El placer de aprender lenguas, como el sexo o el juego

El placer de aprender lenguas, como el sexo o el juego

Desde los primeros momentos de nuestra infancia, los seres humanos estamos motivados para aprender palabras nuevas y su significado. Durante esta fase inicial, el aprendizaje de nuestra primera lengua se da en medio de una constante interacción emocional entre padres e hijos. En adultos, esta relación entre el aprendizaje del lenguaje y los circuitos de recompensa ha sido poco estudiada hasta ahora.

En un trabajo publicado en la revista Current Biology, investigadores de la Universidad de Barcelona (UB), del Instituto de Investigaciones Biomédicas de Bellvitge (IDIBELL) y de la Universidad Otto von Guericke de Magdeburgo (Alemania), han mostrado experimentalmente que el aprendizaje de palabras nuevas en sujetos adultos provoca la activación no solo de circuitos corticales de lenguaje, sino también del estriado ventral, una de las áreas principales dentro de los circuitos motivacionales y de recompensa. Este descubrimiento confirma que, en la edad adulta, la motivación para aprender un nuevo idioma se mantiene, lo que nos ayuda a adquirir una segunda lengua.  
 
Los investigadores han determinado que el área de recompensa que se activa es la misma que responde a estímulos como la alimentación, el sexo, las drogas o el juego. «El objetivo del trabajo era ver hasta qué punto aprender un lenguaje podría activar estos circuitos del placer y la recompensa. Por otro lado, que el lenguaje se haya podido sustentar en circuitos de este tipo es una hipótesis interesante desde el punto de vista evolutivo», comenta Pablo Ripollés, estudiante de doctorado de la UB-IDIBELL y primer autor del artículo.
 
Como explica Antoni Rodríguez Fornells, profesor de la UB e investigador ICREA del IDIBELL, «el área del lenguaje se ubica tradicionalmente en una estructura cortical del cerebro que se supone encapsulada, y en ningún momento se postula que tenga que estar relacionada con circuitos de recompensa, evolutivamente muy anteriores». «El artículo —continúa— pone en tela de juicio el hecho de que el lenguaje provenga solo de una evolución cortical o de mecanismos muy estructurados, y muestra un posible aspecto emocional en el desarrollo del lenguaje».
 

Por otro lado, estos circuitos subcorticales están estrechamente relacionados con aquellos que ayudan a almacenar información. Así, aquellos hechos o informaciones que tienen asociados una carga emocional se fijan mejor y se memorizan más fácilmente.

 
 

Motivación para aprender nuevas lenguas

 

Por otro lado, los investigadores de la UB-IDIBELL reconstruyeron las fibras de sustancia blanca que conectaban las diferentes regiones cerebrales de cada uno de los participantes mediante imágenes de tensor de difusión. De esta manera se ha podido correlacionar el número de palabras nuevas correctamente adquiridas por cada persona durante el experimento con un índice del contenido de mielina —una medida de integridad estructural— de los haces de materia blanca. Los resultados demostraron que los sujetos con un mayor contenido de mielina en las estructuras que llevan información al estriado ventral —es decir, que tienen una mejor conexión con el área de recompensa— eran capaces de aprender más palabras durante la tarea de aprendizaje.

 

«Estos resultados proporcionan una base neuronal para la posible influencia de circuitos motivacionales y de recompensa en el aprendizaje de nuevas palabras a través del contexto», afirma Josep Marco Pallarès, investigador de la UB-IDIBELL. El hecho de que estos circuitos de motivación estén activos durante la adquisición de lenguaje abre un nuevo camino para futuras investigaciones que intenten estimular estas áreas de recompensa con el objetivo de producir una mejora en pacientes con problemas lingüísticos de aprendizaje.

 

Por otro lado, que unos circuitos neuronales subcorticales y evolutivamente muy antiguos sean capaces de trabajar conjuntamente con regiones corticales clásicas de lenguaje que evolutivamente tuvieron una aparición mucho más tardíaabre puertas a nuevas teorías del lenguaje que intenten explicar cómo diversas áreas motivacionales y de recompensa pudieron influir en la aparición de uno de nuestros impulsos más básicos: el deseo de aprender palabras nuevas y comunicarnos.

 

Experimento con palabras y apuestas

 

El estudio se llevó a cabo en un grupo de 36 adultos que participaron en dos sesiones de resonancia magnética. En la primera se utilizó resonancia magnética funcional para medir la actividad cerebral de los participantes mientras realizaban dos tareas. Esta técnica permite detectar de forma muy precisa las regiones cerebrales activas mientras una persona realiza un ejercicio determinado. En la primera tarea, los participantes podían aprender el significado de palabras nuevas deduciéndolo del contexto de dos frases en las que aquellas aparecían. Por ejemplo, los sujetos veían en una pantalla la oración «En el lago, el hombre cogió una jedin», y posteriormente «El hombre remaba en su jedin». A partir de estas dos frases, los participantes podían aprender que la palabra jedin significaba ‘barca’. Por otro lado, también realizaban una tarea de juego, en la que debían apostar sistemáticamente una cantidad de dinero que podían ganar o perder.

 

Los resultados del experimento mostraron que en el momento en el que los sujetos extraían y memorizaban correctamente el significado de una palabra nueva por sí mismos (jedin = barca), aumentaba la actividad cerebral del estriado ventral. Es más, esta activación del estriado ventral coincidía con la que se producía al ganar dinero en la tarea de apuestas. Por lo tanto, para el cerebro, aprender el significado de una palabra nueva activaba los circuitos de recompensa en la misma medida que ganar dinero. Además se vio que el aprendizaje de estas palabras nuevas iba acompañado de un aumento en la sincronización de la actividad neuronal entre el estriado ventral y otras áreas corticales relacionadas con el procesamiento del lenguaje.  

En este trabajo han participado los investigadores Pablo Ripollés, Josep Marco Pallarès y Antoni Rodríguez Fornells, del Grupo de Cognición y Plasticidad Cerebral del Departamento de Psicología Básica de la UB y del IDIBELL, junto con investigadores de la Universidad Otto von Guericke de Magdeburgo, liderados por el doctor Toemme Noesselt.


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