Discurso de Francisco Álvarez-Cascos en el Teatro Campoamor de Oviedo del año 1997
PRESENTACIÓN DE GEORGE BUSH
Excelentísimas autoridades:
Señoras y Señores:
Una costumbre heredada de los tiempos en que los medios de información todavía no eran capaces de convertir el mundo en la “aldea global” donde vivimos hoy, gracias a los avances tecnológicos de la comunicación, hace que todos los conferenciantes deban de ser dados a conocer por un presentador.
El conferenciante al que tengo el honor de preceder en el uso de la palabra es un hombre famoso y respetado mundialmente: George Bush, cuadragésimo primer Presidente de los Estados Unidos de América.
Sería, por mi parte, una impertinencia que no me perdonarían Vds. intentar descubrirles algo relevante que resulte desconocido acerca de George Bush.
Por eso, lo pertinente en estos casos es dirigir unas palabras de cortesía al ilustre invitado por el Campus Internacional de Oviedo.
Sr. Bush: el Principado de Asturias que le acoge en esta jornada de su estancia en España, aun cuando es pequeño en extensión (poco más de 10.000 Km.2, la mitad casi exacta de su estado natal de Massachusetts), es un país en el pleno sentido de la palabra: un territorio bien definido, un pueblo abierto asentado en él desde los umbrales de la historia, y un proyecto colectivo de sociedad plural orgullosamente asumido y defendido por la inmensa mayoría de los asturianos.
Tal vez sea la cultura propia nuestro rasgo característico más estable y mejor definido. Hace por lo menos quince mil años que a nuestros antepasados magdalenienses, cuando la Península Ibérica apenas contaba con cincuenta mil seres, les corresponde el mérito de ser pioneros en el desarrollo del arte parietal dentro de una región artística que denominan los historiadores aquitano-cantábrica, con exponentes supremos en Candamo, en Tito Bustillo, en El Castillo o en Altamira, por citar los más conocidos de las Asturias de Oviedo y las Asturias de Santillana, según la terminología bajomedieval.
Los orígenes del Reino de Asturias ofrecen una nueva oportunidad, por partida doble, de demostrar la capacidad de innovación del pueblo asturiano. De una parte, en una aparente “paradoja histórica”[1] el legitimismo astur propició la restauración de la monarquía hispánica en el siglo VIII y, con ello, el germen de la idea unitaria de Hispania, clave de la fundación de la nación española, mientras Carlomagno incorporaba a su Imperio la denominada Marca Hispánica, poniendo así, en ambos frentes, coto al expansionismo musulmán.
De otra, el genio creador en el terreno cultural quedó reflejado en las joyas arquitectónicas del arte asturiano prerrománico, sin precedentes ni comparación en ningún otro territorio peninsular.
Aquí, como en todas partes, la tierra y el paisaje han forjado decisivamente el alma del pueblo asturiano.
Asturias, Sr. Bush, es el país de los valles. Ortega y Gasset[2], el gran pensador español, señalaba que “cada uno de estos valles es toda Asturias y Asturias es la suma de todos esos valles”.
Por eso, Asturias es esencialmente plural desde su nombre mismo; sus bables son mucho más que variantes locales de una lengua propia de los asturianos; y la sidra, su bebida típica, es distinta en cada lagar.
Pero del mismo modo que los valles tienen puestos sus límites por las montañas, así también el hombre de los valles, el asturiano, “no aspira a dominar a otros, pero quiere el dominio pleno de su territorio”, como nos explicó Valentín Andrés[3].
Por eso, no es casualidad que este pueblo encerrado en sí mismo por la naturaleza, sólo se proyecte colectivamente hacia fuera de sus fronteras cuando le obliga la necesidad.
Así, alza a los puertos de las montañas -a las brañas o veranas- cuando el pasto del valle no le da sustento suficiente. Así, es el mar Cantábrico su salida natural al mundo, unas veces para buscar ayuda en Gran Bretaña frente al invasor napoleónico y otras para poner rumbo a América en busca de nuevos horizontes. Méjico, Cuba o Argentina son testigos del magnetismo de este pueblo que mantiene vivos los vínculos espirituales del país con sus hijos más lejanos.
He aquí la raíz del principal problema de Asturias: el orgulloso ensimismamiento con el que los asturianos nos hemos adaptado resignadamente a la ancestral incomunicación del país.
He aquí la importancia vital de cuantas iniciativas contribuyan a corregir ese secular defecto que atenaza al Principado. Una de ellas, los premios que llevan el nombre del heredero de la Corona, el Príncipe de Asturias, que anualmente convierten a Oviedo en capital mundial de las ciencias y de las artes, y que, precisamente, se entregan en este mismo Teatro Campoamor.
Otra, este Campus Internacional, promovido por la Universidad de Oviedo, el Ayuntamiento de Oviedo y el periódico “La Nueva España”, para ayudar a Asturias a sentirse parte integrante del mundo actual en el que nada de cuanto ocurre nos debe resultar ajeno.
En este foro han expuesto sus ideas J.K. Galbraith, Mario Vargas Llosa, Cesare Romiti, Noam Chomsky, Henry Kissinger, Raúl Alfonsín, Mijail Gorbachov o Simón Peres, ofreciendo nuevas oportunidades de ensanchar relaciones y conocimientos recíprocos a los ilustres visitantes y a los ciudadanos de Asturias.
Hoy el Campus Internacional se acredita aún más con la presencia de George Bush, cuadragésimo primer Presidente de los Estados Unidos de América.
Con los Estados Unidos de América existen actualmente más lazos de unión que elementos de contraste. Nos unen los principios de la defensa de las libertades individuales y de las libertades colectivas, los principios inspiradores de la economía de mercado y la libre iniciativa, creadora de empleo y de bienestar.
Nuestros diferentes sistemas políticos, presidencial uno, monárquico, otro, se apoyan en bases parlamentarias bicamerales, cuestión esta que ya movió hace casi 200 años al más ilustre político y pensador asturiano, Jovellanos, a preguntar a los constituyentes de Cádiz, partidarios del sistema unicameral, “¿por qué no se admira en la democracia federal de América el ejemplo que opone el Senado a los excesos del Congreso, sujetando las nuevas leyes a una segunda deliberación?”[4].
Compartimos una concepción del Estado capaz, al mismo tiempo, de desarrollar un modelo descentralizado de organización nacional, y de participar en un proceso confederal que, en el marco de la Unión Europea, fortalezca la vertebración del Viejo Continente.
Compartimos valores sociales y culturales inspirados en el respeto y en la tolerancia, que han forjado la civilización occidental a la que tanto han contribuido nuestros dos pueblos.
Y nos enfrentamos de modo cada vez más interrelacionado y solidario a los mismos retos, ante los que los avances compartidos de la investigación y la tecnología invitan a sumar esfuerzos y a colaborar cada vez más estrechamente.
En este sentido, cualquier proyecto de nuevas vías de comunicación y de más intensas relaciones sociales debe apostar por el idioma como vínculo y cauce, simultáneamente. Las nuevas generaciones de españoles y de norteamericanos disfrutan de la oportunidad de dominar una segunda lengua, de tal modo que el binomio inglés-castellano consolide a las puertas del siglo XXI un liderazgo apoyado en las sólidas bases que se dan en España y en los Estados Unidos de América, hoy día, para poner manos a la obra y lograrlo.
En estos nuevos y más anchos horizontes de cooperación, los asturianos tenemos que buscar mejores oportunidades para superar nuestro ensimismamiento. Algunos asturianos, pocos pero muy significados, han sabido encontrarlas a lo largo de la historia común de ambos pueblos. Me refiero a Pedro Menéndez de Avilés, el Adelantado descubridor de La Florida, a Sancho Pardo Donlebún que levantó la primera carta marítima de sus costas, a Gonzalo Cancio, Capitán General de la Florida, introductor en Asturias del maíz traído de allí, y que fue clave de la prosperidad agraria del Principado a partir del siglo XVII, o a Francisco Cuervo, fundador de Alburquerque un siglo después.
O a los más recientes “embajadores” asturianos en los Estados Unidos, dos de ellos figuras mundiales de la medicina, como fueron el Premio Nobel, Severo Ochoa, y el profesor Francisco Grande Covián; y el tercero, José Luis Garci, director de cine y Oscar de Hollywood en 1983.
Es seguro que las generaciones venideras no lo tendrán tan difícil como éstos.
En este sentido, Sr. Bush, estoy convencido de que su presencia en Asturias y sus palabras contribuirán a impulsar el comienzo de esta nueva era para este país, con la mirada puesta en el mundo, para incorporarse decididamente al futuro.
Por todo ello, le agradezco muy sinceramente su presencia en España para acudir a esta invitación del Campus Internacional de Oviedo.
Muchas gracias.