Por Farah Qubaysi/Beirut.-Bajo el puente de “Cola” (Beirut), varias familias sirias duermen en el suelo, mientras las instituciones de Seguridad, los ministerios y algunos medios dicen que la mayoría de las familias son “beduinos” y “gitanos” que “se aprovechan de la situación de asilo de los sirios”, como si eso justificara el hecho de no responsabilizarse de ellos. Entre las familias, hay quien ha venido de Latakia, de Alepo, e incluso de Bab al-Tabbane en Trípoli (Líbano), personas que abandonaron sus aldeas a la fuerza para buscarse un espacio en esta zona. Familias, conformadas por ancianos y jóvenes, niños y mujeres, que trajeron consigo en la maleta historias de una enorme desgracia humana para repartírselas bajo un mismo puente.
Hace apenas dos semanas, eran centenares los que dormían sobre la acera bajo el puente. Gracias a los “esfuerzos” del ayuntamiento de Beirut, y la coordinación con las fuerzas de seguridad, la zona fue desalojada, exceptuando a algunos recién llegados y alguna familia, que se afanan en eludir las rondas de los agentes de seguridad para conseguir unas pocas horas de descanso bajo el puente antes de que se les eche, para volver de nuevo a instalarse.
El fenómeno de los desplazados bajo el puente de “Cola” no es nuevo, pues algunos de los que acostumbran a pasar por la zona recuerdan bien al hombre de cincuenta años que utilizó durante años el puente como casa, y que se negaba a mudarse a una residencia por orgullo propio, como solía decir. Hoy, el puente se ha convertido en refugio de decenas de personas y familias sirias ante el incesante flujo de refugiados a Líbano. Las cifras oficiales del Alto Comisionado para los Refugiados de la segunda semana de este mes, indican que el total de desplazaos sirios que reciben ayuda de dicho organismo y sus socios es de 604.000 (más de 517.000 registrados y 87.000 que esperan serlo). Los que están registrados se reparten actualmente por el norte de Líbano (35%), la Bekaa (34%), Beirut centro y sur (18%) y el sur de Líbano (13%), pero los que viven bajo el puente de Cola no son registrados por el Alto Comisionado para los Refugiados, ni han visto del Estado libanés más que sus brazos de seguridad que se dedican a echarlos del lugar.
“Lo más barato son $40 en un hotel por noche, ¿de dónde los voy a sacar? Los policías nos persiguen como si fuéramos criminales. ¿Dónde vamos a ir?, pregunta Ahmad, uno de los refugiados bajo el puente de Cola. A su lado, está sentado Nassuh, que vino con once de sus hijos desde Latakia a Cola hace dos días, tras perder su fuente de ingresos. Trabajaba fabricando prótesis dentales “de cromo y platino”- dice-, profesión que heredó de su padre. “Tuve que marcharme de Siria, no voy a dar tierra para comer a mis hijos”, dice el que ha venido por primera vez a Líbano. Nassuh no puede pagar una habitación donde alojarse. Buscó en la zona de Awza’i, y se encontró con que por una “habitación en la que solo entraba un retrete” debía pagar $300 de alquiler mensual. Así, se fue con su familia a refugiarse en la acera. “Si hubiera tenido trabajo en Siria, me habría quedado: hoy me cuesta no afeitarme la barba, cuando antes lo hacía a diario”. Nassuh se pasa el día sentado bajo el puente, no pide nada a nadie, solo que las partes a quienes les concierne el asunto en las instituciones, el gobierno y la ONU se preocupen por sus hijos. Esas familias se quejan en su mayoría de la negligencia y repiten, y al contrario de lo que dijo el ministro de Asuntos Sociales, Wael Abu Faour sobre que las familias supuestamente se niegan de entrada a recibir ninguna ayuda, que nadie les ha visitado, ni asociaciones ni organismos de ayuda.
Sabah, por ejemplo, una mujer que vino de Damasco hace siete meses y que se refugia bajo el puente desde hace tres semanas, no tiene más que un trozo de cartón sobre el que sentarse y dormir. No puede moverse debido a que sufre una parálisis en las piernas y su mano izquierda. Entre las familias sirias exiliadas, ha encontrado quien le haga compañía, reduzca su dolor y se encargue de su enfermedad. Muhammad, su vecino, se la ayuda a ir al baño del aparcamiento cercano. Sabah no quiere más que poder caminar de nuevo, lo que exige 50 sesiones de terapia, según le dijo un médico de un hospital de Beirut, que no puede pagar: “No quiero que me curen la mano, solo quiero caminar, para no ser una carga para la sociedad”, dice.
Pero de la enfermedad es de lo que menos se quejan. De más de una boca hemos oído cómo han sido víctimas de ataques de “delincuentes” y de cómo les han robado a punta de cuchillo lo que habían reunido a lo largo del día, unas mil libras (50 céntimos de euro), o la comida que alguien solidario les había repartido. “¿A quién nos vamos a quejar?”, pregunta Muhammad. “Estamos atrapados entre los criminales y la persecución de las fuerzas de seguridad”, añade.
Una fuente en el ayuntamiento de Beirut ha declarado a Al-Modon que las fuerzas de seguridad han comenzado a llevar a los sirios que están bajo el puente que se extiende desde Cola hasta Salim Salam, a un centro que reúne a los refugiados sirios en Alia, sin dar más explicaciones. La misma fuente ha informado de que las rondas de los servicios de seguridad tienen como objetivo que no se formen más aglomeraciones en la zona. Hasta el polvo y la tierra de las aceras bajo el puente cierran el cerco a los sirios en Líbano.
Publicado por Traducción por Siria