Por · (Roma)
Periodismohumano.com
Shumon tiene 28 años y vive en Roma desde hace cuatro, pero aún no habla bien el idioma. No tiene amigos italianos y vive en un departamento con otros compatriotas. “Los italianos son simpáticos, cuando me acerco a ellos me dicen “no, grazie” de forma educada, me agradan. Pero es solo una comunicación pasajera, creo que ellos me ven muy diferente. Me gustaría tener más amigos”. Mientras conversamos Shumon sostiene entre sus manos un ramo de unas 20 rosas rojas. Su único instrumento de trabajo.
La mirada de este hombre es furtiva y con un dejo de desconfianza. En Bangladesh trabajaba como chófer en una compañía de camiones, pero lo que ganaba no era suficiente para mantener a su familia. Con el dinero que cada mes les envía desde Europa han construido una casa, han comprado un automóvil y su hermano menor ha comenzado a estudiar en la universidad. “Tengo más de un trabajo. Durante el día hago diferentes cosas y las rosas comienzo a venderlas a eso de las seis de la tarde hasta las dos de la mañana. Cada noche gano entre 30 y 40 euros, con los que pago el alquiler y me mantengo. El resto se lo envío a mi familia”.
Historias como ésta abundan en las calles italianas. En el país viven 73.695 extranjeros provenientes de Bangladesh, según los datos del Informe Caritas/Migrantes 2010. Muchos de ellos se dedican a la venta de rosas porque no logran encontrar trabajo en otra cosa. “Los empleos más estables son para italianos. Una vez me presenté en una pizzería y me rechazaron diciéndome que mi piel era demasiado oscura para trabajar en un lugar así”, recuerda Shumon. Después de los obstáculos para conseguir los documentos de residencia necesarios – según las cifras del Grupo de Estudio transfronterizo sobre tráfico ilegal e inmigración clandestina de personas (ETIC) en el 2009 la cifra de trabajadores que migraron desde Bangladesh fue de aproximadamente 900.000 personas, eso sin contar los que salieron indocumentados – los bangladesíes se enfrentan a constantes situaciones de racismo. Khan tiene 30 años, es alto y amistosamente ha accedido a contarnos su historia. “Lo que más he sentido es una especie de racismo cotidiano. Por ejemplo, cuando voy en el autobús y me siento al lado de un español, un italiano, estos se levantan y cambian de lugar. No logró entender por qué. Antes me enfadaba mucho, ahora ya no los tomo en cuenta, es más, me da risa”, explica con algo de ironía en su voz.
Hay muchas historias diferentes detrás de quienes nos venden rosas. “Yo estudié economía en la universidad de Dhaka pero al cabo de unos años decidí venir a Europa. Aquí puedo ganar más dinero y ahorrar para mi futuro”, nos cuenta Khan. “En este momento mi objetivo es juntar dinero para poder comenzar un negocio mía, como un bar o un Bed&breakfast. Creo que esto me ayudará a vivir tranquilo económicamente y así podré ofrecerle una buena vida a mi futura esposa. ¡Aunque no tengo novia ya estoy pensando en mi matrimonio! – cuenta entre risas –. En el matrimonio hay dos cuerpos pero una sola alma”. Jahirul en cambio tiene 38 años y vive en Italia hace 10, estudió matemáticas en la universidad de Dhaka y trabajó algunos años como profesor. “Era un empleo que no me gustaba, lo encontraba aburrido, yo quería hacer algo más dinámico. Por eso me vine a Europa, bueno…Squí vendo rosas y por ahora está bien pero no quiero trabajar en esto toda la vida, me gustaría encontrar un empleo en el mundo de las finanzas”.
Cuando se habla acerca de los conflictos generados por la inmigración, la religión se encuentra en el primer lugar. En Bangladesh el 89 por ciento de la población pertenece al Islam, mientras el 10 por ciento se define hinduista y el 1 por ciento se reparte entre cristianos y budistas. “Para mí la religión es un sistema de paz. Yo creo en Alá, tú crees en Dios, otros creen en Buda pero todos invocamos la paz y la unión. Las cosas son muy simples y las incomprensiones están solo en la mente de las personas – explica Khan – . Yo soy musulmán, respeto a las mujeres y no me gusta la violencia; eso muchas personas no lo entienden porque automáticamente asocian mi religión al terrorismo”. Ellos llevan bastante tiempo viviendo en Europa, en particular en Italia. Algunos 10, otros cuatro, otros dos años. Todos quieren volver a Bangladesh, casarse, formar una familia y vivir en paz; ello demuestra que los sueños, las expectativas y la esperanza, no tienen nacionalidad ni religión.
Los años viviendo en Italia no han pasado en vano. Khan se declara fanático de la pasta y Shumon es simpatizante de la Lazio. “Soy un experto preparando platos de pasta. Me encanta, es una comida fácil de cocinar y saludable. Mi plato preferido son los spaghetti con crema, tocino, huevo y pimienta”. Jahirul se apresura en responder y la primera palabra que sale de su boca es “libertad. Eso es lo que más me gusta de Italia. Una vez que obtienes la tarjeta de residencia puedes hacer lo que quieras y así tener las posibilidad de surgir y cambiar tu futuro. En Bangladesh no es así, hay muchas restricciones y tu destino ya esta echado. Si naces pobre morirás pobre. En Europa es diferente, aquí soy libre”, confiesa con un brillo de esperanza en los ojos. “Mis padres están en Dhaka, ellos son las personas más importantes en mi vida y los extraño. Espero volver a verlos pronto. Sé que todos los sacrificios que estoy haciendo nos aseguran una calidad de vida superior”.