La sonrisa de Chazon África

La sonrisa de Chazon África

Por Almudena García Arroyo

 

Periodista freelance y colaboradora de Redacciona, Almundna participó el verano pasado como voluntaria en la puesta en marcha de un colegio en Kenya, una experiencia que le ha marcado de por vida. Tanto es así que ahora, Almudena, quiere contribuir desde España a la construcción de un orfanato para esos niños, muchos de los cuales viven actualmente en la calle. Su forma de hacerlo: recaudar dinero y dar a conocer la situación que allí viven los menores a través de artículos como éste, el que os presentamos a continuación, y que Almudena nos ha cedido con la esperanza de que llegue al mayor número de personas posible.

En este texto, que Almudena acompaña de fotografías, la periodista nos relata su experiencia vital en Kenya, su primera inmersión en África, lo que vivió, sintió y a quienes conoció, personas que lo han dejado todo por contribuir al desarrollo de este lugar.

Desde aquí deseamos mucha suerte a la autora de este reportaje en la consecueción de su empresa, así como a la asociación que avala el proyecto solidario.

 

La sonrisa de Chazon África

Siempre diré, porque es cierto, que la película “El Jardinero Fiel” me llevó a Kenya. Hacía tiempo que me rondaba la idea de hacer un voluntariado y quise que esa primera experiencia ocurriese en África. También sabía que quería ir a Kenya o Tanzania. Cuando vi la película, supe inmediatamente que quería ir a Kenya. Esa película me despertó la conciencia. En un momento dado, uno de los personajes le dice a la protagonista: “No podemos ayudar a todo el mundo. Para eso, ya están aquí las agencias”. Y ella le contestó: “Pero a ellos sí que les podemos ayudar”. Hay muchas personas en el mundo que viven en situación de pobreza extrema, que no tienen acceso a los medicamentos, ni a la educación; pero si se decide implicarse en ayudar a alguien que lo necesita de verdad, creo que contribuimos a construir el mundo que queremos.

 

Tras decantarme por Kenya, como lugar de destino para realizar mi primer voluntariado, empecé a buscar información en Internet. Encontré muchas organizaciones no gubernamentales. No encontré algo que me convenciera realmente. Algunas no me gustaba la cantidad de dinero que pedían, ya que parecían más bien agencias de viajes que ONG; otras no tenían proyectos en Kenia, Tanzania o Mozambique; alguna no respondía a mis correos electrónicos y otras no tenían a ningún responsable trabajando en el terreno. Con lo cual, y justo cuando yo ya pensaba que no iba a ir a África, fui a parar a un foro de viajes que ya conocía del año anterior. Hacer un voluntariado era algo que siempre quise hacer, pero nunca era el momento por unos motivos o por otros. En 2009 conocí el foro de viajes del que os hablo. Allí yo preguntaba por voluntariados en África. Jordi, un chico que hizo el voluntariado en el mismo centro que yo, me habló de Chazon Children Centre. Yo dejé pasar el viaje para otro año. Viajé a Kenia del 29 de agosto al 19 de septiembre de 2010

 

 

 

 

 

 

El sueño de vivir un voluntariado se realizó hace nueve meses. Llegué a Nairobi un lunes por la mañana. Había sido un viaje en el que despegué y aterricé tres veces. Despegó el avión en Barcelona, aterrizó en El Cairo, volví a despegar en El Cairo, aterricé en Sudan, volví a despegar en Sudan y aterricé en Nairobi. Cuando llegué a Nairobi un cartel muy grande decía en inglés: “Estás en Kenia. Sonríe”. En esos momentos yo estaba en la cola del puesto para reclamar el equipaje extraviado. Me di la vuelta y vi ese cartel. Pasé dos días en Nairobi. Me pareció una ciudad más. Con un gran ajetreo. De hecho, me pareció un poco caos. Más que nada el tráfico. El medio de transporte público en Kenia es el ‘matato’. Es como una especie de furgoneta. A toda persona que vaya a Nairobi, si quiere experimentar la capital keniana, le recomiendo que suba a un ‘matato’.

Las personas van apretadas unas contra otras. En Nairobi, además del matato, si existe otra experiencia que me hizo entender la película ‘El Jardinero Fiel’ fue mi estancia en un barrio. Era como un polígono industrial. Estaba todo mezclado. Comercios, comedores donde las personas tomaban su almuerzo o acudían a la hora de la comida. No puedo decir qué era realmente. Todo estaba mezclado. Las fábricas, los negocios, las tiendas. Todo estaba ubicado dentro de una nave industrial. Los comedores estaban fuera de esta nave. La basura estaba tirada en el río. Por allí pasaba un tren, porque vi las vías del tren. En la película ‘El Jardinero Fiel’ salía un barrio que se llama Kibera. Allí viven un millón de personas en situación de extrema pobreza. Está considerado el mayor barrio de chabolas o la mayor favela de África. Yo no estuve allí. Mi imaginación pensó que sí. Si hubiese estado, lo hubiese sabido.

 

A Molo, situado en el Rift Valley, llegué dos días después de mi llegada a Kenya. Me hospedé en casa de Lucy y Samuel. Ambos decidieron un día vender sus posesiones y dedicar su vida a los niños que viven en la calle. Hace unos años hubo una guerra en Kenya y la zona del Rift Valley fue la más afectada. Muchos niños viven en la calle. Muchos de ellos perdieron a sus padres o fueron abandonados.

Lucy y Samuel crearon un colegio que se llama Chazon Children Centre. Allí acuden niños con diferentes situaciones de vida, especialmente aquellos que viven en una situación de pobreza extrema.

 

Desde que se creó el centro han acudido voluntarios de diferentes lugares del mundo. Con la aportación mensual de 20 dólares o 15 euros de los voluntarios, un niño puede ser apadrinado y puede tener acceso a la educación en Chazon y a dos comidas diarias en el centro. Los niños que no tienen padres o que no viven con ellos, bien porque han sido abandonados, bien porque la situación de vida de éstos no les permite cuidar de los niños; Lucy y Samuel se encargan de buscarles una familia para que puedan estar con ellos en lugar de vivir en la calle o bajo un techo que en algunos casos es como vivir entre la basura. Mientras tanto, Lucy y Samuel con la participación de los voluntarios tienen en mente la creación de un hogar para estos niños. En Molo hay un hotel abandonado. Cuesta unos 90.000 euros. Con la aportación de los voluntarios y el trabajo de dar a conocer Chazon Africa, el fin de los voluntarios y de Lucy y Samuel es que los niños de Molo que viven en la calle puedan vivir pronto en el hotel.

 

 

Hace un año estuve en Molo. Conocí a dos niños que vivían entre las basuras. Tenían un techo en el que refugiarse, pero estaban rodeados de basuras y escombros. En el techo había el esqueleto de un gato. Sus ropas estaban rotas. Los niños estaban sucios y tenían hambre. Unas mujeres del pueblo, Lucy y yo limpiamos la casa en la que vivían y pusimos una cama con el dinero que dejó una voluntaria. Después tomaron una merienda. Los niños estaban muertos de hambre. Esa situación me desbordó. No pude contener el llanto. Aquello para mi fue una llamada a la conciencia. Actualmente los dos niños van al colegio. Una señora de Molo cuida de ellos. De aquella experiencia tengo que decir que me di cuenta de la solidaridad que hay entre las mujeres de Kenya y de África. Se ayudan; se reúnen para hablar y buscar soluciones de forma conjunta a los problemas del lugar en el que viven. Algunas de ellas realizan trabajos artesanales y el dinero que sacan de la venta de los productos lo distribuyen entre todas; independientemente del producto que haya elaborado cada una. Realizan una auténtica labor de trabajo en equipo. Otra forma en la que buscan la armonía en la comunidad es por medio de los bailes, cantos y rezos en la iglesia.

 

Otra situación dura que viví fue cuando observaba a diario a un niño que vivía en la calle y que tiene siete años. Siempre nos mirábamos. Un día yo iba en la ‘motorbike’ hacia el colegio y él iba caminando descalzo por la carretera. Al día siguiente, el niño llegó al colegio. Yo pensaba que lo había encontrado Samuel o Lucy en la calle. El niño me debió seguir. Ahora el niño va al colegio y vive con una familia. Con él y con Robert, sobrino de Lucy y Samuel, fui a visitar el pueblo en el que vivía y a buscar a su madre. El pueblo en el que se supone que vivía su madre estaba lleno de escombros por el suelo. En el pueblo nadie había visto a su madre. No sé qué sentía el niño, ni qué pensaba. Sólo sé que fue la segunda vez que me sentí completamente impotente en Kenya. Volví con él y con Robert a Molo. Los días posteriores lo observaba en el patio de Chazón. Tenía siete años, entonces. Ahora debe tener ocho. Lo veía como el niño que es y sin embargo, cuando se quedaba pensando, serio, me parecía que era mayor que yo. Ese niño, como tantos en Molo, vivió mucho tiempo en la calle. No sé lo que es eso. No puedo hablar por los que lo han experimentado. Ver las situaciones es algo muy diferente a experimentarlas. Puedo decir, con conocimiento de lo que digo, que me sentí impotente por completo.

Además de estas dos experiencias tan fuertes y tan despiertas; mis días en Chazón transcurrieron jugando con los niños en el patio del colegio, asistiendo a las clases de creatividad y participando en sus actividades y ayudando en la cocina del centro.

En unos meses volveré a África. Quiero volver a ver las sonrisas de esos niños, sus abrazos, sus ganas de compartir sus juegos y sus canciones. No. No podemos ayudar a todo el mundo, como dice uno de los protagonistas de la película ‘El Jardinero Fiel’, pero sí podemos concienciar al mundo. Qué es pobreza, qué es riqueza, qué es miseria. Son conceptos equívocos que utilizamos cuando hablamos en sociedad. Sonreir cuando vives en la calle; eso es algo muy grande.

 

 

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