Tras la «conquista» de Tokio, la soprano aborda el exigente papel de «Don Pasquale» en el teatro Campoamor de Oviedo.
Redacción.- El tercer título de la temporada de ópera ovetense se sube al escenario del coliseo carbayón, hoy domingo, en un crucero de lujo y con un elenco notable, integrado por la soprano asturiana Beatriz Díaz (Norina), el tenor José Luis Sola (Ernesto) ?quien suple la ausencia del anunciado Antonio Gandía por enfermedad?, el bajo barítono Carlos Chausson (Don Pasquale), el barítono Bruno Taddia (Doctor Malatesta) y el también barítono Bruno Prieto (Notario). Completan el cartel la orquesta Oviedo Filarmonía y el coro de la Ópera de Oviedo, con el director musical Marzio Conti en el podio y Curro Carreres al mando de la propuesta escénica.
BEATRIZ DÍAZ PROTAGONISTA POR PARTIDA DOBLE
Tras el éxito arrollador cosechado en el reciente concierto de Japón y el triunfo obtenido en Las Palmas de Gran Canaria con una Musetta, de «La bohème», que dejó boquiabierto al público insular, Beatriz Díaz regresa a Oviedo donde brilló este verano como solista en la sonata «Carmina Burana» y encandiló al respetable ovetense con una versión muy aplaudida de Liù, la bondadosa esclava de «Turandot», hace justamente un año.
Hay ganas, y muchas, de volver a escuchar a la soprano asturiana, que atraviesa por el mejor momento de su carrera artística, y crece la expectación ante el desafío que supone para cualquier cantante interpretar un papel que presenta serias dificultades a lo largo de una lectura colmada de recitativos, arias, dúos y números de conjunto de tan bella melodía como de peliaguda factura.
La marcada ambivalencia entre la Norina dulce y encantadora y la Sofronia caprichosa y perversa en que se desdobla, de ángel a demonio, el único personaje femenino de esta ópera, junto al tono manipuladoramente juguetón que la protagonista debe mantener de principio a fin, convierten el esfuerzo vocal en uno de los más comprometidos del amplio repertorio belcantista.
CUATRO PRECEDENTES DEL TÍTULO EN EL CAMPOAMOR
Aún recordamos, mezcla de inmenso dolor y júbilo contenido, la representación de «Don Pasquale» del 21 de septiembre de 1982, el mismo día que la ciudad celebraba un funeral por la muerte repentina de Arturo Barosi en la capital asturiana. En medio de la lógica consternación, el musicólogo Antonio Fernández-Cid se dirigió al público del Campoamor para glosar la figura del empresario operístico que trajo a Oviedo un amplio muestrario de primerísimas figuras durante más de dos décadas, y lo hizo sobre el mismo escenario y minutos antes de que se alzara el telón.
Fue aquella, a pesar del duelo, una noche de triunfo indiscutible para la italiana Mariella Devia, junto a los Dalmacio González, Domenico Trimarchi, Enric Serra y Gianfranco Manganotti que salieron airosos del cometido con lucimiento.
Ya 22 años atrás, en 1960, Gianna D’Angelo, Alfredo Kraus, Carlo Badioli, Paolo Pedani y Diego Monjo habían dejado el listón muy alto en el estreno ovetense de la obra, que se repuso en 1971 con Fulvia Ciano en el rol de Norina, sustituyendo en el último momento a Maddalena Bonifaccio por una súbita indisposición, y en 1990 con la navarra María Bayo en lo más alto del cartel.
LA ÚLTIMA OBRA MAESTRA DE DONIZETTI
La ópera italiana, en franca decadencia a finales del siglo XVIII, recuperaría el aliento un siglo después con Gioachino Rossini y Giuseppe Verdi. Entre el uno y el otro, es indispensable citar a Vincenzo Bellini y a Gaetano Donizetti como representantes destacados de la edad de oro del bel canto.
«Don Pasquale» es la última ópera significativa del músico bergamasco, nacido en 1797 y fallecido en 1848 presa de un progresivo deterioro físico e importantes desarreglos mentales. Dotado de una facilidad melódica prodigiosa, escribía con una sorprendente avidez, hasta el punto de que muchos años daba al teatro cuatro óperas, de las 70 que llevó a pentagrama, sin contar otras composiciones musicales.
A mitad de camino entre la comedia «buffa» y el drama «giocoso», la obra fue escrita en poco más de dos meses, con libreto de Giovanni Ruffini y del propio compositor, inspirado a su vez en el que Angelo Anelli había escrito para «Ser Marcantonio» de Stefano Pavesi.
La música ?apunta el divulgador José María Martín Triana? es burbujeante, fresca y espontánea, perfilada por una riqueza rítmica cargada de inspiración, «la más redonda y perfecta» de Donizetti, por encima de «L’elisir d’amore» e incluso de «Lucia de Lammermoor», aunque ésta «goce de mayor fama».
El estreno mundial se celebró en el Téâtre Italien de París el 3 de enero de 1843 y la primera representación en España tuvo lugar el 4 de enero de 1845 en el madrileño Teatro de la Cruz, en ambas ocasiones con mejor acogida del público que de la crítica.
UN LABERINTO DE ENREDOS Y ENGAÑOS
Un viejo y necio ricachón, un joven y cándido enamorado, un médico alcahuete y conspirador y una viuda astuta e interesada conforman los cuatro puntos cardinales de un argumento trufado de intrigas sentimentales y situaciones descabelladas.
Don Pasquale da Corneto cae en la trampa del doctor Malatesta ?de «timo» se tilda la versión que veremos? y contrae matrimonio de conveniencia con Sofronia, supuesta hermana del médico, que no es otra que Norina investida de falsa novicia, la joven pretendida por Ernesto, sobrino de don Pasquale, a quien su tío amenaza con desheredar oponiéndose radicalmente al enlace.
Entre emociones y sentimientos de diversa catadura se fragua una trama romántica en tres actos donde se entremezclan el amor, el deseo, la ternura, la felicidad, el perdón… y sus contrarios.
Siempre divertida y por momentos excelsa, el desenlace esconde una calculada ambigüedad y un poso profundo de melancolía.
Más allá de la apariencia puramente cómica y del final feliz de la pieza, con la moraleja de que «quien se casa de viejo se busca grandes disgustos», subyace la circunstancia vital que marca la conmovedora senectud del ser humano en su cruda soledad y resignación.