Un mantel bordado, unas tijeras de manicura, un maniquí, un espejo de cuerpo entero y muchos alfileres; eso es todo lo que necesita el diseñador colombiano Carlos Arturo Zapata para crear en apenas hora y media una pieza de alta costura. Un vestido cuyo corte el maestro adivina entre las figuras y medallones de una tela que va desplegando cuidadosamente ante los alumnos que asisten al curso ‘La magia de la creación. Cómo espiritualizar la obra’, que imparte estos días en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP).
Zapata, que ha vestido a mujeres como Rocío Jurado o Nati Abascal, coloca el mantel sobre el maniquí y deja que el propio dibujo de la tela le indique la forma del escote. Después, con unas tijeras diminutas empieza a moldear las mangas y el talle, con gesto serio y concentrado, de manera que el lienzo que un día sirvió para cubrir una mesa empieza a tomar la forma de una prenda de vestir única.
“Me encanta trabajar con materiales antiguos y reciclar piezas por donde un día pasaron infinidad de manos”, asegura el modisto, quien para esta ocasión utilizó un mantel redondo de diseño chino, que desdobló por primera vez minutos antes de empezar la labor “para no tener ventaja” y conservar el “efecto sorpresa”.
El diseñador trabaja absorto en su tarea, con una tenue música instrumental de fondo y ajeno a las fotos de sus alumnos, que comienzan a adivinar poco a poco que los cortes que Zapata realiza minuciosamente sobre la tela blanca dibujan en realidad las líneas de una falda que, a falta de los últimos retoques, completa la confección de la prenda.
Sus diseños aspiran a ser intemporales, explica el maestro, a quien no le gusta el término “moda” porque se refiere a un tipo de ropa que “pasa muy rápido” mientras que sus creaciones “pueden pasar de generación en generación”.
“Puedo trabajar en cualquier parte”, afirma Zapata, quien dice necesitar “únicamente” un ambiente de trabajo con “buena energía” y una iluminación adecuada. El espejo, del que dice que le devuelve “una mirada objetiva”, se convierte en el elemento cómplice de su labor.
A lo largo de sus veinticuatro años de carrera, confiesa que su trabajo ha evolucionado “muchísimo” así como su “respeto” por la moda, fruto de una larga investigación y de la pasión autodidacta, ya que nunca pasó por una academia para aprender su oficio.
Vestirse, recuerda, es “un acto social” y señala que la moda es un arte que ha llegado incluso al Museo Metropolitano de Nueva York. El vestido que acaba de terminar queda, de momento, expuesto en el aula, a la vista de los sorprendidos alumnos y listo para la pasarela