Rehenes de la insurrección y la represión

Rehenes de la insurrección y la represión

Cientos de miles de iraquíes refugiados en Siria asisten impotentes a las operaciones militares contra civiles

 

Testigos excepcionales de los acontecimientos, se debaten entre el apoyo a la población y el miedo a ser expulsados a Bagdad, donde temen represalias

 

Muchos se plantean huir pero dada la política árabe hacia los iraquíes, que necesitan visados en Oriente Próximo, no tienen a dónde acudir

 

Por Mónica G. Prieto

/periodismohumano.com

 

Nadie sabe quien lo hizo, pero en el barrio de Qudisya, apodado el pequeño Irak de Damasco por la cantidad de refugiados que pueblan sus callejuelas desde 2005, la vieja pancarta con la consigna Los iraquíes están contigo, Bashar fue destruida hace unos días. Ahora sólo quedan jirones de tela de aquella declaración de intenciones, colgajos que simbolizan el deterioro de la estrecha relación construida hace unos años entre el régimen y la comunidad iraquí, acogida por Siria con los brazos abiertos a diferencia del resto del mundo.

 

No es algo de lo que se hable en voz alta, pero la relación atraviesa una crisis pese a que los iraquíes agradecen que en su día la dictadura les auxiliase salvándoles de la guerra civil. Las muertes indiscriminadas de civiles sirios no dejan indiferente a nadie. Y mucho menos a Qudsiya, cuyos habitantes saben bien qué es padecer una dictadura atroz y ser bombardeados.

 

En sus mezquitas, la famosa frase que antes se aireaba durante la oración Que Ala proteja al presidente Bashar ya no es pronunciada por los imames. Mucho ha cambiado el tono de la prédica. “El pasado viernes, el imam llegó a criticar al régimen de forma muy clara cuando dijo Estamos en Ramadan, y Ramadan es el mes de la piedad. Pero el régimen no tuvo piedad de Hama. Un joven gritó Allahu akhbar.

 

El imam le rogó que no provocase dentro del templo, que esperase a salir”, explica Abu Mohamad, un refugiado iraquí residente en Qudsiya.

La contención en el interior del templo no implica control en el exterior. El primer día de Ramadán, 1 de agosto, la mezquita Al Omari de Qudsiya vivió una protesta que, con motivo del mes sagrado, se ha convertido en un acontecimiento cotidiano. Antes, los asistentes que se citaban los viernes no llegaban al medio centenar; el 1 de agosto unos 150 jóvenes de entre 17 y 24 años, todos sirios, se concentraron y, en lugar de marchar como otros viernes hacia el bazar -una zona de difícil acceso para la policía- caminaron hacia la sede municipal más próxima, expuesta al control de la Seguridad.

 

El gesto era una mezcla de arrojo suicida y desafío. ”Había coches de policía con fotos de Bashar, pero los agentes estaban nerviosos, se notaba que preferían no estar allí. Finalmente se fueron, dejando a los manifestantes solos, que gritaban Hurriyah (libertad). Pero qué tono empleaban, qué fuerza en la voz. Allah, Hurriyah wa Bas -Solo Dios y Libertad-, coreaban. También Daremos nuestra sangre y nuestra alma por Hama. Los vecinos miraban hacia ellos y susurraban. Un iraquí dijo Son valientes, merecen la victoria. Dos mujeres compraban verduras en un puesto y les señalaban con preocupación. ¿Qué quieren, que pase lo mismo que en Irak?. Pero desde ese día todos esperamos con la mirada a los manifestantes, cada día, a la misma hora. Algunas familias les bendicen arrojándoles agua desde los balcones cuando gritan No tiene verguenza quien no participa.”

 

Para un periodista extranjero identificado como tal por el régimen es imposible entrar en Siria. La dictadura no concede visados y es muy cuidadosa a la hora de evitar la entrada ilegal de informadores. Pero para un ciudadano iraquí es legal y normal entrar en el país vecino, que acogió a casi dos millones de refugiados durante el conflicto civil y sigue albergando y protegiendo a centenares de miles. Muchos residen en Siria, otros muchos la visitan cada verano para encontrarse con sus familiares llegados de Irak para la ocasión.

 

Abu Mohamed es uno de ellos, pero no es un iraquí cualquiera. Fue mi traductor, mi protector, mi ayudante y mi confidente durante los años más difíciles de Bagdad, durante los últimos meses del régimen de Sadam Husein, la invasión, la guerra contra la ocupación y parte del conflicto civil, hasta que los secuestros, las torturas y las amenazas de muerte le hicieron trasladarse con su familia a Damasco. Allí seguimos trabajando juntos durante años, cuando el régimen permitía el acceso a la prensa porque no tenía nada que temer, hasta que Abu Mohamed -que protege su identidad real para evitar represalias, como todos los protagonistas de este reportaje- fue aceptado como refugiado en un país europeo donde, tras aprender el idioma, terminaría trabajando como periodista en un diario local.

 

Abu Mohamed regresó este verano, como cada año, a Siria, y encontró un país distinto al que conocía, en estado de tensión, combatiendo grandes dosis de propaganda y una represión sin precedentes en un país que siempre se caracterizó por la omnipresencia de la Muhabarat. Durante semanas ha recogido información y realizado entrevistas a refugiados bajo encargo de Periodismo Humano para ayudar a entender el papel de los iraquíes, pero también ha asistido a protestas y ha padecido las restricciones en las comunicaciones y el bombardeo de propaganda del régimen, elaborando así un relato poco habitual de la situación del país de Bashar Assad, cercado por su propia población.

 

“Los iraquíes están asustados. Muchos están pensando seriamente en abandonar el país, y otros muchos no han venido este año desde Irak, pese a que este es el destino natural para el verano, cuando huímos del calor de Bagdad y venimos a visitar a la familia y amigos de Siria. Los precios de los alquileres son ahora muy bajos, y hay muchos pisos disponibles”, explica, recordando cómo hace unos años se necesitaban al menos 1.000 dólares para pagar una vivienda de una habitación en Qudsiya: tal era la demanda. Pero muchos iraquíes no tienen a dónde ir dada la política árabe hacia los refugiados -a quienes se exige visado en prácticamente toda la región-, entre ellos muchos miembros de la resistencia buscados en Irak.

Es el caso de Salem, miliciano iraquí que desde 2008 vive en Damasco. Llegó con su esposa de vacaciones cuando fue informado de que el Ejército norteamericano preguntaba por él en Bagdad. Nunca regresó al país. “El Gobierno sirio nos presiona para saber nuestra posición en esta situación, y no sabemos qué decir. Es difícil saber si este régimen aguantará o caerá, y en realidad quienes vivimos aquí estamos escapando de Irak. Tenemos que evitar cualquier intervención en las actividades contra el régimen, porque es posible que nos extraditen en venganza, y eso representaría la muerte”.

 

Lo mismo opina Abdullah, un periodista iraquí que desde hace cinco años reside en Damasco. El estuvo preso en Irak y está amenazado de muerte en su país natal. “Todo es posible. Si el régimen [alauí chií, próximo a Teherán] pierde el control y necesita más tropas, podría pedir ayuda a las milicias iraquíes vinculadas con Irán [chiíes] como las fuerzas Badr, el Ejército del Mahdi o Asab ahl Alhak. Otra posibilidad es que el régimen extradite a los iraquíes. Vemos con preocupación las noticias de la ayuda de Irán a Siria de 6.000 millones de dólares [en realidad, un contrato de gas por valor de 10.000 millones firmado entre Irak, Siria e Irán]  y la ayuda de Bagdad a Damasco, porque el precio a pagar no sólo es el apoyo político sino también la devolución de iraquíes buscados [como ex militares o destacados baazistas refugiados]. Otro escenario posible es que el régimen presione a los ex militares iraquíes para que devuelvan el favor ayudándoles con su experiencia, bajo amenaza de extraditarles”.

 

El miedo de los iraquíes no sólo es perder su delicado estatus quo. Tienen miedo a ser instrumentalizados a favor o en contra del régimen, a  verse inmersos en otra guerra civil como la que padecieron en su país con centenares de miles de muertos, incluso a un cambio de régimen que entregue el poder a dirigentes proamericanos que finalicen la campaña contra la resistencia que abortó Siria acogiendo a militantes. Pero según los testimonios recabados la mayoría de los iraquíes, sobre todos quienes viven en las zonas más castigadas por la represión, no simpatizan con el régimen.

 

Abu Mohamed conversa con tres hermanos iraquíes residentes en Homs, llegados a Damasco para ver a familiares. Se refugiaron en 2006, un año después de que su padre, de origen sirio, fuera asesinado en Irak por las milicias en pleno conflicto civil. “En Homs las manifestaciones son muy poderosas. Los manifestantes controlan a menudo las calles. En contra de lo que dicen, no hay salafistas ni extranjeros. Todos son sirios, y todos son de Homs”, relatan. “Los iraquíes no participamos porque no somos sirios, y porque hace días el régimen expulsó a cinco iraquíes que se habían unido a los manifestantes. Ahora pasamos la mayor parte del tiempo en casa, sólo salimos para aprovisionarnos con alimentos”. La experiencia de la invasión y la guerra civil les ha servido para protegerse de abusos, cuentan. “Tenemos la precaución de esconder nuestro dinero y objetos de valor para evitar que la policía nos robe cuando entran en las casas para inspeccionar”.

Salem, el combatiente antes mencionado, hace lo mismo por precaución. “Hace unos días, hubo una protesta en mi barrio. Como mi piso está frente a la mezquita, podíamos ver todo lo que ocurría desde nuestro balcón. La policía y los shabiha [milicianos pro régimen] entraban en las casas y salían con objetos como móviles y dinero. Hace poco, la policía robó mucho dinero a un amigo iraquí tras entrar en su vivienda”.

 

Su papel de testigos excepcionales de la insurrección social se extiende por todo Siria. Omar es un iraquí residente en Hama desde el año 2006, cuando huyó de Irak. Partió hacia Damasco hace unas semanas y cuando quiso regresar era demasiado tarde, porque el acceso estaba cortado por las fuerzas de Seguridad. “En Hama la gente no tiene miedo del Gobierno. La ciudad está bajo el control de los Comités de Coordinación locales. Los manifestantes están orgullosos de ser hijos y nietos de los mártires de Hama [de la represión de 1982 donde murieron entre 10.000 y 20.000 personas, según estimaciones] y en esto radica su fuerza a la hora de manifestarse”. Cuenta que la primera gran manifestación concentró a 400.000 personas en las calles y que el régimen respondió con una marcha progubernamental protagonizada por shabiha, funcionarios del Baaz y miembros de los Servicios de Seguridad. “Ellos quemaron coches y prendieron fuego a edificios. Causaron destrozos, luego tomaron fotos y el régimen las enseñó por televisión responsabilizando a los manifestantes que piden libertad, pero sus marchas son estrictamente pacíficas”.

 

Según Omar, la dictadura ha cometido matanzas en la ciudad. “Con mis propias manos he llevado gente a los hospitales. He visto muchas víctimas, docenas de muertos… Los manifestantes no llevan armas, sólo cuchillos, que es lo que tienen para defenderse. Y no son salafistas, es verdad que hay Hermanos Musulmanes pero es pura propaganda que los manifestantes sean salafistas”.  Según este testigo, en Hama tampoco quedan ya imágenes o estatuas de los Assad. Tampoco policía y Ejército, concentrados en las afueras a la espera de la invasión que finalmente se produjo días atrás con motivo del inicio de Ramadán.

 

Una de las grandes novedades que encuentra Abu Mohamed en la Siria de la revolución y la represión es que el miedo, antes omnipresente, se está evaporando. “El muro del miedo ha caído. Cuando llegamos a Siria, hace cinco años, nadie criticaba al régimen. Ahora hasta los taxistas hablan de la revolución y critican la dictadura. El otro día, un chófer de unos 60 años me contó que vivía en Dariya, a las afueras de Damasco. Según él, en las manifestaciones de su barrio participan casi 10.000 personas. Dice que ya no quedan estatuas ni fotos de Asad, y opina que la próxima etapa será la de la división del Ejército contra el régimen, con apoyo de los ulemas suníes. Bashar es tonto, no es tan listo como su padre. En los años 80, cuando Rifat al Assad [hermano del presidente] comenzó una campaña contra el hijab y sus hombres empezaron a arrancar velos en las calles, Hafez lo paró y en pocas horas pidió disculpas a la población. En cuanto a Bashar, no sólo comete crímenes sino que después no lo lamenta y sigue amenazando con más“.

 

Ayuda el hecho de que, a medida que el régimen se ve acorralado, actúe como un animal herido de muerte, dando dentelladas y provocando con cada una de ellas más oposición. “Ayer, a medianoche, mi madre y mi hermana regresaban a casa tras un Iftar [ruptura del ayuno de Ramadan, una cena celebración] cuando vieron a un grupo de jóvenes, menos de una decena, frente al edificio de Siriatel, la compañía telefónica, en Qudsiya. Enseguida aparecieron las fuerzas de Seguridad vestidos de civil, atacaron a los chavales con pistolas eléctricas y los metieron en furgonetas”, prosigue Abu Mohamed.

 

Como el resto de los iraquíes, él asiste a la revolución con las manos atadas. No puede participar, tampoco informar para no arriesgarse a ser expulsado o algo mucho peor. Para informarse y contactar con el mundo exterior se somete a las mismas restricciones de los sirios: acude a un café Internet con cuyo dueño mantiene amistad -quien le desbloquea las páginas bloqueadas por el régimen- y navega por las redes sociales para colgar vídeos e imágenes robadas. “Sólo vienen usuarios de confianza, preguntan por Facebook y el dueño les asigna un ordenador, para luego enviarles un link desde su despacho que permite entrar en la red social”. Acude a viviendas con antena parabólica para ver canales internacionales como Al Jazeera o Al Arabiya vía satélite y usa el teléfono para contactar con amigos dispersos por toda Siria y recabar información. “Así es como se informan los propios sirios, mediante el satélite y con información de primera mano que les proporcionan sus familiares y amigos en otras ciudades”, dice. Por las noches, “las comunicaciones son una pesadilla. A la hora de las manifestaciones la red telefónica se cae”, explica.

 

Los iraquíes comparten el miedo a la inestabilidad política y también a una guerra civil en Siria que cada vez se presenta más probable. El citado taxista sirio se mostraba optimista. “Siria no va a ser como Irak, los suníes aquí somos mayoría y sabemos muy bien lo que ocurrió en Irak, así que no dejaremos que nos pase lo mismo”, aducía. Pero  lo cierto es que Bashar Assad no sólo está promoviendo el conflicto sectario para mantenerse en el poder: amenaza con una guerra regional que queme Oriente Próximo. Puede que la pesadilla para los iraquíes, los sirios y el resto de los árabes no haya hecho más que comenzar


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