una gran empresa con buen horario, era una buena opción para compatibilizar ambas cosas. Después de pasar exámenes, pruebas sicotécnicas y de mecanografía (a las mujeres nos exigían mayores pulsaciones por minuto que a los hombres) fui admitida. Entre quienes superaron todos los exámenes nos eligieron a un grupo de quince, chicos y chicas, para un proyecto especial. No nos dedicaríamos a las cuestiones administrativas, sino que, tras unos meses de formación, trabajaríamos como programadores de ordenadores.
Fue un ingeniero de la empresa quien nos dio la formación necesaria sobre ordenadores, sistemas operativos y lenguajes de programación. Después, cada uno de nosotros fue asignado para trabajar en programación con ingenieros responsables de distintos proyectos. Las chicas, apenas recién entrada en la veintena o a punto de entrar en ella, toparon sin esperarlo con una dificultad añadida. Algunos de esos ingenieros vieron la oportunidad de tener una “secretaria” aunque no era para eso para lo que habían sido seleccionadas. A ellas no les permitieron progresar en el campo de la Informática.
Cuando acabé los estudios de ingeniería en una escuela técnica superior me introduje en un mundo profesional tradicionalmente masculinizado, pero ésa es ya otra historia.”
Masculinización sin causa
La Informática era a comienzo de los años setenta una profesión sin historia en la que comenzaban a trabajar muchos jóvenes de ambos sexos. La toma de datos (había que teclear) se fue cubriendo con mujeres. La operación de los ordenadores (encendido y apagado, colocación de discos, …) con hombres. En cambio en el ámbito de la programación o el análisis, que eran las tareas más novedosas y que constituyen la parte más creativa y más necesitada de buena formación técnica, el número de hombres y mujeres era similar.
Es a partir de la segunda mitad de los años ochenta cuando, sorprendentemente, la presencia de la mujer en este campo empieza a descender tanto en EE.UU. como en Europa debido a la arbitrariedad del poder. En aquel momento, en un campo tan innovador, los directivos de las empresas, hombres casi todos, necesitan a su lado personas a las que consultar sobre lo que desconocían por completo. Empieza esta profesión a ser prestigiosa y cercana a la cúpula empresarial y el poder, ya lo sabemos, piensa y potencia en masculino.
Me pregunto si no habrá sufrido la Informática un proceso similar al de la cocina. Durante siglos, guisar ha sido una actividad asociada a las mujeres pero, cuando los fogones significan prestigio, poder, glamour y dinero son terreno mayormente masculino.
*Mª Teresa Pascual Ogueta es Ingeniera de Telecomunicación experta en nuevas tecnologías y también escritora. Autora, entre otros, del libro “Despidos, la edad y otros pretextos”(Díaz de Santos, 2012). tpascual@coit.es