Eran las seis de la tarde, sobre mi pueblo el cielo estaba azulado en el horizonte, ya casi gallego, con el brillo del acero que forja espadas. Un viento huracanado se levanta con gran furia, con brazos de gigantes y aullidos de desesperación, se abalanzaba entre los pinos y troncos de castaños desnudos; de pronto, los claros se fueron cubriendo de negros nubarrones que sumieron en las tinieblas el valle, yo paseaba por el carretera hacia Sabadel. Las hojas danzaban, como si de un ballet fantasmagórico se tratara, y me azotaban el rostro, que procuraba esconder a la vez que luchaba para avanzar en mi camino; todo era tenebroso como preludio apocaliptico y ahora, este fenómeno, se llama “ciclogénesis explosiva ”, por eso es tan violenta la tormenta; antes, solamente era que “soplaba el gallego.”
El pueblo quedó desolado, – aunque ya lo está habitualmente – pero ahora se notaba mas. Caminos y carreteras desiertas; ni un alma en la calle, ni siquiera en pena. El viento se alargó toda la noche, mordiendo en las tejas de pizarra, furioso, como contaba, preciosa, su aventura llorando, en el poema de Lorca: “ Preciosa y el aire.” A la mañana, los pocos vecinos que quedan en la comarca comentaban, también, casi llorando, que habían quedado aislados; “fanas” por todos los lados; sin luz en las casas, en los negocios o en el centro médico en donde no tenían acceso a los historiales, sin móviles, con el Internet, de ida y vuelta, sin servicio de correos, sin periódicos, solamente lluvia al amainar el viento.
Que fragilidad se presenta en toda tecnología punta; al final hay volver a soluciones de autosuficiencia, velas y candiles de carburo, cocinas de leña o chimeneas y transportes en carros o caballos. Cuando la naturaleza se revela, nos pone en entredicho y nuestra endiosada soberbia queda a merced de los caprichos recaudatorios de las administraciones, pero con limitadas soluciones.
“Pasado el santo, pasó la devoción”, este viejo refrán, coincide con el de “ acordarse de Santa Barbara, cuando truena.” Una vez mas se impone la sabiduría popular que nos debería hacer meditar para evitar la eventualidad.
Pero no hay mal que por bien no venga, es una delicia encontrarse en el pueblo, aislado... y sin teléfono.