Por MSF.-La huida empieza así.“Eran las cinco de la mañana. Mi hermana preparó un desayuno delicioso. Nos subimos al coche y nos fuimos a la frontera de Siria con Turquía”.
Lawand Deek, un joven sirio de 21 años, relata su éxodo en un diario que cada vez tiene más páginas. Ya de pequeño quería ir a Canadá para estudiar, pero no le concedieron el visado y se tuvo que conformar con estudiar un tiempo en Damasco. Aprendió inglés. Después de que se desatara la guerra civil, tuvo que huir de su tierra, la provincia de Ar-Raqa, a causa de los combates. Tardó poco en salir del país, pero tenía claro que no quería quedarse en un campo de refugiados.
“Crucé la frontera turca y pasé por muchas ciudades, hasta que llegamos a Estambul”, relata. Lawand contactó con un traficante para intentar entrar en la Unión Europea (UE). Se trasladó junto a un grupo de 25 sirios a la ciudad costera turca de Izmir. Desde allí, se subieron a una patera y cruzaron el mar para llegar a la isla griega de Lesbos. “Lo habíamos intentado cuatro veces. Esta es la primera vez que lo conseguimos. Había dos niños con nosotros. Yo tenía un poco de miedo porque era de noche y la embarcación era pequeña. Era muy peligroso”, recuerda Lawand. Los guardacostas griegos divisaron la patera y ayudaron a los migrantes a llegar a la costa. No siempre ha sido así: siete sirios murieron ahogados a mediados de marzo cuando intentaban alcanzar Lesbos.
Los sirios ya constituyen la primera comunidad de llegada a las islas del Egeo, puerta de entrada a Grecia y por lo tanto a la UE. “Desde 2004, la mayoría de migrantes que llegaban aquí eran afganos, pero ahora, por primera vez, hay más sirios que cualquier otra nacionalidad”, expone Ioanna Kotsioni, experta de migración de MSF. En 2012, casi 8.000 sirios llegaron a Grecia de forma ilegal. En los cuatro primeros meses de este año, la cifra asciende a 1.709. Los migrantes y refugiados solían viajar a través de la frontera terrestre de Evros, pero en verano de 2012 las autoridades griegas desplegaron a unos 2.000 agentes, construyeron una valla y tomaron medidas para frenar la migración, así que el flujo se trasladó a las islas. El año pasado, MSF lanzó intervenciones humanitarias en ambos lugares para asistir a estos migrantes, algunos de ellos detenidos durante meses. Entre ellos había 1.500 sirios.
La legislación griega permite mantener en cautiverio a los migrantes indocumentados hasta un máximo de 18 meses, pero desde abril los sirios están exentos de detención a su llegada. Lawand y sus acompañantes se quedaron una noche en el puerto de Lesbos bajo custodia de los guardacostas y otra noche en comisaría. La policía les entregó un documento que les permite quedarse en Grecia durante seis meses: tras este periodo, deben abandonar el país o pueden ser deportados si no renuevan sus papeles. También en esto los sirios son una excepción, porque el resto de migrantes tan solo disponen de un mes para permanecer en suelo heleno.
Lawand ya tiene ese papel y compra su billete de barco a Atenas. Esta vez no espera sorpresas marítimas. “No tengo palabras para explicar esta sensación. Me siento libre y muy contento de estar fuera de Siria”, sonríe el joven. El buque atraca en Atenas bajo la luz matinal. Embelesado, Lawand pisa tierra junto a sus compañeros de odisea. El recibimiento que le ofrece la capital griega son dos agentes que le cogen del brazo. La agencia de la UE que vigila las fronteras de los estados miembros (Frontex) lo retuvo durante varias horas para interrogarle. “Sabían que hablaba inglés. Me preguntaron de dónde era, cómo había llegado, quién me ayudó. Les dije todo lo que sabía y me dejaron en libertad”, cuenta Lawand una vez establecido en Atenas.
Estas no son las únicas dificultades a las que se enfrentan tanto los migrantes sirios como los de otras procedencias. “La mayoría han pagado todo su dinero a los traficantes y aquí no reciben ninguna ayuda del Gobierno”, denuncia Kotsioni, la especialista de migración de MSF. Acogerse al asilo tampoco es una solución: de las 250 solicitudes presentadas por sirios en 2012, tan solo 150 fueron examinadas y dos fueron aceptadas. “Eso quiere decir que gente que en teoría debería de estar protegida no recibe prácticamente ninguna ayuda”, lamenta Kotsioni. Muchos de los refugiados vienen de países en guerra como Afganistán, Irak o Siria y al llegar no solo no se encuentran un cálido recibimiento, sino que en ocasiones pueden ser víctimas de ataques racistas.
Para muchos, la capital helena tan solo es un lugar de paso. “No esperaba que Atenas fuera así. Imaginaba que sería como Europa, como las ciudades británicas, alemanas…”, comenta Lawand, que hasta hace poco no había salido nunca de Siria. Ha pasado un día desde que llegó a Atenas y fue sometido a un interrogatorio y se le nota cansado. Antes hablaba de Canadá, del Reino Unido, de estudiar. Ahora dice que quizá se quede un tiempo trabajando en la capital griega.
Seis semanas después, Lawand confirma a través de un mensaje de Facebook que está haciendo sus últimos preparativos: “Estoy esperando el visado para irme directamente a Canadá”.
FOTO: Lawand Deek dejó Siria y ha llegado a Atenas © Anna Surinyach/MSF