Han pasado diez años desde que conocí al actor palestino Hassan Hassan, cuando aún era un adolescente talentoso a quien no se le borraba la sonrisa. “¿En qué trabajas?”, le pregunté. “Amo actuar, amo la madera del escenario, y amo Palestina”.
Meses después de este encuentro, me propuso que trabajáramos en un texto teatral, pero le pedí que esperara a que terminase la secundaria y accediera a la Escuela de Interpretación. Aceptó con desgana y el destino quiso que yo fuera su profesor de filosofía. Publicados los resultados, se presentó como candidato, pero el tribunal, presidido entonces por el artista palestino Hasan Awiti, lo rechazó.
Nos quedamos atónitos los dos juntos sobre el escenario, y entonces decidimos fundar un grupo de teatro llamado “Hijos del sol”. La primera función fue una obra mía llamada “Siete minutos bastan”, que se representó durante tres días en el Teatro Al-Jalisa. Posteriormente, presentamos la obra “¿Por qué?” en el teatro de la UNESCO de Beirut.
En todo ese tiempo, el corazón de Hassan nunca desesperó en su intento de entrar en la Escuela Superior, porque estaba convencido de que debía estudiar interpretación para desarrollar sus capacidades. Por ello, volvió a presentarse en la Escuela, y volvieron a rechazarlo, so pretexto de que poseía talento y no necesitaba estudiar interpretación. Perdida la esperanza de completar sus estudios, decidió alistarse en el ejército. Durante su servicio militar, Hassan decidió perseguir su sueño en el teatro interpretando varias obras de corte crítico social que presentó con un grupo de jóvenes. Nada más acabar su servicio militar, cuando llegaban los albores de la revolución en Siria, sintiéndose parte de esta tierra que había abrazado los sueños de su infancia, decidió fundar con otros jóvenes un centro de comunicación artística llamado “reacción”.
Este centro no era sino un anuncio de revolución contra las mafias del arte en Siria formadas a la sombra del régimen, pues todo lo producido en ese centro iba destinado a luchar contra la producción del régimen durante los cuarenta años de su gobierno. Todo versaba sobre la mala situación social y política en la que se encontraban los palestinos en los campamentos de Siria, criticando desde la ironía.
Hassan se negó a salir del campamento de Yarmuk cuando el régimen lo cercó, y se quedó allí documentando los hechos con vídeo y audio, criticando al régimen y la acción de la oposición armada que había entrado en el campamento, y que no soportaba ser criticada. El Frente de Al-Nusra y la Liga Islámica lo detuvieron más de una vez. Finalmente, decidió salir del campamento hace dos meses, solo porque sintió que las cosas iban hacia un futuro contrario a lo que él soñaba. Y en el punto de control de Sabinah, le esperaba la muerte mientras la mano del asesino se preparaba para ponerle las esposas.
El artista palestino Hassan Hassan fue conducido a la sede de la Seguridad Militar, y salió dos meses después en forma de cadáver inerte. Igual que hace el enemigo israelí cuando guarda los cadáveres y les pone números en vez de nombres, eso mismo hizo el régimen. Hassan Hassan es un número, ni más ni menos, para un régimen que pretende ser eje de resistencia y antiimperialismo.
Tal vez las palabras del poeta palestino Mahmud Sarsawi, que escribió al recibir la noticia de la muerte de Hassan, sean las más idóneas para expresar esta desgracia: “Un talento que siguió buscando un rayo de sol bajo la luz, conversando con todo aquel cansancio y preguntas que el sueño había dejado en sus orillas, con la sed de su alma y el giro hacia el amor. Te marchaste como se marcha siempre la belleza a un momento que se le parece, un momento que no destaca más que por el himno no cesa de glorificar la vida. Tal vez entre sus primeros amantes están aquellos cuyas banderas deben ser bajadas cuando los perdemos, pero Hassan Hassan fue el joven soñador sin límite, la belleza que duró hasta su último aliento, sí, el último.”