Por Fernando Bazán
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Siempre hemos dicho que el presidente Al-Assad debe conducir a una transición democrática o salir del camino. Él no ha hecho. Por el bien del pueblo sirio, ha llegado el momento que el presidente Al-Assad se haga a un lado”, dijo Obama su declaración de ayer.
En 2003, la coalición encabezada por EE.UU. no tuvo mayores inconvenientes en su intento por derrocar al régimen de Saddam Hussein; muchos observadores señalaban también, que mientras que los norteamericanos habían preparado detalladamente sus planes de invasión, no se había evaluado adecuadamente el escenario pos-caída de Saddam. La deficiente administración de la Autoridad Provisional de la Coalición devino en un caos que afectó a todo Iraq y se expandió a todo el Medio Oriente.
Con estas preocupaciones en mente, la comunidad internacional ha ayudado recientemente a los rebeldes libios a elaborar detallados planes pos-Gaddafi y los países occidentales han sostenido conversaciones con los rebeldes para establecer un sistema de gobierno estable. Acertadamente OTAN decidió evitar el envío de tropas terrestres para ayudar a los rebeldes de Libia -que necesitan su propia victoria- limitando la ayuda a bombardeos aéreos; se buscó de todas las formas posibles prevenir la violencia sectaria –Libia es un conglomerado de 12 tribus y la Gadaf es una de ellas- y evitarse un gobierno de ocupación.
La situación en Siria confirmó nuevamente una errónea evaluación del escenario político local: Bashar Al-Assad no es reformista y Siria no romperá con los iraníes. Fue una equivocación calcular que Turquía es lo suficientemente poderosa como para poner en práctica la visión de Obama sobre que una revolución en Siria alejaría a los iraníes y permitiría a los EE.UU desarrollar relaciones directas con el pueblo sirio.
El problema no radica en la política de cero problemas de Turquía, sino en la equivocada percepción sobre la predisposición del presidente Al-Assad para promulgar reformas, el gobierno sirio históricamente ha utilizado su política exterior como una variable más para el afianzamiento del régimen, de allí que Siria se mantenía cerca de Turquía y ello hizo pensar que Turquía era el único actor que podía hablar con Al-Assad.
En los europeos y los norteamericanos subyace la idea que los Derechos Humanos están entre los principales compromisos de los países occidentales y que por ello deben apoyar la creación de regímenes semejantes a los propios. Esto parte del supuesto que un gran descontento en los estados opresores es lo suficientemente poderoso como para derrocar a esos regímenes y acabada la tiranía seguiría un tipo de régimen con el que Occidente podrá trabajar.
Es una obviedad plantear la cuestión si los Derechos Humanos son importantes, el punto es si el apoyo a los manifestantes en estados represivos automáticamente fortalece a los Derechos Humanos. La caída del Sha de Irán en 1979 supuso el fin de la autocracia, pero el sistema devino en una teocracia en vez de una democracia liberal; en Libia la iniciativa occidental inició sus operaciones con un error de cálculo sobre las fuerzas locales para frenar a Gadafi. Hasta ahora se observa que los regímenes opresores no son siempre frente a los levantamientos masa y los disturbios no significan necesariamente un apoyo de masas.
De allí que la búsqueda de los Derechos Humanos requiera de una correcta apreciación de quienes los apoyan y cuáles son sus posibilidades, ya que una interpretación errónea de la situación puede crear problemas geopolíticos innecesarios: en el escenario sirio, la supervivencia del régimen –aun aislado internacionalmente- podría conducir a una mayor represión que la actual y supondría una base mucho más firme para Irán.
Una transición ordenada de dictadura a democracia necesita tener dos elementos básicos: una élite dispuesta a entregar el poder y una elite alternativa lo suficientemente organizada como para tomarlo. Siria carece de una elite alternativa, luego de más de cuatro décadas de régimen ba´athista, la oposición está fragmentada entre los referentes extranjeros –con poco apoyo interno- y los locales, a su vez dentro de ellos hay cinco grupos: los opositores históricos (nacionalistas, nasseristas y comunitas); los intelectuales (Michel Kilo y Abdel Aref, etc.); los jóvenes (llevan el impulso de los manifestaciones y son quienes sienten el peso de la represión); los musulmanes conservadores (sunitas clase media que desean un cambio social) y los salafistas (reducidos en cantidad pero una amenaza para el país).
Una transición ordenada de dictadura a democracia necesita tener dos elementos básicos: una élite dispuesta a entregar el poder y una elite alternativa lo suficientemente organizada como para tomarlo. Siria carece de una elite alternativa, luego de más de cuatro décadas de régimen ba´athista, la oposición está fragmentada entre los referentes extranjeros –con poco apoyo interno- y los locales, a su vez dentro de ellos hay cinco grupos: los opositores históricos (nacionalistas, nasseristas y comunitas); los intelectuales (Michel Kilo y Abdel Aref, etc.); los jóvenes (llevan el impulso de los manifestaciones y son quienes sienten el peso de la represión); los musulmanes conservadores (sunitas clase media que desean un cambio social) y los salafistas (reducidos en cantidad pero una amenaza para el país).
Entre los diferentes grupos existen recelos étnico-religiosos, muchos de sus referentes emergieron con los movimientos sociales en marzo y la sociedad siria no tiene líderes con quienes identificarse. Esta realidad debe tenerse en cuenta en los centros tomadores de decisiones-Washington, ONU, UE, etc. – ya que el sistema político sirio tiene particularidades que no le permite estar en condiciones de hacer una transición ordenada. Difícilmente alguien pueda negar la necesidad que el régimen sirio deje el poder, la pregunta es ¿Cómo conciliar esta necesidad con la realidad, sin agravar más la situación?