Europa, en la encrucijada

 Europa, en la encrucijada

Ethic.-Europa se encuentra en una encrucijada histórica. Las decisiones que ahora se tomen fortalecerán su unidad o acabarán por resquebrajarla. ¿Qué habría que hacer en los próximos años para lograr una verdadera cohesión política, social y económica? Antonio Garrigues, Josep Piqué, Emilio Ontiveros, José Antonio Marina, Ramón Jáuregui, Enrique Castaños y Fernando González Urbaneja comparten sus ideas con los lectores de Ethic.

 

ANTONIO GARRIGUES WALKER | ABOGADO

 

 

 

Europa tiene que rejuvenecer su población porque está envejeciendo en su conjunto a marchas forzadas y muy especialmente los países del sur y aún más especialmente en Italia y en España, dos países que están al borde de un suicidio demográfico. Un continente envejecido es un continente sin dinamismo, sin sentido del riesgo, sin generosidad, sin audacia, sin empuje, es decir, mala cosa.

Europa tiene que ser no más Europa sino por fin y de una vez una Europa total y poner en marcha -además de la unión bancaria- la unión real de sus economías y su acción exterior, sin trampa ni cartón, sin reserva alguna, y acumular así todas las sinergias que podría poner en marcha. Esta crisis tan profunda, tan inhumana, tan cruel, debería ponernos en marcha y acabará haciéndolo, nos pongamos como nos pongamos.

Lo que no puede ser es avanzar milímetro a milímetro mientras que el eje americano y el del pacífico se mueven con agilidad, con ritmo rápido y estrategias eficaces. No es válida ni sostenible una Europa debatiéndose estéril y cansinamente entre políticas de austeridad y crecimiento, con un liderazgo alemán condicionado por unas elecciones y unos ciudadanos alemanes que culpan al sur de su desgracia. Llegó el momento de hacer las cosas un poco mejor. Lo haremos. Para nuestra fortuna no hay otra opción sensata porque en otro caso aceleraríamos una decadencia, ya real y con síntomas de irreversibilidad, de la que no somos ni siquiera conscientes.

J

JOSEP PIQUÉ | EX MINISTRO DE EXTERIORES


 

Lo más importante es que Europa reasuma que debe ser lo que fue desde el principio: un proyecto político. Es cierto que ese proyecto político descansó en un concepto negativo: el miedo. El miedo a recrear las condiciones para un nuevo enfrentamiento bélico entre europeos y, especialmente, entre Francia y Alemania, como así fue en los setenta años anteriores, con la Guerra franco-prusiana en 1870 y las dos Guerras Mundiales en el siglo XX. El proceso de construcción europea ha sido la historia de un éxito. Y en momentos de frustración, conviene recordarlo: porque un club que nace con seis miembros y, hoy, tiene veintisiete y pronto veintiocho, con Croacia, es un Club con sex-appeal, con atractivo indudable. Y que ha ido ampliando su contenido político, en términos de soberanía. Desde el inicial Mercado Común, a la Comunidad Económica Europea, a la actual Unión Europea. Y ahora, ante el vertiginoso desplazamiento del centro de gravedad del planeta, desde el Norte hacia el Sur y desde el Oeste al Este, y que aleja a Europa del mismo, desplazándola a la periferia, sólo es posible recuperar centralidad y relevancia estratégica

 

EMILIO ONTIVEROS | ECONOMISTA


 

Decisiones urgentes. De forma inmediata, la UE debe afrontar el riesgo de depresión en algunas economías de la eurozona y, con ello, la renovación de las amenazas de fragmentación de la misma. Estimular el crecimiento económico, frenar el ascenso del desempleo, es la más urgente de las prioridades. Para ello la UE dispone de las siguientes posibilidades, complementarias todas ellas entre sí:

- Flexibilizar el calendario relativo a las exigencias de consolidación fiscal. El saneamiento de las finanzas públicas es importante, pero como el propio FMI destacó, no es tanto una carrera de velocidad como de fondo. En todo caso, ha de compatibilizarse con las medidas expansivas que compensen los efectos contractivos de la austeridad a ultranza.

- Programas de inversión paneuropeos tendentes a reducir el desempleo, especialmente el de los jóvenes. Y de paso, fortalecer el mercado único.

- Apoyo al BCE para la realización de programas específicos de financiación a las pequeñas y medianas empresas: para paliar los problemas evidentes de transmisión de la política monetaria en las economías periféricas. El fortalecimiento de los programas de titulación de préstamos a pymes, o la financiación directa a las mismas son hoy condiciones necesarias para el normal funcionamiento del área monetaria: para evitar su fragmentación adicional.

- Adopción de políticas expansivas, fundamentalmente políticas de rentas en aquellas economías de la eurozona con menores problemas de empleo y mayores registros de productividad del trabajo y un escrutinio menos severo por los mercados de bonos públicos.

Decisiones tendentes a fortalecer la dinámica de integración.

- Concreción de un calendario tendente a la unión bancaria, al menos en la eurozona.

- Decisión de las exigencias y pasos necesarios para la unión fiscal, al menos de la eurozona.

 

JOSÉ ANTONIO MARINA | FILÓSOFO

 


 

La  función de la inteligencia humana, individual o social, es resolver problemas. Las instituciones son, siempre, soluciones a algún problema previo y duran -o, al menos, deberían durar-  mientras dura su eficacia. En cada momento histórico se evalúan las instituciones que se reciben, se aceptan, se reforman o  se inventan otras nuevas si el resultado es negativo. Si la ciudadanía es inteligente, aprovecha la experiencia acumulada que hay en las instituciones, que pueden considerarse el saber implícito de una sociedad. La UE es un innovador invento político. Para decir algo sensato respecto de su futuro hay que preguntarse cuatro cosas: (1) ¿Qué problemas intentó resolver? (2) ¿Consiguió resolverlos? (3) ¿Qué problemas dejó sin resolver? (4) ¿Son lo suficientemente importantes como para anular los beneficios? A partir de las respuestas habrá que tomar decisiones.

Creo que es el momento de reflexionar sobre estos asuntos. Hay temas muy importantes. La Europa de las patrias no ha funcionado, porque no ha sabido articular la pertenencia a Europa con el sentimiento nacional. La cesión de soberanía nos ha librado de ciertos peligros, pero nos ha metido en otros. Europa no está respondiendo bien a la crisis económica, y eso está desilusionando a muchos. Se están separando la Europa del norte de la Europa del sur. Se ha creado una burocracia lejana e incomprensible, desligada de la ciudadanía. Y, lo más grave, se ha olvidado que la UE era un proyecto ético y político de gran envergadura, que quería demostrar que unos países tradicionalmente desgarrados por guerras continuas podían colaborar y defender un modelo social y económico capaz de integrar progreso económico con progreso social. Esta idea se ha diluido y para que Europa continúe habrá que recuperarla y  ponerla en práctica.

En un editorial de Le Nouvel Observateur, Laurent Joffrin, después de declararse europeísta convencido, exponía su indignación ante el hecho de ver como «un proceso histórico admirable se diluye por culpa de dirigentes ciegos. Mes tras mes –añade- año tras año, la clase dirigente europea hace todo lo posible por desanimar a los partidarios de Europa. Incapaz de cumplir las expectativas, los nacionalismos progresan por todas partes en el continente europeo, y amenazan con sacar a Europa fuera de la historia».

RAMÓN JAÚREGUI | DIPUTADO

 


 


 

No hay más salida que un impulso hacia más Europa y hacia otra Europa. Estamos en un momento crucial, pero no hay alternativa de vuelta atrás, ni de fractura del euro, ni de Europa a dos velocidades, ni nada semejante. Solo hay una solución: a) Hacer una Europa Federal que salga de la crisis con un fortalecimiento del gobierno económico de la Unión, un Banco Central más activo y con más facultades monetarias, una política fiscal más armónica, aumento del presupuesto de la Unión, etc… b) Un avance político hacia la Unión Federal, con renuncia a las soberanías nacionales que impiden la construcción de una auténtica Europa unida, es decir, con un fortalecimiento de las instituciones comunes y democráticas, con una misma política interior en libertad y justicia, una auténtica política exterior común y única para todos los europeos, un solo ejército europeo, etc… Europa es como un avión que ha iniciado su despegue  y solo puede vencer las turbulencias con un impulso hacia arriba, aumentando el gas a los motores para alcanzar la estabilidad de vuelo. No hay vuelta atrás porque, si nos quedamos parados, el avión caerá. Y eso sí será el desastre.

 

ENRIQUE CASTAÑOS | PROFESOR


Los principales desafíos de la Unión Europea, a medio y largo plazo, son de naturaleza política, económica, social y ética. En el plano político, no puede dilatarse más la cesión de soberanía por parte de los Estados en beneficio de la Unión, esto es, la articulación de unos Estados Unidos de Europa o una Europa Federal. Esto significa neutralizar de verdad los viejos y anacrónicos nacionalismos, casi por definición excluyentes e insolidarios. El reto está en que este objetivo no impida la pérdida de identidad de los distintos pueblos de Europa. La unión política entraña un Gobierno común, una profundización en la división de poderes y dotar de mayores competencias al Parlamento Europeo. En algunos Estados, el drástico adelgazamiento de la Administración pública y de los representantes electos, es ineludible. En el ámbito económico, se impone, sin margen apenas para las componendas, una verdadera unión bancaria y una unión fiscal, es decir, unas reglas económicas comunes para todos los ciudadanos de la Unión, las cuales deben acompañarse de unas estrictas, eficaces y rigurosas medidas contra los paraísos fiscales en Europa, la evasión de capitales, el fraude y la economía sumergida. Los más ricos, Estados y ciudadanos, deben pagar más, pero fiscalizándose con rigor el destino de su carga impositiva. En el aspecto social, hay que doblegar la pirámide de población, en el sentido de estimular la natalidad y establecer unas estrictas normas reguladoras de la población extraeuropea que venga a trabajar en Europa. Por último, Europa debe tender con pasos firmes hacia un Código Civil y un Código Penal europeo que regule aspectos básicos de cualquier Estado federal, incluido el crimen organizado y el terrorismo, sea del signo que sea. La regeneración democrática incluye la lucha implacable contra la corrupción en todas sus formas, lo que se traduce en medidas de transparencia y de control. Hay que potenciar los valores éticos, especialmente la solidaridad y la justicia social, pero sin retórica alguna. Hay, por supuesto, que recuperar la gran tradición cultural europea, en el ámbito de las Humanidades y en el desarrollo de la investigación científica. Sin valores éticos y sin estímulo a la alta cultura, Europa terminará deshaciéndose por completo.

FERNANDO GONZÁLEZ URBANEJA | PERIODISTA

El camino del proyecto europeo nunca ha sido lineal o previsible; se ha recorrido, a veces, por una visión, otras a empellones y algunas como necesidad. Los primeros Tratados fueron resultado de una visión, y las consecuencias del derrumbe del telón y la posterior reunificación alemana introducen componentes de azar y de necesidad. El siglo XXI no está siendo brillante para Europa, aunque arrancó con una decisión trascendente: la implantación del euro en doce países y el compromiso para la Agenda de Lisboa que pretendía alcanzar el liderazgo tecnológico y de cohesión social para la Unión Europea; poder blando y efectivo en un mundo globalizado.

Ha pasado más de una década y de la Agenda de Lisboa no queda ni el certificado de fracaso, solo el olvido sin analizar qué pasó. Y la unión monetaria que supone el euro, probablemente irreversible, navega por el complicado mar de las demás uniones (presupuestaria, fiscal, bancaria…) que requiere un área monetaria semejante. Para avanzar en cohesión y además en crecimiento sostenido la Unión Europea tiene que reconstruir la arquitectura de la unidad monetaria, y simultáneamente regenerar la Agenda de Lisboa con objetivos ambiciosos para lo que queda de década. Europa necesita creer que es posible el crecimiento y la cohesión social, salir de esta fase oscura, con líderes de corto recorrido obsesionados por las elecciones de la semana siguiente.

Habrá que volver al relato de la Europa deseable y posible y contraponerlo al discurso localista, defensivo, cerrado y temeroso del futuro y de la libertad. El fracaso de la Constitución Europea, mal diseñada y peor explicada, gripó durante esta década el avance del proyecto europeo. Habría que volver al cauce de la democratización de las instituciones europeas, de la revalorización de la ciudadanía europea y de los derechos y deberes que supone, para volver a recuperar el impulso perdido. La salida de la recesión debería ser paralela a la recuperación del sueño de Europa Unida.

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