Discurso de Mandela en Oviedo
Constituye para mi un gran honor recibir de Su Alteza Real el Príncipe de Asturias,Don Felipe de Borbón, el Premio de Cooperación Internacional que lleva Su nombre. Es esta mi tercera visita a España y cada una de ellas ha constituido un motivo de alegría.
En julio, el mundo festejó con ustedes la celebración en su País de los Juegos Olímpicos, una espectacular reunión del mundo en paz consigo mismo. En distintas ceremonias, España es capaz de reunir lo nuevo y lo viejo, y forjar una identidad común a partir de la riqueza, cultura y civilización de sus diversas regiones.
El mundo necesita la paz, de manera que el objetivo de la Carta de las Naciones Unidas referente al desarrollo, seguridad y buena vecindad pueda ser renovado y actualizado para acoplarse a retos del futuro. Todos debemos apoyar nuestra era.
El principio de la descolonización y la aceptación de los derechos de todas las naciones para pertenecer y participar equitativamente en la vida de la comunidad mundial, no deben estar basados en la opresión a otras naciones.
Es más, la aceptación de los derechos humanos, universalmente aplicables, el disfrute de los cuales es un derecho de todo ser humano y cuya protección constituye una responsabilidad de todos los estados, debe ser reforzado por medidas colectivas bajo los auspicios del Consejo de Seguridad de la O.N.U., para evitar graves violaciones de los derechos humanos y el mayor de todos los crímenes, el genocidio.
Finalmente, la comunidad internacional debe, como prioridad urgente, establecer mecanismos para asegurar que los recursos limitados de nuestro planeta no sean agotados. La aceptación de la responsabilidad global en la conservación de nuestro planeta y sus recursos y la exaltación de un medio ambiente sano para todos es un derecho humano.
La herencia africana de beneficiosas relaciones culturales, políticas y sociales, con las gentes de otros continentes es un orgulloso y creativo logro de la sensibilidad humana. Seguimos intentando emular sus valores. En particular, nuestras relaciones con España, que datan de tiempos antiguos, nos llevan a pensar lo que hubiera ocurrido o lo que hubiera podido ser la cultura Euroafricana, si los elefantes de Aníbal no se hubieran agotado en su camino hacia Roma.
La situación de muchas partes del continente africano no puede describirse más que como calamitosa. El espectro del hambre, la inanición, la violencia y las enfermedades como el sida, se cierne sobre nosotros en un momento en el que, la ciencia y la moderna tecnología alcanzan las alturas de mayor logro. La comunidad internacional responde con diferentes formas de ayuda. Agradecemos y necesitamos esta solidaridad, pero con la matización de que nuestro continente necesita, por encima de todo, ser desarrollado para promocionar y realizar nuestro potencial humano al máximo.
El desarrollo es del interés de toda la raza humana. La inmensa desigualdad de nuestro planeta es peligrosa, injusta y desestabilizadora de igual manera que las desigualdades dentro de un país. El debate Norte-Sur debe renovarse, y las estructuras internacionales de cooperación se deben reforzar.
Los viejos esquemas de comercio, de soberanía absoluta unida a una egoista y total irresponsabilidad, deben dar paso a nuevas relaciones de interdependencia y desarrollo. Este es el camino de la paz basado en la justicia.
Sudáfrica está preparándose para ocupar el lugar que le corresponde en la comunidad internacional, no ya como paria internacional, sino como un país que está a punto de aceptar el reto de la tolerancia racial y la democracia. Debemos, por lo tanto, rendir nuestro tributo a la comunidad internacional por su contribución a la lucha contra el racismo y el apartheid y, especialmente, por los sacrificios realizados por muchos países de Africa. Sin esa solidaridad, no estaríamos recorriendo ahora nuestra última milla hacia la libertad.
La política extranjera del apartheid a la región fue una extensión de su naturaleza agresiva y violenta. Aislada por la comunidad internacional, perseguía todos los medios a su alcance para evitar su aislamiento. Donde podía, buscaba explotar el interés propio y la hegemonía de otros países sobre los demás para minar ese aislamiento. Cuando no lo conseguía, recurría a la coacción, la desestabilización y la agresión militar.
Una Sudáfrica libre debe eliminar para siempre el espectro de la fuerza bruta de sus relaciones con otros estados.
La política de una Sudáfrica libre, por tanto, contribuirá a la democratización de las relaciones políticas y económicas internacionales. En un mundo cambiante, apoyaremos la propuesta de declarar a Sudáfrica una zona no nuclear y el Océano Índico como Mar de la Paz. En lo que se refiere al negocio de las armas, debemos evitar que nuestra economía caiga irremediablemente en este tráfico inmoral de destrucción.
Y lo que es más importante, desempeñaremos un papel completo y dinámico en las organizaciones regionales e internacionales para ayudar a superar los destrozos del apartheid y la desestabilización de nuestros países vecinos, y a construir un mundo donde todos sean respetables y queridos por igual. Pido a España que se una a esta ilusionada tarea.
Es para mí un gran placer aceptar este prestigioso e importante galardón.