Por Sandra Gallego Sardá/Ethic.-¿Cómo funciona realmente una ciudad en el siglo XXI? ¿Hasta dónde llegan sus recursos? ¿Cómo intervienen en ella las administraciones públicas y las grandes corporaciones? ¿Cuál es el papel de los ciudadanos? ¿Cómo deben usarse las nuevas tecnologías? En el año 2050 el 70% de la población mundial vivirá en núcleos urbanos. Si atendemos a los estudios demográficos que concluyen que para esa misma fecha vivirán 9.000 millones de personas en el mundo y que esa cifra superará los 10.000 millones a finales de siglo, podemos hacernos una idea del reto al que nos enfrentamos.
De hecho, no hace falta esperar hasta el año 2050. Según el último informe de Naciones Unidas sobre Asentamientos Urbanos, la gestión sostenible de las ciudades se ha convertido ya un desafío extremadamente complejo para nuestras instituciones. Las urbes que ha heredado el siglo XXI devoran recursos insaciablemente, actúan como incontrolables generadores de residuos y han de afrontar los estragos de la falta de planificación ante el intenso éxodo rural que se produjo durante el siglo pasado.
«Nos encontramos inmersos en una crisis que nos obliga a replantear buena parte de nuestro sistema económico, social y político. La ciudad alberga el espacio-tiempo donde se producirán los cambios, dado que tiene la escala adecuada para aumentar la calidad de vida de la humanidad. Sin ciudades sostenibles, la sostenibilidad, sencillamente, no será posible», afirma Víctor Viñuales, director de la Fundación Ecología y Desarrollo (Ecodes).
La ecuación es fácil de trazar, aunque su solución sea extremadamente compleja: frente a un escenario compuesto por una población que crece a un ritmo vertiginoso y unos recursos cada vez más limitados surge la necesidad, imperiosa, de encontrar fórmulas de consumo eficientes. En los años 70, cuando el escritor de ciencia ficción Isaac Asimov se preguntaba «a cuántos seres humanos puede alimentar y sostener la Tierra y por medio de qué técnicas», ya estaba poniendo sobre la mesa el debate en torno a la sostenibilidad. A estos interrogantes que explicitaba Asimov le han seguido otros: ¿En qué circunstancias climáticas vivirá el hombre el día de mañana? ¿Qué reparto del bienestar se establecerá? ¿En qué grado de dignidad?
Para el profesor de filosofía Juan García-Page, «cuando hablamos de ciudad sostenible no podemos evitar relacionar este concepto con un mito muy difícilmente alcanzable y derivado de la continua búsqueda del paraíso terrenal por parte del hombre». Quizá por eso sea importante objetivar cuáles son los desafíos y cuáles las posibles soluciones. En la Fundación Ecodes han definido una serie de retos para que las urbes del siglo XXI cimienten realmente, y no sólo con el compostaje de las buenas intenciones, «el tránsito hacia una economía baja en carbono». Entre estos objetivos, establecidos para el año 2015, se incluye la mejora de la eficiencia energética, apartado para el que proponen medidas como sustituir el 100% del alumbrado público por tecnologías de iluminación eficiente o llevar a cabo rehabilitaciones y auditorías energéticas en los edificios.
Para fomentar la movilidad sostenible, el documento elaborado por Ecodes propone alcanzar como mínimo el 80% en movilidad de transporte público, peatonal y bicicleta, además de triplicar el número de usuarios habituales de bici en las ciudades. También apuestan por elevar hasta el 10% el uso de vehículos eléctricos y transformar los centros de las ciudades a través de procesos progresivos de peatonalización.
Otras fórmulas para estimular la economía baja en carbono son la introducción de cláusulas sociales y medioambientales en el 100% de los pliegos de contratación de obras, servicios y compras públicas, el incremento de un 20% de la cantidad de agua reutilizada y la reducción de consumo doméstico a 100 litros máximo por habitante y día. En el campo de reciclaje establecen un tope de 385 kilogramos por habitante y año. «En un momento como éste, de cambio global, los desafíos no son sólo institucionales; es la ciudadanía en su conjunto quien tiene que apostar por la sostenibilidad», señala Viñuales.
El informe establece como marco de la ciudad sostenible «la convivencia desde la diversidad y la diferencia profundizando en la democracia». «La ciudad es un espacio de deberes y derechos, de responsabilidades y acciones que configuran un espacio político de participación real. El reto es actuar, gobernar democráticamente y mejorar las ciudades para preservar el planeta». «Para ello» -añaden- «resulta fundamental que la transparencia sea uno de los principios inspiradores de la práctica municipal».
Desgraciadamente, no siempre esta dimensión democrática está presente en los discursos que giran en torno a la ciudad del futuro. Existe cierta tendencia a ubicar megaproyectos de «smart cities» en regiones del mundo donde no se respetan los derechos humanos, ni la diversidad cultural ni los principios más básicos de la democracia… «Se trata de iniciativas que, por su complejidad técnica, son presentados como ejemplos a seguir, sin que nadie mencione que se desarrollan en lugares del mundo donde vulneran de forma sistemática las libertades más básicas», explica el arquitecto Martín Esteve, experto en urbanismo y derechos humanos.
Evidentemente, el progreso tecnológico resulta clave para muchas de las soluciones que demandan nuestras ciudades, pero si centramos el debate en el bienestar de los ciudadanos, no deberíamos obviar lo más elemental: una convivencia democrática. «Se habla mucho, por ejemplo, de Masdar, la urbe ecológica que el estudio de arquitectura de Norman Foster diseña en los Emiratos Árabes. Se trata de un reto de envergadura porque el objetivo es que esta ciudad se autoabastezca, y como arquitecto entiendo el entusiasmo que suscita, pero no podemos olvidar que quienes vivan allí lo harán bajo el yugo de una dictadura», explica Esteve.
Más allá de las contradicciones que se puedan producir en regiones de Asia, Oriente o África, lo cierto es que existe competencia a nivel global en torno a los proyectos de ciudades sostenibles. En Singapur han desarrollado un Smart Grid en el que una red bidireccional no sólo controla y gestiona el consumo de energía, sino que integra un sistema de producción alternativa descentralizada desde el que introduce electricidad en la red a partir de generadores ecológicos, como paneles solares o pequeñas plantas de ecogeneración. En el norte de Europa, la cívica y ejemplar Suecia acoge SymbioCity, un proyecto de 11.000 viviendas situado sobre una antigua zona portuaria de Estocolmo que ha convertido en el primer ejemplo de urbanización capaz de mantenerse a sí misma gracias a fuentes renovables. En Nevada, Estados Unidos, han puesto en marcha Boulder City, una red inteligente de distribución eléctrica para reducir el consumo eléctrico, reducir el coste y aumentar la fiabilidad y transparencia del sistema.
En España, un país vapuleado por los excesos del urbanismo, se ha puesto en marcha el Club de Innovación Urbana, un laboratorio de ideas nacido en la IE Business School con el impuso de un grupo de empresas como Philips y FCC, con el objetivo de «impulsar un nuevo modelo urbano basado en la innovación y en la sostenibilidad en las ciudades españolas».
«El nuevo modelo ha de poner énfasis no ya en crear de nuevo sino en transformar y hacer evolucionar lo ya construido. Tres buenos ejemplos en este sentido son la apuesta por la rehabilitación, la actualización energética de barrios y la reinvención del tejido urbano asociado al turismo», señala el manifiesto que ha promovido esta organización.
Desde el Club de Innovación Urbana reclaman a las administraciones públicas «un nuevo marco institucional que clarifique las competencias entre comunidades autónomas y ayuntamientos, de modo evite por un lado las duplicidades y, por otro, las competencias huérfanas o impropias». «Hay evidencia científica de que hay un tamaño ideal de municipio, una escala por debajo de la cual no hay una masa crítica suficiente para prestar servicios de manera eficiente y por encima de la cual se degrada y despersonaliza el nivel de servicio al ciudadano. No hay duda de que el número de municipios españoles es excesivamente elevado y fragmentado», añaden.
Aire contaminado
La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha advertido que la elevada contaminación del aire «está alcanzando niveles que ponen en peligro la salud de la gente y es responsable de la muerte anual de más de dos millones de personas».
Este organismo ha creado la primera base de datos sobre la polución mundial, donde se encuentran 1.085 ciudades de 91 países. Cerca de la mitad de países superan los niveles de toxicidad permitida, fijada en 20 microgramos de las partículas contaminantes grandes (PM10) por metro cúbico.
Por encima de ese nivel, el aire que se respira es perjudicial para la salud e incide en el riesgo de padecer alguna enfermedad respiratoria o cardiovascular. Los países más contaminados son Mongolia y Botswana, con niveles que rebasan 10 veces lo recomendado por la OMS. En ciudades como Ahwaz, en Irán, las partículas contaminantes en el aire son 372 microgramos por metro cúbico.
España cuenta con unos niveles ligeramente superiores a los recomendados. Los 29 microgramos registrados en nuestro país están en la línea de países como Bélgica, Francia, Alemania, Dinamarca, Holanda o Portugal.
La urbe española que peor respira es Zaragoza, con un registro de 45, seguida de Granada, con 40. Madrid -muy criticada por la polución- se acerca a la media española, con 26. Las mejores son Santiago de Compostela y Logroño, con 18.
«En estos datos influye la situación geográfica, no cabe duda. No es lo mismo una ciudad de montaña, que una de mar o una industrial, pero creo que empieza a haber una concienciación importante de los ciudadanos para que se mejore la calidad del aire», explica María Neira, directora de Salud Pública y Medio Ambiente de la OMS.