Intervención del presidente del Gobierno del Principado en la entrega de las Medallas de Asturias en su edición 2013 celebrada este viernes en el Auditorio Príncipe Felipe.
El Día de Asturias es una jornada de celebración. Lo habitual es que la aprovechemos para recargarnos de orgullo. Sean cuales sean las circunstancias, los discursos suelen exaltar nuestras virtudes con más o menos énfasis. Nuestra belleza natural, los episodios heroicos de nuestra historia, la forja industrial que tanto ha moldeado nuestra identidad. Son las palabras que proceden, tanto como el recuerdo a los emigrantes, quienes, con los surcos de su viaje, también han labrado otra de las señas principales de la Asturias contemporánea.
No abomino de ese guión, casi protocolario. Está bien que hoy hagamos patria y señalemos los hitos de nuestro rumbo común en la historia. Pero Asturias es también una patria cívica, edificada día a día por hombres y mujeres que no pretenden otro premio que hacer bien, lo mejor posible, su trabajo. No se crecen en la grandilocuencia ni en más vanidades que la satisfacción de la labor bien hecha, si es que a eso lo podemos llamar vanidad. Ese empeño cotidiano es el que, al fin y al cabo, nutre, da vida a una sociedad.
Todos los galardonados comparten esa virtud tan poco reconocida. No obstante, permitidme apuntar otro rasgo común: creo, además, que son ejemplares por su coraje, por su valor íntimo y personal. Podéis pensar que es muy distinta la valentía necesaria para jugarse la vida en un rescate, mientras el helicóptero tabletea inmóvil cerca de una montaña, a la que se precisa para arriesgarse a cambiar el rumbo de una empresa o para exhibirse en público con las palabras propias con las que una escritora construye su mundo, y seguramente tendréis razón. Sin embargo, creo que en todos esos casos late un mismo arrojo: el de quien está dispuesto a afrontar el peligro y con él, el fracaso, del calibre que sea, antes de conformarse con languidecer atribulado. Sólo demuestra valor real quien se arriesga a fracasar, sea en la faceta que sea.
Encaramos, como sabéis, una fortísima crisis. No sé si percibís, como yo, que esa palabra –sí, el término crisis- empieza a devaluarse y, con ella, el significado que la acompaña. Quizá empecemos a tener la sensación de que está quedando atrás, como una pesadilla que se diluye poco a poco, rasgándose en jirones de recuerdos hasta desaparecer. O tal vez simplemente nos estamos acostumbrando a malvivir con ella en una suerte de mansa resignación.
Si es así, debo pediros que no os resignéis. En modo alguno. Porque si Domingo Fernández Vinjoy se hubiese conformado, si diese por bueno todo lo que tenía alrededor, jamás hubiera iniciado la atención a los huérfanos, allá en el siglo XIX. Tampoco han sido conformistas los vecinos que habitan los pueblos cercanos al vertedero de Cogersa, que siguen reclamando, y les sobran motivos, más atención por parte de todas las administraciones Ni quienes idearon el nuevo modelo que ha representado el Hospital General de Asturias, referencia para la sanidad pública española durante décadas. Como ellos, Asturias no puede rendirse. Como ellos cuando concibieron hace más de 50 años el nuevo hospital, Asturias ha de ser capaz de pensar e imaginar con acierto para construir una realidad mejor. No hagamos jamás bandera de la complacencia ni de la nostalgia ni de la resignación. Sintámonos orgullosos de lo que somos y de lo que hemos sido, pero pensemos también en sentirnos orgullosos de lo que podemos llegar a ser: no nos conformemos con esta realidad, porque está en nuestras manos superarla. Y para eso no se necesitan grandes gestas, sino la virtud cívica de hacer bien, lo mejor posible, las cosas día a día.
Las luces, aplausos, todas las galas endomingadas que nos rodean adornan la conmemoración. Pero aquí tenemos que obtener algo más provechoso. Hemos de entender por qué han sido elegidos estos galardonados, qué nos enseña su trayectoria vital, por qué nos sentimos tan orgullosos de tenerles aquí entre nosotros, de poder otorgarles las medallas, de poder aplaudirles.
Grupo de rescate de Bomberos de Asturias
No harán falta muchas explicaciones con el Grupo de Rescate de Bomberos de Asturias. Siempre me llama la atención la facilidad con que los cambios y las novedades se hacen cotidianos. Hace unos años, saber que el helicóptero había despegado se convertía en noticia, era un suceso poco menos que extraordinario. Por fortuna, hoy la presencia del grupo de rescate se ha incorporado a nuestra cotidianeidad. Con 25 años de existencia, ha intervenido en más de 8.000 ocasiones para socorrer a más de 6.800 personas. Este equipo de pilotos, médicos y rescatadores que hoy nos acompaña está felizmente incorporado a la red de seguridad de los asturianos y titulado por la experiencia con el merecimiento de todos los honores. ¿Qué se les puede decir a quienes, en una exhibición de heroísmo cotidiano, se juegan realmente la vida por sus semejantes en cada una de sus intervenciones? Ahí sólo valen la admiración y el aplauso. Esta medalla es merecida, pero insuficiente.
Talleres Zitrón
Talleres Zitrón vive del viento. Lo dicen en broma sus directivos, porque la empresa, que ya ha cumplido medio siglo, incluye entre sus especialidades la construcción de grandes ventiladores, como los que se colocan en los túneles del metro y de las autopistas. Sin embargo, esta empresa empezó con la vista hacia abajo, con los ojos puestos en la fabricación de maquinaria y accesorios para la minería y la industria. Cuando sucedió la reconversión pudo haberse resignado, atarse al declive de la minería como un náufrago a la balsa. Sin embargo, alzó la vista y con el talento y el coraje empresarial necesarios diversificó su actividad. Diversificar es un verbo que los políticos hemos invocado a menudo, pero nunca hemos logrado los resultados apetecidos. Al contrario, los gestores y trabajadores de Talleres Zitrón lo han conseguido: sus equipos están instalados en Europa, América, Asia y Australia; exportan a más de 30 países y tienen clientes en más de 80. Su capacidad para adaptarse, investigar e innovar justifica sobradamente este galardón.
Carmen Gómez Ojea
Con Carmen Gómez Ojea empiezo con un tópico. La historia de toda escritora comienza contra un folio en blanco. Da igual que la cuartilla sea cibernética, porque el desafío es el mismo. Si sale bien librado, luego le aguarda otra prueba, que es desnudarse en público, enseñar lo que ha tramado, concebido y escrito, y esperar el juicio de los demás. No existe artilugio alguno que pese y mida si la obra es buena, mala o regular. Está todo a expensas de que guste o no, y en primera instancia a unos señores críticos que tal vez lean al bies, por encima de las gafas de pasta y con un punto de desdén. Para salvar todos esos escalones y luego mantenerse escribiendo libremente lo que a una le da la gana y como le da la gana hace falta, también, mucho coraje, como el que lleva demostrando Carmen Gómez Ojea desde que inició su camino de escritora. La Medalla de Asturias no es un galardón literario: del premio Nadal en adelante, Carmen suma ya una buena lista. Éste es el reconocimiento a sus méritos de escritora, pero también a su defensa de los derechos sociales, a su rebeldía contra la injusticia, a toda su trayectoria y, también, conste, a su desparpajo.
Fundación Padre Vinjoy de la Sagrada Familia
De 1876 a 2013 han pasado 137 años. Fue entonces, en el último cuarto del siglo XIX, cuando Domingo Fernández Vinjoy inició la tarea que hoy continúa la fundación que hereda su apellido. Me refería antes, al hablar sobre Talleres Zitrón, a la capacidad que había demostrado la empresa para adaptarse y evolucionar. Recurrí al verbo diversificar, que abunda por los discursos empresariales y políticas y es más extraño en otros pagos. Sin embargo, en eso consiste precisamente lo que ha hecho la fundación desde que empezó con la atención a los niños huérfanos, siguió con la enseñanza y formación de los escolares sordos y, más recientemente, desde 2007, también atiende a personas con graves conflictos personales y sociales. Con esta evolución, la fundación da un ejemplo evidente de que siempre hay tarea y lugar para ayudar a los demás cuando se reúne disposición y valor suficiente para hacerlo. Si la Fundación Vinjoy ha ayudado a oír y hablar a muchos jóvenes sordos, también debe seguir siendo capaz de romper los tímpanos a quienes se conforman con seguir mudos, ciegos y sordos ante a los problemas de los demás. La medalla es, más que un premio, un estímulo para que continúen esa labor.
Impulsores del cambio hacia un nuevo modelo hospitalario
No hay sociedad que no se reconozca en sus grandes obras. El Hospital General es una de las que identifica la Asturias contemporánea. Lógicamente, no hablo sólo del edificio: me refiero a una organización y una atención sanitaria excelentes, incluida la formación de los médicos residentes –lo que hoy se denomina sistema MIR-, que se convirtió en referente en toda España y causa de orgullo para los asturianos. La alta valoración que la sanidad pública recibe en Asturias debe mucho a quienes supieron pensar bien –con el trabajo que exige pensar, no la mera suelta de opiniones- y hacer mejor esa realidad sanitaria con una capacidad de anticipación digna de esta medalla y muchos otros reconocimientos. Lo suyo fue una exhibición de inteligencia y voluntad, una idea arriesgada y germinal que alumbró una nueva forma de la sanidad pública, más igualitaria y accesible, muy ‘superior a la sanidad de beneficencia que antes imperaba. A todos ellos, a los arquitectos de esta excelencia sanitaria que fue, y aún sigue siendo, el hospital general, muchas gracias. Ahora, en vísperas de que Asturias inaugure dos grandes hospitales –el HUCA, en Oviedo, y el nuevo hospital de Mieres- vuestro acierto nos sirve de ejemplo.
Asociaciones de Vecinos del entorno del Valle de la Zoreda
Ambás, Campañones, Serín, Tamón, Villardeveyo. Todos, en la geografía inmediata al vertedero central de Asturias, propiedad de Cogersa. He citado muchas veces a lo largo de este discurso el coraje como contrapunto a la resignación. Pudiera parecer que a las asociaciones de vecinos de los lugares nombrados sólo cabría reconocerles su paciencia cotidiana con las molestias, los ruidos y los olores. Pero seríamos injustos, porque ellos tampoco han cedido a la resignación. Jamás ha de confundirse la paciencia con la debilidad ni la generosidad con la resignación. Los vecinos del valle de la Zoreda han sido, son, pacientes y generosos y solidarios, pero nunca se han rendido. Jamás han renunciado a proteger y mejorar sus pueblos, y en esa pelea, más bien poco atendida, nunca han cejado. Creo, sinceramente, que todos deberíamos saber apreciar esos valores en todos ellos.
Como, igualmente, creo que el coraje para afrontar la realidad, arriesgarse y vencer la resignación es el ejemplo común de todos estos galardonados, las virtudes que deben acompañarnos siempre a todos los asturianos
FOTOS: Armando Álvarez