En los últimos 30 años, unas 200 especies de anfibios han desaparecido por la quitridiomicosis, una infección producida por un hongo. La comunidad científica ha intentado luchar contra el patógeno, sin éxito. Ahora, un grupo internacional de investigadores, con participación española, ha revisado todas las técnicas para evitar los efectos de la enfermedad y las extinciones locales
“Existen varias alternativas de mitigación de la quitridiomicosis más eficaces que intentar luchar contra la llegada del patógeno o erradicarlo del medio ambiente”, asegura a SINC Jaime Bosch, investigador en el Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC) y coautor de los nuevos avances para controlar la infección que ha acabado con 200 especies de ranas, sapos y otros anfibios.
Tras revisar todas las acciones actuales de mitigación –o con posibilidades de desarrollarse en un futuro próximo–, los investigadores han concluido que las nuevas estrategias, que se basan en el control de los niveles de infección por diferentes métodos, “podrían ser suficientes para evitar los brotes de la enfermedad y, por tanto, evitar gran parte de las extinciones locales”, manifiesta Bosch.
El estudio, que se ha publicado en Frontiers in Zoology, ha permitido analizar la dispersión, por mediación del ser humano, del hongo patógeno de anfibios (Batrachochytrium dendrobatidis). “Es un fenómeno prácticamente imparable en nuestro mundo globalizado”, apunta el biólogo.
El hongo está implicado desde hace años en la extinción de poblaciones y especies de anfibios por todo el mundo. Sin embargo, hasta hace poco, la única forma efectiva para luchar contra la enfermedad parecía ser evitar su dispersión por un lado y, fundar colonias cautivas de las especies con mayor riesgo de desaparecer en su medio natural.
Una batalla por ganar en España
La investigación destaca varios experimentos locales que tratan de aplicar nuevas estrategias de mitigación de la enfermedad. El caso de España, en concreto el del Parque Natural de Peñalara (Madrid), es particularmente sonado por ser el primer brote de quitridiomicosis en Europa que llevó al sapo partero común (Alytes obstetricans) al borde de la extinción. En una de las pocas poblaciones que no llegó a extinguirse, por ejemplo, los renacuajos disminuyeron de 5.000 a 20 ejemplares.
Una de las pruebas piloto, dirigidas por Bosch, consiste en mantener a los renacuajos infectados en cautividad a más de 21 ºC, una temperatura mayor que la de sus condiciones ambientales. Los renacuajos se mantienen así hasta el momento de su metamorfosis, cuando vuelven a ser liberados, a pesar de que algunos den aún positivo en la infección. Desde 2009 y con una nueva terapia termal con baños de antifúngico itraconazol, el porcentaje de anfibios que sobreviven ha aumentado.
Sin embargo, la re-infección de animales tratados “es posible para ambos tratamientos”, señala el investigador quien añade que “es demasiado pronto aún para recomendar su uso ante el riesgo de que Batrachochytrium dendrobatidis resista al itraconazol”.
En 2008, la Comunidad de Madrid, el MNCN y el Fondo Durrell de Conservación de la Vida Salvaje también establecieron un programa de cría en cautividad para mantener algunas poblaciones en caso de extinción. Las futuras crías serán tolerantes (reducirán las consecuencias de la infección) o resistentes (capaces de resistir al patógeno), aunque los anfibios rescatados presenten de forma natural genes que confieren tolerancia
FOTO. Macho de sapo partero común (Alytes obstetricans) llevando la puesta.Imagen: Jaime Bosch.